Por Aurelio M. Seco
Oviedo. 11/II/15. Jornadas de Piano “Luis G. Iberni”. Yuja Wang, pianista. Obras de Liszt, Chopin, Scriabin y Balakirev.
Reconocer a un genio interpretativo no siempre es tan fácil como parece, pero incluso con la prudencia debida, observar a Yuja Wang tocar el piano y no afirmar que estamos ante una de las más grandes pianistas de la actualidad, a pesar de sus 27 años, puede llegar a resultar una postura un tanto embarazosa. Ya se sabe que hay quien que es capaz de poner peros a Arthur Rubinstein tocando Chopin, pero si analizamos con un mínimo de perspectiva las notas falsas frecuentes en el discurso de este gran maestro del piano, no podemos menos que restarles toda importancia, dada su personalidad, musicalidad y, en general, magisterio interpretativo. No ha habido nadie mejor que Rubinstein tocando a Chopin.
Wang no es Rubinstein, desde luego. Es otro tipo de artista. Si tuviéramos que marcar una línea de estilo partiendo de Liszt, que es el padre de todas las líneas aunque no tengamos referencias claras sobre su arte, en un sitio podríamos situar a artistas como Michelangeli, Pollini y Zimerman, con su elegancia, perfección técnica y pulcritud gestual y sonora; en otro a pianistas como Rubinstein, Sokolov o Horowitz, por su genial individualismo y original sentido de la musicalidad y, en otro lugar de honor, a Cziffra, Volodos o la propia Yuja Wang, con sus virtuosismos espléndidos, todos ellos interesantes y musicales en la medida de sus personalidades y condiciones.
Efectivamente, esta pianista china con alma de estadounidense lleva ya demasiado tiempo asombrando a propios y extraños por su prodigiosa –no de puede calificar de otra forma- capacidad técnica y notable gusto expresivo como para que no le concedamos el beneficio de los mejores halagos. En su gira por España y Europa la encontramos en Oviedo, tocando un programa de fondo romántico y superficie solo apta para condiciones técnicas superdotadas. Adaptaciones de Liszt de canciones de Schubert, la difícil y bonita Sonata para piano nº 3 de Chopin, algunos preludios, Poèmes y la Fantasía en si menor, op. 28 de Scriabin y el alarde virtuoso de la Fantasía oriental Islamey, op. 18, que Balakirev escribió para exhibir rapidez y color local. Un programa inteligentemente diseñado y muy atractivo, que también dejó lugar para generosas propinas, algunas ya marca de la casa. Encontramos a Wang, por el programa y el estilo interpuesto, en un momento especial de su trayectoria, a medio camino entre su pasado de joven puramente virtuosa, un presente meditado, reflexivo, romántico y también algo melancólico, y un futuro parece que centrado en abrir nuevas perspectivas musicales, puede que ante Mozart y Beethoven.
Con aparente poco esfuerzo, Yuja Wang obró verdaderos prodigios pianísticos con la rapidez de Mercurio en obras que se tuercen incluso en las manos de los más grandes intérpretes –su versión de la Sonata nº 3 de Chopin nos pareció brillante-, pero siempre con un gusto interpretativo plenamente convincente. Las versiones resultaron elocuentes y meditadas, dignas de una artista de sensibilidad personal y distinguida, sensual, depurada y sincera. Como norma general, echamos en falta unos mayores recursos dramáticos y dinámicos. Wang toca rápido y muy bien pero con poco peso específico. Esto produce a veces, y a pesar de la brillantez de la interpretación, cierto murmullo de fondo que no permite engancharse a la profundidad de la obra con claridad, porque da la sensación de que faltan referencias, dinámicas y de expresión. Nos hubiera gustado oír más fuerte y claro, por ejemplo, algunos fragmentos de la melodía de la mano derecha en las Variaciones sobre un tema de Carmen, de Bizet, una de sus más típicas e impresionantes propinas. Pero nada se puede objetar al arco general de las piezas, que se expusieron dentro de una homogeneidad sonora reconfortante. ¿Cuántos pianistas pueden hoy en día tocar la citada pieza, transcrita en su momento por Horowitz, con tal rapidez y incluso fantasía? Porque Wang, que la ha tocado en infinidad de ocasiones, pone en ella incluso más notas de las que puso Horowitz en su día. Sin duda una artista con personalidad. La interpretación del Vals nº 2, op. 64 de Chopin fue especialmente bella y representativa del estilo de la pianista, que goza de una gran capacidad de concentración. El grado de intimidad a que llegó con el público en la interpretación de esta obra fue de lo más emotivo de la velada.
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