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CRÍTICA: TRIUNFAL DEBUT DE ANNA NETREBKO COMO TATIANA EN EL 'EUGENE ONEGIN' DE LA STAATSOPER DE VIENA. Por Alejandro Martínez

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Autor: Alejandro Martínez
3 de mayo de 2013
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IRREPROCHABLE DEBUT

Eugene Onegin (Tchaikovsky). Wiener Staatsoper, 22/04/2013


       Desde que Anna Netrebko eclipsara las retinas de multitud de espectadores con su desbordante Traviata de Salzburgo, en 2005, de gran impacto mediático, han pasado ya algunos años y muchos nos preguntábamos por su evolución en materia de repertorio. Su voz está llamada a importantes logros en Verdi y en el repertorio ruso. De ahí que se esperase con tanta expectativa su debut como Tatiana en este Eugene Onegin de Viena que nos ocupa. El resultado ha sido espléndido. Una Tatiana vocalmente irreprochable y a la que sólo cabe demandar, con el paso del tiempo, una mayor elaboración dramática. La de Anna Netrebko es, sin duda, una de las voces más importantes surgidas en el panorama lírico desde los años noventa. Ya dedicamos algunas líneas a valorar su instrumento con motivo de su Iolanta en el Liceo. Posee una de esas voces únicas, con personalidad tímbrica, con un color reconocible, capaz de llenar el teatro con sus armónicos y la redondez de su instrumento. Éste suena cristalino, brillante y se emite con absoluta pureza, llegando al oyente con nitidez, limpio y esmaltado.
      La voz flota en el teatro sin perder un ápice de presencia, homogéna, con cuerpo, presencia y proyección y manteniendo una increíble riqueza armónica. Con estas cualidades, y dado su origen ruso, parecía una voz ideal para el rol de Tatiana. Y así fue. Ofreció Netrebko en Viena una recreación impecable del rol, subrayando sobre todo la emotividad frágil de una joven Tatiana, en los primeros cuadros, en contraste con la aristocrática madurez, casi altiva, del personaje, en las últimas escenas. Un personaje que sufre, en suma, aunque de un modo menos íntimo y psicológico que en la última Tatiana que comentamos, la de K. Stoyanova, interpretada hace un par de meses en Londres. Es muy interesante el contraste entre ambas Tatianas: la de Netrebko seduce de inmediato por el timbre único, aunque no desmerece en el fraseo, si bien todavía por madurar. A cambio, Stoyanova seduce por una técnica deslumbrante al servicio de un personaje. Así, la primera ofrece antes una voz que un pathos, mientras que la segunda, nos sirve un pathos desde una técnica. Enfoques distintos, merced a tan dispares materias primas y a momentos de diversa madurez en sus trayectorias, pero enfoques asimismo complementarios. De la Tatiana de Netrebko nos sedujo su hermosísimo canto en piano, su expresividad sincera, la consistencia y naturalidad de su entrega y en general la plenitud de su recreación de los momentos álgidos de su partitura, como la escena de la carta, donde brilló sin el más mínimo reproche. Un bravísimo debut, por tanto, el de Netrebko en el rol de Tatiana.

      Junto a ella se encontraba Dmitri Hvorostovsky, al cargo del rol titular de Eugene Onegin. El barítono ruso nunca fue un intérprete demasiado interesante, más bien tosco, y el instrumento siempre fue algo romo y seco, pero en un rol como este suena al menos idiomático y su fraseo es más que convincente. Posee además la presencia requerida de seductor, con una dosis de poeta melancólico y otro tanto de libertino indiferente. Y al margen de esto, lo cierto es que la voz corre plena por el teatro y consigue sonidos que es justo valorar como estimables. Fue así una sorpresa para bien, su Onegin, sin triunfalismos, por encima de lo que esperábamos, aunque suponemos que seguirá sin gustarnos en otro repertorio que no sea el ruso. No es, en todo caso, un intérprete que ofrezca mucho más que una voz eficaz en teatro. Interpretativamente queda muy atrás y asimismo la voz, por ese carácter romo y seco, palidecía en los dúos con Netrebko, ante el brillo y esmalte del timbre de ésta.
      Completaban el reparto Dmitry Korchak como Lensky y Sorin Coliban como Gremin. Este último, rudo y primario, pasó sin pena ni gloria por encima de su hermosísima página, el "Lyubvi fse vozrastï pokornï". En cambio Korchak, a quien podremos ver pronto en Madrid, en el Don Pasquale del Real, nos sorprendió con un Lensky logrado, lírico, pleno de medios, con un estimable juego de dinámicas y escénicamente desenvuelto. Sobradamente competentes el resto de comprimarios, especialmente A. Kolosova como Olga, Z. Kushpler como Larina y N. Ernst como Triquet.
      Espléndido se antojo el trabajo de Andris Nelsons desde el foso, destacando la textura sinfónica de la partitura de Tchaikovsky, construyendo espléndidos crescendi, jugando en todo momento con las dinámicas, creando tensiones, sosteniendo siempre un pulso teatral, trágico, y logrando un sonido exultante y brillante de los instrumentistas de la Staatsoper. Una vibrante recreación en la que tan sólo echamos de menos una mayor melancolía, un tono más evocador, en algunos pasajes líricos. También discrepamos levemente con la elección de algunos tempi, demasiado dilatados, como en el dúo final, donde faltó un . Pero en conjunto, una lectura espléndida la de esta joven batuta llamada a grandes cosas más pronto que tarde.
      La producción de Falk Richter, con escena de Katrin Hoffmann, vestuario de Martin Kraemer y luces de Carsten Sander, nos dejó un tanto indiferentes. Muy poco sugerente, diríase poco más que un trámite más o menos poético aquí y allá, pero convencional, con muy pocas intenciones dramáticas y con una dirección de actores bastante intuitiva. Poco que reprochar, más allá de su falta de perspectiva y su mero afán decorativo.
      Espléndido se antojo el trabajo de Andris Nelsons desde el foso, destacando la textura sinfónica de la partitura de Tchaikovsky, construyendo espléndidos crescendi, jugando en todo momento con las dinámicas, creando tensiones, sosteniendo siempre un pulso teatral, trágico, y logrando un sonido exultante y brillante de los instrumentistas de la Staatsoper. Una vibrante recreación en la que tan sólo echamos de menos una mayor melancolía, un tono más evocador, en algunos pasajes líricos. También discrepamos levemente con la elección de algunos tempi, demasiado dilatados, como en el dúo final, donde faltó un ///http://www.youtube.com/watch?v=uKmZh_MVeWk//punto de aceleración y vértigo///. Pero en conjunto, una lectura espléndida la de esta joven batuta llamada a grandes cosas más pronto que tarde.
      La producción de Falk Richter, con escena de Katrin Hoffmann, vestuario de Martin Kraemer y luces de Carsten Sander, nos dejó un tanto indiferentes. Muy poco sugerente, diríase poco más que un trámite más o menos poético aquí y allá, pero convencional, con muy pocas intenciones dramáticas y con una dirección de actores bastante intuitiva. Poco que reprochar, más allá de su falta de perspectiva y su mero afán decorativo.
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