Concierto a cargo de la directora lituana al frente de la orquesta de la que se despide como titular, sumándose el destacado pianista ruso-estadounidense en un programa con obras de Mieczysław Weinberg, Robert Schumann y Sergei Prokofiev
El final de una etapa
Por Pedro J. Lapeña Rey
Viena, 30-III-2023, Konzerthaus. Sinfonietta n.º 1, Op. 41 de Mieczysław Weinberg; Concierto para piano y orquesta en la menor de Robert Schumann; Romeo y Julieta (extractos elegidos por Mirga Gražinytė-Tyla), de Sergei Prokofiev. City of Birmingham Symphony Orchestra. Kirill Gerstein [piano]. Directora musical: Mirga Gražinytė-Tyla.
Tras una gira que la ha llevado por varias ciudades europeas, la directora lituana Mirga Gražinytė-Tyla llegaba a Viena el 30 de marzo para terminar su etapa como titular de la Orquesta Sinfónica Ciudad de Birmingham (CBSO). El 1 de abril su sucesor, el japonés Kazuki Yamada, ha tomado las riendas de la centenaria centuria británica que en su día comandó Sir Adrian Boult o mas recientemente Sir Simon Rattle. La juventud nunca fue un hándicap en esta agrupación –Simon Rattle tenía 25 años cuando empezó, 33 Sakari Oramo o 30 Andris Nelsons– que casi siempre ha apostado a largo plazo, así que con solo 30 años, Mirga se convirtió en la primera mujer al frente de la orquesta. Ahora, terminada su etapa les seguirá dirigiendo conciertos puntuales, mientras su nombre suena con fuerza para varias agrupaciones alemanas de primer nivel. Tendremos noticias no tardando mucho.
Aunque este ha sido mi primer encuentro con ella, Mirga Gražinytė-Tyla es una directora habitual en el Konzerthaus, donde lleva tocando desde 2014 con agrupaciones como la Wiener KammerOrchester, la Orquesta de la Radio ORF o la del Mozarteum de Salzburgo. Su imagen dista mucho del glamur del que se rodean alguna de sus colegas violinistas o pianistas. Una simple rebeca, un pantalón oscuro, y un instinto nato para manejarse en el podio son armas mas que suficientes cuando tienes claro lo que quieres. Dirigió principalmente con las manos, acompañando la música con un baile discreto pero continuo, dibujando en el aire una frase detrás de otra sobre todo con su mano derecha, dejando la izquierda bien para marcar el ritmo, bien para terminar de precisar el fraseo. Su baja estatura no es un hándicap ya que sus movimientos son tremendamente claros y ejercen una especie de hipnotismo en la orquesta que la sigue con embelesamiento.
Entre sus muchas virtudes, está el ser una genuina paladina de Mieczysław Weinberg, un compositor al que no nos cansamos de descubrir. Con el sello amarillo ha grabado varias de sus sinfonías, y hay más en cartera. Esta tarde fue el turno de su Sinfonietta n.º 1, Op. 41. Compuesta en 1948, el año en que volvieron las acusaciones de «formalistas occidentales y antisoviéticos» a los Shostakovich, Prokofiev o Khachaturian, con ella Weinberg trató de ganarse a Tijón Khrennikov, la poderosa mano derecha de Andrei Zhdanov en la Unión de Compositores soviéticos a través de «una obra brillante, dedicada a la vida alegre y en libertad del pueblo judío en la tierra del socialismo». Khrennikov se quedó en la superficie de una obra de estructura mucho más compleja, pero gracias a eso, Weinberg pudo editarla y seguir adelante. Como además fue «dedicada a la amistad de los países de la Unión», la Sinfonietta tuvo el visto bueno para interpretarse por toda la URSS.
La Sra. Gražinytė-Tyla captó y resolvió adecuadamente el espíritu de la obra. Su versión fue fresca, dinámica, ágil y con la suficiente dosis de energía. La marcha con la que arranca el Allegro risoluto fue vibrante con los metales delineando la melodía inicial, a la que se sumaron alegremente las maderas en el breve tema posterior. Muy detallista también el desarrollo, en el que Weinberg va generando progresiones cada vez mas densas. La lituana extrajo melancolía y belleza a partes iguales del Lento posterior, donde trompa, clarinete y oboe solistas nos dieron frases de enorme refinamiento. El Allegretto, un scherzo de inequívoco tono klezmer, fue también un prodigio de sutileza. Encendido y vehemente el arranque del Vivace final con una trompeta casi perfecta que llevó la voz cantante, hasta que el resto de la orquesta se le fue uniendo en una marcha final brillante y vertiginosa, tocada con frescura y chispa.
