Por Gonzalo Lahoz.
Fiamma del Belcanto. Diana Damrau, soprano. Nicole Brandolino, mezzosoprano. Piotr Beczala, tenor. Nicolas Testé, barítono. Orchestra Teatro Regio Torino. Dirección: Gianandrea Noseda. Obras de Donizetti, Bellini, Verdi, Puccini y Leoncavallo. Erato.
Hoy en día, sobrepasado el boom discográfico y agotadas las fórmulas tradicionales en lo que a títulos, obras y extractos recogidos en las grabaciones de estudio se refiere, si uno quiere seguir triunfando en el limitado mercado de lo físico, tiene dos opciones: O bien ofrece una nueva versión que, al menos, roce lo antológico de lo ya mil veces grabado con anterioridad, o bien propone algo que, al menos, aparente ser novedoso.
Con Fiamma del Belcanto, Diana Damrau tira por la calle de en medio. Es la vía menos arriesgada, pero casi siempre suele ser la más aburrida y en la que además suelen hallarse más triles por minuto escuchado. Para empezar, el título. Hay muchas palabras cuyo significado, después de años y años de mal uso, trastocamos sin piedad; en música, una de ellas es sin duda “belcanto”. Podemos y debemos discutir algunos de los matices aplicables al término: su etimología, determinadas acepciones, su extensión, sus autores, sus representantes sobre los escenarios... Pero habría también que, siendo uno un cantante consagrado, no hacerse trampas al solitario y tener al menos algunas claves medianamente claras: El belcanto vino a desarrollarse desde finales del siglo XVII a mediados del XIX, hace referencia a la escuela italiana que viene a resaltar la belleza sonora a través del canto legato, le fioriture, alejado del canto declamado y por tanto alejado del universo ya pucciniano y desde luego del antagónico verismo, por más que sus compositores quisiesen jugar a las coloraturas en puntuales momentos. Así, llamar belcanto a un disco con arias de La Bohème y Pagliacci es, no se engañen, una falacia. Una ocasión desaprovechada no haber rescatado alguna página de Mercadante o Pacini por ejemplo. Belcanto no es aplicable a todo lo que nos parezca “bello canto” ya que, por esa regla de tres, habrá quien incluiría en este disco a Luigi Nono.
A estos títulos se suman algunos ya conocidos de Bellini como La sonnambula e I Puritani, y otros tantos de Donizetti como son Maria Stuarda (ahora tan de moda tras el artificial acercamiento de Joyce DiDonato) y algo novedoso ya desde el título: Rosmonda D'Inghilterra (Ancor non giunse... Perché non ho del vento), que ya grabara en su totalidad Renée Fleming a mediados de los noventa en una primera y única grabación mundial y nada frecuente pues en los estudios de grabación (ni sobre las tablas, con sólo dos reposiciones desde su estreno hasta los años ochenta). Con estos referentes actuales, la ópera parece abocada a una época de barbecho en lo que a divas belcantistas se refiere. Fleming (quien no ha dejado de cantar estos roles, Eve Queler mediante), DiDonato, Netrebko... no cabe parangón con Caballé, Sutherland, Gencer o Devia. A quien más se acerca Damrau, en formas, quizá sea a Edita Gruberova, por lo afectado del canto, la languidez en el parlato y ciertos pasajes del texto malinterpretados. No desde luego en el instrumento y en la técnica, donde vuelve a abrirse un abismo.
En la Rosmonda d'Inghilterra de Damrau se incluye la primera parte Ancor non giunse, pero se suprime toda la introducción Volgon tre lune, se entiende que por el requerimiento de una mezzosoprano (en un precedente off-stage de La traviata que precisamente cantará la alemana un poco más adelante) que, sin embargo intervendrá en las pistas de Maria Stuarda. Se ha preferido pues recortar tiempo aquí para incluir el verismo; lo de una escena de cuarto de hora en un recital es algo que parece provocar bajadas de tensión a los productores de las discográficas, cuando curiosamente en uno de los mejores discos de la historia, aquel “Marilyn Horne sings Rossini”, la mezzo se marcaba escenas de L'assedio di Corinto y La donna del lago de media hora y once minutos respectivamente. Eran otros tiempos. También esas messa di voce con trino final en Mura felici eran otros tiempos. Esos 20 segundos sobre “Elena!” por sí sólos son el belcanto. Sin menospreciar a la Damrau, pero esos 20 segundos ya valen más que este disco en su totalidad y que la práctica totalidad de los discos dedicados al belcanto de hoy en día. No me tomen ni mucho menos como alguien que cree que cualquier tiempo pasado fue mejor. En absoluto, pero a los hechos me refiero.
Damrau consigue no obstante bellas frases en este aria di sortita, tan emparentada con Lucia di Lammermoor (hasta el mismo texto llegan a compartir), especialmente al comienzo de la cavatina Torna , torna o caro oggetto. De coloratura afectada e inestable, con apoyo en marcadas erres en Perchè non ho del vento, así como descensos traicioneros y ataques al agudo no demasiado precisos en Ancor non giunse.
