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Crítica: La Orquesta Sinfónica de Castilla y León estrena la 'Cuarta Sinfonía' de Jesús Rueda en Ibermúsica

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
17 de noviembre de 2017

RUEDA Y REPIN, EL RETORNO DE DOS GRANDES

   Por Pedro J. Lapeña Rey
Madrid. 14-XI-2017. Auditorio Nacional. Ciclo de Ibermúsica. Estreno mundial de la Sinfonía núm. 4 July de Jesús Rueda. Concierto para violín y orquesta en La menor, op. 82 de Alexander Glazunov. El pájaro de fuego (versión completa de 1919) de Igor Stravinsky. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Vadim Repin (violín). Director musical: Andrew Gourlay.

   Como es bien sabido, el ciclo de Ibermúsica lleva casi 50 años ofreciéndonos en Madrid a muchas de las mejores orquestas del mundo. En ciertas ocasiones, como en ésta, nos traen a orquestas patrias, que acostumbran a presentarse acompañando a grandes solistas y con programas atractivos. A la presencia en el concierto de un violinista de la talla del siberiano Vadim Repin, para el firmante el mejor violinista sobre la faz de la tierra en el periodo 1995-2010, se sumaba la siempre atractiva ocasión de escuchar una nueva obra del compositor madrileño Jesús Rueda. Ibermúsica, que también nos ha traído en estos años multitud de estrenos y primeras audiciones en España, le ha nombrado “Compositor residente”. La decisión nos parece muy acertada, ya que sin duda, es uno de los músicos más atractivos e importantes de su generación.

   Alumno entre otros del inolvidable Francisco Guerrero, quien tristemente nos dejó hace ya 20 años, Jesús Rueda ha ido creciendo en su carrera sin prisa pero sin pausa. En Madrid hemos asistido a varios de sus estrenos, a sus orquestaciones de varios de las piezas de la Iberia de Isaac Albeniz, y recordamos de manera especial los años 2004 y 2005, donde el ciclo Musicadhoy y la OSRTVE nos interpretaron sus dos primeras sinfonías, y poco después, la ORCAM junto a su entonces titular José Ramón Encinar, estrenó lo que entonces se publicitó como la tercera, El viaje múltiple, obra impresionante para coro y gran orquesta, de un impacto inmediato.

   Tras unos años con el pistón bajado, ha vuelto a la composición, y un claro botón de muestra es esta obra, su cuarta sinfonía. De nombre July, nos comenta el compositor que “llama la atención la numerosa nómina de autores que han plasmado sus sensaciones y experiencias ante la extraordinaria dimensión del verano: Coetzee, Berlioz, Mendelssohn, Pavese, Camus, Hesse... Acaso porque el periodo de estío materializa en sí todo un cúmulo de sensaciones fértiles y productivas, en el extremo opuesto a la oscuridad y el frío. Es lo contrario del enigma y su sombra, por ser luz y claridad; es el sueño de la posibilidad y de la plenitud”.

   La obra, de una duración cercana a los 30 minutos de duración, tiene 3 movimientos que se interpretan sin interrupción. La orquesta es de gran tamaño –la cuerda tiene formación 16/14/12/10/8 y el metal 6/3/3/1– y va ganando en interés según avanza. Comienza con toques que recuerdan a Gershwin, con la cuerda en pleno creando una base orquestal en escalas crecientes a la que en unas ocasiones se le suma la percusión que se imbrica de manera admirable, y en otras “juegan” el piano y el arpa. Cuando quienes se suman son los metales, las trompas nos dibujan sonidos que podrían pertenecer a obras del post-romanticismo, mientras trompetas y trombones nos perfilan escalas ascendente-descendentes algo disonantes, y que de tanto repetirse, pueden llegar a cansar. El discurso musical gana en atractivo en los movimientos posteriores, donde el compositor nos vuelve a llevar a su terreno, y los tuttis finales nos traen al mes de “julio y a la vida”. Personalmente no me llenó tanto como El viaje múltiple aunque seguro que ganará con alguna escucha posterior. Modélica la interpretación de la Orquesta y su director, que trabajaron la obra directamente con el autor, y que salvo algún pequeño problema de balance entre secciones –la cuerda a pesar de su tamaño quedó algo tapada en ocasiones– fue dicha con convicción y solvencia.

   Tras la obra de Rueda, continuó el programa con dos de las obras que la orquesta tocó el sábado pasado en el Auditorio de Valladolid, y que Agustín Achúcarro comentó en estas páginas. En Madrid, la conjunción solista y orquesta mejoró de manera clara. Vadim Repim ha perdido quizás algo de brillantez con respecto a lo que él conseguía hasta hace poco –la eterna comparación con sus interpretaciones del pasado es el precio que pagan los más grandes por el mero hecho de serlo– pero su elegancia innata –da gusto verle siempre erguido lo que contrasta con muchos de sus colegas que hasta en frases sencillas y líricas parece que se van a descoyuntar–, su facilidad de digitación, y la musicalidad que desprende en cada interpretación siguen siendo únicas. La música fluye con naturalidad, podríamos decir que casi “sin despeinarse” y su sonido sigue siendo inmaculado, pleno y robusto. La obra, que ya interpretó en diciembre de 2010 con la ONE y Josep Pons, es endiablada y en el movimiento inicial apreciamos algún apuro y alguna nota destimbrada, problemas que solventó, de nuevo con gran facilidad, a partir del movimiento lento. De ahí hasta el final, recuperamos al gran Repim de siempre.

   Tras el descanso, Andrew Gourlay y sus músicos nos dieron una buena interpretación del Pájaro de fuego de Igor Stravinsky –la versión completa de 1919 cercana a los 45 minutos –. Gourlay demostró una gran concepción de la obra, y la orquesta, tanto en las interpretaciones solistas– espectaculares el fagot en su tema estrella, y el trompa solista en la coda- como en conjunto demostraron su buen nivel actual y nos dejaron con ganas de volver a verles pronto.

Fotografía: Facebook OSCyL.

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