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Crítica: La Sinfónica de San Francisco visita el Carnegie Hall de Nueva York con Michael Tilson Thomas

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
17 de abril de 2016

LO RADICAL DE AARON COPLAND

Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. Carnegie Hall13 y 14/4/2016. San Francisco Symphony. InonBarnatan, Piano. SashaCooke, Mezzo-Soprano. Simon O'Neill, Tenor. Director musical: Michael Tilson Thomas. Variaciones orquestales, Inscape y Concierto para piano de AaronCopland, Sinfonía n° 2 de Robert Schumann, Sinfonía n° 8 “inacabada”de Franz Schubert, La canción de la tierra de Gustav Mahler.

   Uno de los apelativos de Nueva York es “la ciudad que nunca duerme”. Los aficionados a la música comenzamos el miércoles 13 una semana en la que prácticamente no vamos a dormir, tal es la actividad que tenemos ante nosotros. Comenzamos con la visita anual de la Orquesta de San Francisco al Carnegie Hall, que tenía varios atractivos. El más importante quizás, era la posibilidad de oír obras muy poco programadas de uno de los grandes de la composición americana, Aaron Copland. Otro personal para mí era la oportunidad de ver en directo a la Sinfónica de San Francisco, la única de las “Big 5 más 2” que aún no había visto en vivo.

 Aaron Copland fue uno de los compositores claves de la escena norteamericana del siglo pasado. Repasando su obra, vemos que lo vivió a conciencia. En ella encontramos muchas de sus corrientes y tendencias. Desde la influencia de Igor Stravinsky recibida en su juventud en Paris de la mano de su maestra Nadia Boulanger, hasta las experiencias dodecafónicas de su última época, pasando por la etapa intermedia de sus ballets y obras para el cine, la más popular y conocida. En el concierto del miércoles, pudimos escuchar en vivo por primera vez tres obras clave de épocas diferentes.

   Compuesta en 1957 y estrenada un año después por Leonard Bernstein con la NYPO, las Variaciones orquestales son una orquestación de sus Variaciones para piano de 1930, una de las obras clave de su autor. Sobre un tema de siete notas, compone veinte variaciones donde convive el carácter dramático, agresivo, irónico y frenético. Hay pasajes lentos, hay incluso un scherzo, y sin solución de continuidad, termina en una magnífica coda. La obra es oscura, profunda, con muchos juegos instrumentales entre maderas, cuerdas, cuerdas con flauta y oboe. En ellas puedes detectar pinceladas de la América de los anteriores a la “gran depresión”. Mucho movimiento, coches, sonidos de la ciudad. La interpretación de Tilson Thomas y los músicos fue modélica. El director, quien interpretó la obra junto al autor en 1988, es probablemente el músico actual que más contacto tuvo con Copland, y el que más lo ha grabado e interpretado,cosa que se notó.

   Con Inscape compuesta en 1967 y la penúltima de sus composiciones para gran orquesta (tras ella solo crearía los Tres Sketches latinoamericanos), entramos en el mundo del dodecafonismo. Los compositores americanos en general no entraron inicialmente al juego, ya que consideraban que era asociarse directamente con la estética de Arnold Schonberg. Años después, desaparecido el vienés, “trataron de separar la estética en la que no se sentían cómodos, de la pura técnica de composición que sí la consideraron interesante. La obra es bastante lírica. Parte de un gran acorde inicial desde el que gravita la obra, donde encontramos mucho contrapunto y transparencias más a lo Webern que a lo Schonberg. El resultado final es interesante aunque se hace algo dura. De nuevo interpretación modélica de Tilson Thomas y la orquesta, sobre todo de unas cuerdas muy cálidas que sobresalieron sobre el resto.

   El Concierto para piano de 1926, fue su primer contacto con el jazz. Copland volvía a EE.UU. tras su paso por el París loco de los años 20, donde el jazz hacía furor, y donde la figura de George Antheil, el chico malo de la música, gravitaba sobre todos. Copland quiso hacer una obra “de Paris, y sobre Paris. Una especie de homenaje “a la gran ciudad”, donde esté la gente de la calle, los coches circulando, las luces nocturnas…”. El resultado fue una obra en dos tiempos, más intensa y algo más oscura que la Rapsody in blue de Gershwin, muy divertida para todos menos para el pianista, quien a duras penas tiene dedos suficientes para competir con una gran orquesta, donde sobre todo los clarinetes, las trompetas y los saxofones, tienen intervenciones a lo “Louis Amstrong” y a lo “Benny Goodman” con mucha guasa. El joven pianista israelí Inon Barnatan, con un exquisito control del ritmo, se las apañó de maravilla con un sonido brillante y un fraseo elegante, y de nuevo,Michael Tison Thomas y la orquesta hicieron los honores con una estupenda interpretación.

   En la segunda parte del concierto, los músicos californianos nos dieron una interpretación detallista, y para mi gusto, muy controlada y medida, de la Segunda sinfonía de Robert Schumann. Tanto al Allegro ma non troppo inicial como al Adagio expresivo les faltó un punto de intensidad, que sin embargo, sí tuvieron tanto el Scherzo como el Allegro moltto vivace final. Una versión muy bien construida sobre la calidez y la calidad de las cuerdas de la centuria californiana. Tras el éxito de la versión y los muchos aplausos, orquesta y director hicieron un homenaje a dichas cuerdas con una interpretación intensa y muy emotiva de la segunda de las Dos melodías elegíacas de Edvard Grieg, La última primavera, que dieron como propina.

   El segundo de los conciertos fue algo más convencional. La primera parte consistió en la Sinfonía en si menor, D.759, “inconclusa” de Franz Schubert. El Allegro moderato inicial pareció repetir el tipo de versión del día anterior. Mucho matiz, mucho detalle aunque menos intensidad de lo deseable. Tanto el maestro Tilson Thomas como la orquesta parecieron “despertar” en el Andante con motto conclusivo, donde a las virtudes anteriormente descritas, sumaron esta vez sí, una fuerza y un calor realmente encomiables. Las cuerdas siguieron con el tono de calidez del día anterior, al que se sumaron maderas y metales, sobre todo flauta, clarinete y fagot en estado de gracia.

   En la segunda parte, tuvimos una versión de La canción de la tierra. Con un enfoque más “objetivista” que “romántico”, orquesta y director diseccionaron la partitura de manera ejemplar. No hubo matiz o detalle que pasaran por alto, y en particular tanto el cuarto lied “De la belleza”como la cumbre de la música otoñal que representa el sexto "La despedida"fueron sublimes, con múltiples detalles.

   La parte canora fue harina de otro costal. Si el primer lied es ya prácticamente incantable para un “heldentenor”, difícil es poder sacarlo adelante con una voz como la de Simon O’Neill, muy liviana, sin la proyección necesaria, completamente sobrepasada por la orquestación mahleriana. Los registros grave y central son muy pobres, y solo el agudo tiene cierta prestancia. Estuvo algo más cómodo en el tercero “De la juventud” y en el quinto “El borracho en primavera”, pero sin terminar de convencer. Algo mejor la mezzo Sasha Cooke, con una voz de más volumen e interés, aunque con un fraseo algo plano.

   En resumen, dos veladas de alto nivel con una orquesta y un director a un nivel de forma muy alto, y que han supuesto una ocasión única para conocer en profundidad la parte más enérgica y radical de uno de los padres de la música norteamericana.

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