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Crítica: Andris Nelsons y Yefim Bronfman en el ciclo de Ibermúsica con la Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
9 de mayo de 2018

Las dos caras de un director, de una orquesta y de un pianista. De un deficiente “Emperador” a una inolvidable “Patética”.

Las dos caras de un director

   Por Pedro J. Lapeña Rey
Madrid. Auditorio Nacional. 5 y 6-V-2018. Ciclo de Ibermúsica. Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig. Yefim Bronfman (piano). Director musical: Andris Nelsons. Concierto para piano y orquesta nº 5 en mi bemol mayor "Emperador" de Ludwig van Beethoven. Sinfonía nº 4 en Mi menor, op. 98 de Johannes Brahms. Chiasma für Orchester de Thomas Larcher. Sinfonía nº 40 en sol menor de Wolfgang Amadeus Mozart. Sinfonía nº 6 en Si menor  "Patética" de Piotr Ilich Tchaikovski

   Este fin de semana hemos tenido en Madrid el punto final de la gira europea de presentación de Andris Nelsons como nuevo director de la orquesta más veterana del planeta, la Gewandhaus de Leipzig. Fundada hace la friolera de 275 años, su primera gira con el maestro letón a su cargo, les ha llevado a diversas ciudades alemanas, además de aViena, Bruselas, Ámsterdam, Luxemburgo y París. En cada una de ellas han dado uno de los programas de la gira, salvo en Madrid, única ciudad donde hemos podido ver los dos. Entre ambos programas, Nelsons y sus músicos han abarcado un periodo de 230 años, desde 1788 en que Mozart compuso su cuadragésima sinfonía, hasta este mismo año, en que el compositor alemán Thomas Larcher ha estrenado Chiasma für Orchester, una de las obras que la orquesta ha encargado –junto a otras de Steffen Schleiermacher, Wolfgang Rihm, y Jörg Widmann– para conmemorar la efeméride.

   El concierto del sábado no empezó con buen pie. Y eso, que a priori todo cuadraba. Teníamos gran orquesta, gran solista, gran director, y uno de los conciertos más importantes del repertorio. Como hemos visto en distintas ocasiones, esto no siempre es garantía de éxito, pero en este caso, pensábamos que sí, ya que todo venía bastante rodado. Nelsons y Bronfman han tocado juntos varias veces en los últimos años en Boston y Tangelwood, por lo que en principio contábamos con un mínimo de complicidad entre ellos. Además, los conciertos de Beethoven son uno de los caballos de batalla de Yefim Bronfman que los lleva tocando toda la vida –recientemente ha hecho el ciclo completo junto a Alan Gilbert en Nueva York y junto a Christoph von Donhanyi en Boston con excelentes críticas en ambos casos–, y sin ir más lejos, el año pasado fuimos testigos de un excelente primer movimiento del tercero, en el concierto de cumpleaños de Alan Gilbert en Nueva York. Además, en esta misma gira lo habían tocado en Viena, en Luxemburgo, en Dortmund y en Munich. Pero desde los acordes iniciales vimos que no era el día. Bronfman estuvo blando y remilgado a la hora de construir el concierto –algo raro ya que es precisamente su fuerte-. Tampoco el sonido, más mate de lo habitual, ni la digitación, muy trabajosa para un pianista de su nivel estuvieron a la altura.  Ambos Allegros extremos resultaron fallidos, y solo en el Adagio intermedio, bien introducido por Nelsons y la orquesta, atisbamos algo de lirismo, escuchamos un gran fraseo, y vislumbramos algo del Bronfman habitual. Por su parte, tampoco ni Nelsons ni la orquesta hicieron mucho por levantar el vuelo. La orquesta, a la que recordamos grandes tardes, sonó también muy mate, y el acompañamiento del director pecó de aséptico, nada beethoveniano, salvo en el mencionado Adagio intermedio, donde consiguió momentos de buena belleza tímbrica.

   El público sin embargo pensó de otra manera, aplaudiendo con calor al Sr. Bronfman que le correspondió con dos obras fuera del programa. La Arabesca op. 18 de Schumann, poética y lírica a la que faltó vuelo –recuerdo habérsela visto al menos en un par de ocasiones a un nivel más alto– y el Precipitato final de la Séptima sonata de Prokofiev, que en una suerte de “quite del perdón”, Bronfman bordó, dándonos su cara habitual, y dejándonos al menos con un mejor sabor de boca.