Continuamos con el concierto mas famoso e interpretado de Robert Schumann, el Concierto para piano en la menor, favorito de grandes pianistas y del público desde que la propia Clara lo estrenara en 1846. El pianista ruso-americano-alemán Kirill Gerstein posee unos medios técnicos de primer nivel, cincelados entre otros por Dmitri Bashkirov en la Escuela Reina Sofía. Sin embargo, en esta ocasión, Gerstein prefirió una vena más lírica y contenida en el Allegro affettuoso inicial, con articulación muy marcada, y sin la brillantez que hemos visto en otros de sus colegas. Además ambos se conocen bien y han interpretado este concierto juntos recientemente, así que la Sra. Gražinytė-Tyla le acompañó con atención y delicadeza, buscando el equilibrio entre solista y orquesta y sin «apretarle». Gerstein se recreó en el Intermezzo central con una belleza fascinante, de líneas ligeras y sutiles, siendo acompañado con calidez por la orquesta. En el Allegro vivace final encontramos al fin al Gerstein mas brillante y virtuoso, que desgranó escalas y acordes con elegancia, mientras la lituana desplegó la paleta de colores para redondear la obra. El Sr. Gerstein respondió a los muchos aplausos con una referencia a Sergei Rachmaninov cuando se cumple el sesquicentenario de su muerte: El arreglo para piano que hizo del Liebesleid de su amigo Fritz Kreisler, con el que tantos recitales compartió, tocado con una exquisita delicadeza, digitación transparente y un perfecto control del ritmo.
Tras el descanso, fue el turno de Romeo y Julieta, el ballet más popular de Sergei Prokofiev. Estrenado en la ciudad checa de Brno en las navidades de 1938, fue una de las obras que más le acercaron al público, algo que según lo que contaba años más tarde Igor Stravinski, fue su gran obsesión. Aun así, el estreno tardó su tiempo. Estábamos ya en los años de las grandes purgas estalinistas y no era momento para experimentos. Entre sus 52 números en 9 escenas y sus mas de dos horas y media de duración, «alguien podía encontrar algo que no fuera adecuado» y las consecuencias podían ser nefastas. Para ir abriendo terreno extrajo dos pequeñas suites de concierto, de siete números cada una, con las que se vio que la obra gustaba al público, y el estreno del ballet completo en Rusia tuvo lugar en enero de 1940, en el Kirov de la entonces Leningrado.
Mirga Gražinytė-Tyla ha elegido diez números para conformar su propia selección, que en realidad fue casi toda la Suite n.º 2 a la que añadió cuatro números mas. Comenzó con fuerza, luciendo a la orquesta en unos Montescos y Capuletos imponentes, con un equilibrio cuasi perfecto entre todas las secciones, que se acentuó más aun en La joven Julieta, clara, juvenil y rebosante de alegría. Un perfecto sentido del ritmo y un colorido soberbio fueron las características mas evidentes de Máscaras, seguidas a continuación por un Romeo y Julieta en el que las cuerdas demostraron brillantez y sonido denso. En la Muerte de Tebaldo”, Mirga «bailó» en el podio a un ritmo infernal, donde las cuerdas sonaron densas y con empaque, y el resto de las secciones desplegaron virtuosismo de primera. La muerte fue imponente, y tras ella tuvieron que parar unos momentos para afinar. Nos relajamos todos con un Fray Lorenzo sutil y solemne, y de nuevo exhibió su control del ritmo tanto en la Danza posterior como en la Danza de las doncellas de las Antillas donde el concertino estuvo soberbio. De ahí al final volvimos a encontrarnos con una Mirga dominadora, capaz de frasear con brillantez, colorido y criterio el Romeo en la tumba de Julieta para terminar con una Muerte de Julieta de tímbrica espectacular e intensidad estremecedora. Una interpretación que puso boca abajo la sala y que la hizo salir cinco veces a saludar sin que, a pesar de lo tarde que era, nadie abandonara la sala. En esas, subió al podio, pero no para interpretar ninguna obra más fuera de programa. Con un armonioso gesto de sus manos hizo callar al respetable y con una sonrisa en los labios nos dijo de manera muy elegante que tanto la orquesta como ella nos agradecían todas las ovaciones, pero que llevaban toda la semana en la carretera, era muy tarde, y hora de irse a dormir. Y así terminó una gira y una titularidad. Sus caminos divergen desde ahora pero ambos tienen las agendas repletas para los próximos años. Veremos que les depara el futuro.
Fotografías: Andrea Humer/Wiener Konzerthaus.
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