En el restante título donizettiano, Maria Stuarda, comparte partitura con una desconocida Nicole Brandolino, quien cumple su papel de cuasi-particchino en esta conversación en la que asume frases del omitido coro para que todo conserve algo de sentido; mientras la línea de canto sigue recayendo en los mismos puntos. A un timbre agradecido se suman los ascensos, descensos y ataques ya comentados, mientras que los embellecimientos, sobre el papel, terminan siendo aproximados en constantes ocasiones. Escúchese su lectura en Il cielo aperto. Io lo vagheggio... Che mi circonda... Para dibujar de nuevo relevantes frases, como la primera repetición en Al suolo beato, de encantadora factura, o el Resti, resti sul trono adorata, donde se toma su tiempo, si bien luego recae en el afectamiento en trinos, ataques en gola y cierto vibrato no muy agradecido. Tras su reciente y fallida grabación de Lucia di Lammermoor en disco junto a Joseph Calleja (obligaciones contractuales, es de suponer) y Jesús López-Cobos (quien no ha tenido suficiente con su cuestionada toma con Caballé y Carreras en los 70); lo único que cabe esperar es que Damrau abandone Donizetti, se aleje del belcanto italiano en pro de otros fueros que, a estas alturas de su carrera, estoy seguro le serían mucho más productivos.
Su Bellini también así lo atestigua. Habrá que ver cómo se desarrollan sus Puritani programados en el Teatro Real el verano de 2016 con dos grandes Arturos como son Celso Albelo y Javier Camarena. En dichas funciones también participará el para muchos desconocido bajo-barítono Nicolas Testé, quien, oh sorpresa, cantaba en la comentada Lucia y que, oh sorpresa, canta también aquí. Si han atado bien los cabos ya habrán caído en la cuenta de que nos encontramos ante una de las clásicas figuras de la lírica: “el maridísimo”. Vaya por delante que ser marido de alguien no implica menor valor. Eso lo decide la voz del susodicho. Pero volvamos a Puritani. En O rendetemi la speme y las páginas sucesivas se evidencia la cualidad de timbre pequeño de la Damrau, lo que no tiene porque ser negativo si es bien proyectado, cosa que en el disco evidentemente no puede apreciarse. Sí se denota el marcado vibrato en el legato, falto de morbidez y con agudos fuera de lo que debería ser una emisión en aperto ma coperto; provocando todo ello que en ocasiones se tenga la sensación de cierta tensión, en completa lejanía con el canto de abandono. En La sonnambula comienza bien en Oh... se una volta, timbre estrecho y pequeño, fraseo aseado, pero de pronto emite un sonido ahogado al intentar atacar en pianissimo el agudo de Ah sì... Questa d'un cor... y todo comienza a tensionarse para seguir ofreciendo primorosos destellos (Ah! Non credea y las repeticiones en Che un giorno sol). La voz se muestra demasiado irregular para una soprano de apenas 43 años, y es una verdadera lástima. Insisto, no es este el repertorio. No ha de ser su repertorio.
No es descabellado, ni mucho menos, afirmar que el Belcanto se extiende hasta tiempos verdianos, aunque estos sean su punto de inflexión y final. En ellos encontramos roles estelares para soprano, tal y como sucede en los Foscari, Il Corsaro, Giovanna d'Arco, Masnadieri, Attila o Luisa Miller, todos ellos en la primera etapa del maestro Verdi y cuya influencia se deja escuchar también en la línea de canto de las féminas que vendrían a posteriori, aunque ya más cuidada la declamación.
Recoge el disco el sempiterno soliloquio de Violetta en el primer acto de La traviata, donde Damrau parece aprovechar todo el juego expresivo que le permite Verdi sobre el texto; se prepara bien el agudo en O giogia y resuelve estupendamente follie del viver mio?, para dotar de intencionalidad a frases como Misterioso, altero, croce e delizia al cor, mientras sortea las notas más bajas que no le son tan cómodas y termina complicándose la vida en la coloratura de sus últimas frases, muy ralentizadas, con asomo de gallo en el último “delizia”. Del mismo modo, no es de recibo su “delirio e vano è questo” en Follie! Follie!, descuadrado del resto del texto que le sigue, que resuelve con comodidad en los agudos e inteligencia en los graves. Le descubre que el amor es la inspiración del universo Piotr Beczala, en una breve intervención siempre “hacia delante”.
Nicolas Testé acompaña pues a su mujer en Luisa Miller, en el gran dúo que comparten Wurm y la protagonista. Feliz intervención la del barítono, no tanto de nuevo la de la soprano, de canto nervioso, alterado en los agudos... ¿Cómo va a llegar Luisa al terceto final?, que sirve para dibujar un rol nada conforme a lo que ocurre a su alrededor, aunque forme parte y participe de ello. Todo lo contrario ocurre en su construcción de la Amalia de I Masnadieri, así lo exige la página, donde el canto ha de ser siempre voluptuoso y preciso, mostrándose la Damrau “on the way”, hasta que ataca los trinos de “dolcezze ignote”, donde emite un sonido inexplicable, cercano a las ondas Martenot.
Acompaña a la solista el director Gianandrea Noseda al frente de la Orquesta Teatro Regio di Torino, sin especial relevancia, limitándose a seguir a la soprano, en una lectura que tampoco aporta pues matices propios del director y en páginas en las que apenas cuenta con oportunidades para desplegarse.
No están los tiempos para irregulardidades como esta. No desde luego como para hacerse un hueco en el mercado discográfico. Una lástima que artistas que bien merecerían un espacio en los grandes sellos musicales tengan que verse obligados a los llamados “autoproducidos” mientras que con los consagrados, los productores no nos quieran sacar del manido abc, siendo además la factura tan regular e irregular.
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