   La segunda parte no empezó mucho mejor. Andris Nelsons se echó la Cuarta sinfonía de Brahms a las espaldas, arriesgando en el Allegro non troppo inicial con un tempo excesivamente lento, bastante distendido y algo plomizo, con amplias pausas, y sin conseguir que el sonido de la orquesta empastara. Quizás con una orquesta más brillante y con más tensión en las cuerdas, el resultado final hubiera sido otro, pero no fue el caso. Afortunadamente todo empezó a mejorar en el Andante Moderato, donde tras un inicio algo dubitativo de las trompas, por fin maderas y cuerdas empezaron a empastar, y la versión empezó a coger vuelo. Un espléndido Scherzo, perfectamente dibujado por Nelsons se vio correspondido ahora sí por la orquesta y desembocamos en un Allegro enérgico final memorable, que contrastó con las lentitudes iniciales, donde hubo lirismo y drama a raudales, donde la cuerda sacó a relucir sus muchas virtudes –sobre todo violonchelos y contrabajos-, donde vimos al gran Andris Nelsons de otras tardes, y que en lo que a mi concierne, valió por el concierto entero. Una Cuarta por tanto que fue de menos a más, para finalizar de la mejor manera posible.

   Si el sábado vimos caras buenas y malas, el domingo afortunadamente prevalecieron las primeras. Nelsons domina como pocos el lenguaje contemporáneo –con la Sinfónica de Boston le he visto hacer maravillas con obras de Gunther Schuller o de Sofia Gubaidulina– y dio lustre a “Chiasma”, obra para gran orquesta de Thomas Larcher,que pone a prueba a las distintas secciones, pero a la que se le atisban pocas virtudes más.

   Más de la mitad de la orquesta se fue a los camerinos mientras el resto de sus compañeros –nos quedamos con una formación de cuerda 12/10/8/6/4– se enfrentaban con la Sinfonía nº 40 en sol menor de Mozart. Nelsons le puso drama –es una de las dos sinfonías en modo menor del salzburgués– haciendo una versión enérgica, decidida, de amplias dinámicas, de texturas claras y preciosos juegos entre cuerdas y maderas –quizás aquí con el único pequeño reparo de un cierto desequilibrio entre ambas secciones–, que nos sonó a gloria bendita. La orquesta estuvo a un nivel bastante superior al día anterior. Más brillante, con sonido pleno, se amoldó como un guante a lo que les pedía la batuta siempre viva y ágil del director letón.

   Con la Sinfonía patética de Tchaikovki, Andris Nelsons “jugaba en casa” y bien que se notó. La versión fue formidable de principio a fin. La orquesta, tras algún fallo puntual que poco nos importó, llegó a sonar más rusa que alemana. El Sr. Nelsons volvió a jugar las cartas del sábado con la Cuarta de Brahms. Un tempo inicial muy lento, pero en el que a diferencia del día anterior, desde las primeras notas las cuerdas cargaron de tensión. Con la emoción in crescendo, fueron preparando el terreno al tema central, que surgió mágico, con un patetismo intenso y emotivo pero sin desvariar. El contraste con el Allegro non troppo fue brutal, abrumador, pero de una lógica aplastante. En el segundo movimiento, Allegro con gracia, el casi vals nos permitió relajarnos algo antes de entrar en la locura de la marcha, donde el clarinete y las cuerdas estuvieron imponentes y donde la única salvedad que podemos poner fue el excesivo protagonismo del timbalero –como pasa siempre que se programa esta obra, parte del público rompió a aplaudir aquí–. Nos quedaríamos sin calificativos para el Adagio lamentoso final. Andris Nelsons nos dio todo en uno: vehemente, profundo, intenso, doliente, con la emoción a flor de piel. Quizás la suma de todo ello sea ese patetismo que caracteriza al Tchaikovsky terminal. Nunca olvidaremos ese ostinato final de las cuerdas graves y las trompas con sordina –que se redimieron de algunas fallas anteriores–. Decir magistral es poco. Nos quedamos sin palabras. Por conseguir, el Sr. Nelsons consiguió el más difícil todavía. Que ningún iluminado aplaudidor le diera por romper ese silencio final de casi medio minuto, que muchos necesitamos para “volver a la vida”.

   Tras el vuelco que ha dado a la Orquesta Sinfónica de Boston, el que por unos minutos fue titular de la Orquesta Filarmónica de Berlín –un tweet pirateado a la trompista Sarah Willis en la primera votación que hizo la orquesta para sustituir a Simon Rattle, anunció su victoria frente a Christian Thielemann, semanas antes de que finalmente eligieran a Kirill Petrenko– promete emociones igual de intensas en Leipzig. Esperemos poder contarlas.

Foto: Rafael Martín/Ibermúsica

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