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CRÍTICA: 'LA FORZA DEL DESTINO' EN MÚNICH CON HARTEROS, KAUFMANN Y TÉZIER. Por Alejandro Martínez

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Autor: Alejandro Martínez
7 de enero de 2014
Foto: Bayerische Staatsoper
LEONORA MÍA

La forza del destino (Verdi). Bayerische Staatsoper, Múnich. 29/12/2013

   Ya es mala suerte para Kaufmann que su debut como Don Álvaro se produzca junto a una partenaire tan solvente y magnética como Anja Harteros. La soprano, que ha cancelado no pocas funciones en el último año, es de esas cantantes que no saben entregarse a medio gas ni de un modo impersonal. De ahí que cada vez que abre la boca esté camino de suscitar un escalofrío en el oyente, con ese decir tan auténtico, lleno de lamento y de mordiente. Tanto es así que a punto ha estado en estas funciones de Múnich de eclipsar al tenor de tenores de hoy en día, Jonas Kaufmann.

   Con este Don Álvaro, el tenor muniqués culminaba un año plagado de éxitos y debuts, desde Manrico a Parsifal. No es, desde luego, un cantante verdiano en el sentido, tan asumido como ambiguo, en el que manejamos esa referencia. No suena italianísimo ni por frescura y ligereza de la emisión ni por lo luminoso del timbre. Pero a cambio, consigue dotar a su interpretación de una gama de matices e inflexiones que hacia tiempo que no escuchábamos en estos roles, a menudo en manos de tenores con un material spinto más genuino, como Berti o Giordani, pero que apenas salen del forte. Kaufmann no es un spinto, siquiera un dramático, es un lírico de timbre oscuro y agudo a veces brillante, que se ha fabricado una voz flexible y de posibilidades infinitas gracias a una técnica personalísima pero eficaz. Sus pasajes más logrados tienen que ver, y no por casualidad, con el canto sostenido de frases como el 'Solenne in quest'ora' o el magnífico ataque en piano del 'Oh, tu che in seno', con un sonido perfectamente audible y nítido en teatro. No es menos cierto que la fonación de Kaufmann redunda en algunos sonidos más feos, por una colocación generalmente atrasada y gutural antes del pasaje. De ahí que no todos los agudos salgan igualmente firmes y timbrados, resultando algunos más bien fibrosos y estrangulados, aunque siempre resueltos y firmes de afinación. En términos dramáticos se detecta también algún amaneramiento, por cierta tendencia reiterada en Kaufmann a marcar con las mismas inflexiones en piano casi cualquier frase, en cualquier escena. Se agradece, qué duda cabe, la riqueza de dinámicas, aunque no son igualmente atinadas en todo momento. En conjunto, pues, algunas nimiedades que no arruinan un logro importante para Kaufmann, en un rol con el que no pocos tenores se dan de bruces.

   Decíamos que Harteros había cuajado una labor excepcional y lo cierto es que su voz, en teatro, posee el magnetismo y la riqueza tímbrica que están reservados a las grandes. El despliegue de canto verdiano comenzó ya desgranando un sentido 'Ma pellegrina ed orfana', donde mostró una gran capacidad para controlar la emisión de un sonido sostenido y cargado de lirismo. Idénticas facultades mostró en el 'Madre, pietosa Vergine', cargado de expresión y melancolía. Atacó después 'La vergine degli angeli', con el énfasis justo, el temperamento medido, y con un sonido teatralísimo y escalofriante. El recital de Harteros culminó con un 'Pace, pace' valiente, atacando el comienzo con una eficaz messa di voce, y redondeando así una Leonora casi intachable, de las que hacen época. No todo fueron bendiciones, claro está, y advertimos algún titubeo en la afinación, en momentos clave como el remate del 'Pace, pace', o algún agudo más abierto que ortodoxo aquí y allá. Nada que pudiera empañar una actuación maravillosa. Harteros no es una virtuosa, pero es una gran artista.

   En el resto del reparto econtramos a un Tézier menos fino que en su Don Carlo de Vargas del Liceo, con algún exceso más verista que verdiano y con un agudo generalmente mate y que quedaba atrás continuamente. Tampoco Kowaljow, en su doble faceta como Marqués de Calatrava y Padre Guardiano, nos entusiasmo, mucho menos afortunado que en el Liceo, con una emisión no demasiado limpia y con un canto menos solemne. Nada memorable la Preziosilla de Nadia Krasteva, y más teatral que vocalmente aseado el Fra Melitone de Girolami.

  Desde el foso, al frente de una orquesta siempre brillante, Asher Fisch planteó una dirección irregular, con repuntes puntuales, pero falta de nervio y teatralidad en general. Más solvente, desde luego, en el acompañamiento en las partes líricas y en los concertantes que en los no pocos pasajes cuajados de vigor e ímpetu, donde no supo cuadrar un balance solvente entre las secciones del foso. Una batuta morosa hasta el tedio en los dúos entre Kaufmann y Tézier (se incluyó también el a menudo omitido 'Sleale! Il segreto...') donde penalizó no poco, de hecho, la actuación de ambos intérpretes. En conjunto, Fisch hizo gala de un sentido muy poco verdiano de lo que se traía entre manos. Nunca hemos entendido las virtudes de su batuta para estar al frente de empresas con tanta visibilidad como esta Forza. El coro masculino de la ópera de Múnich seguramente sea el más compacto y consistente de Europa a día de hoy. Fue sin duda impresionante su rendición de las escenas en el claustro. Lo mismo cabe decir del coro íntegro, sumadas las voces femeninas, de tal calidad que elevaron el interés de algunas de las páginas más mediocres salidas de la pluma de Verdi, como el bochornoso 'Rataplan'.
   La nueva propuesta escénica de Martín Kušej, con escenografía de Martin Zehetgruber, simplemente es de una vacuidad de las que hacen época. Recurre a una estética un tanto iconoclasta, si, pero que no conduce a nada. Apenas destaca, por momentos, una esmerada dirección de actores, pero por lo general son continuos los momentos en los que el libreto rechina ante lo que vemos en escena. Quedan en la retina del espectador algunos efectismos, como el 'bautismo' de Leonora, la perspectiva en espejo del tercer acto, la montaña de cruces de la última escena o la interpretación del 'Rataplán' con todo el coro tumbado y cantando en esa posición. Pero, en fin, todo ello sin un rumbo claro y concluyente. Por otro lado, resulta confuso emplear al mismo solista para los dos roles de Marques de Calatrava y Padre Guardiano, caracterizados además sin apenas diferencia. Si era algo premeditado, que no lo descartamos, no hemos sido capaces de ver a dónde se apuntaba con ello. Una representación, en conjunto, en la que el interés de las voces protagonistas de Harteros y Kaufmann eclipsó todo lo demás, que osciló desde lo rutinario de Fisch en el foso a lo banal de Kušej en la escena.
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