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Crítica: 'L'elisir d'amore' de Donizetti en el Teatro de la Maestranza de Sevilla

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Autor: Raúl Chamorro Mena
16 de mayo de 2016

L´ELISIR D´ADINA

Por Raúl Chamorro Mena
Sevilla. 13/V/2016. Teatro de La Maestranza. L’elisir d’amore (Gaetano Donizetti). María José Moreno (Adina), Joshua Guerrero (Nemorino, Kirill Manolov (Dulcamara), Massimo Cavalletti (Belcore), Leonor Bonilla (Gianetta). Dirección musical: Yves Abel. Dirección de escena: Víctor García Sierra.

   ¿Puede haber mayor genialidad que crear una obra maestra como L’elisir d’amore en apenas dos semanas? Sí, legar a la posteridad un puñado de obras magistrales para el teatro con ese ritmo de trabajo, soportando la presión intensa de los empresarios, de los divos, de la enorme competitividad que reinaba en el melodrama romántico italiano de la época, con un público y unos teatros ávidos de novedades, de nuevas creaciones, que eran como la música pop de la actualidad. Gaetano Donizetti supo triunfar en ese ambiente, con esas condiciones y lo más importante, ganar la inmortalidad con un buen número de títulos entre los que destaca, cómo no, este canto a la sencillez, a los buenos sentimientos, a la inocencia de las almas aldeanas combinada con esa astucia embaucadora de quien se pretende aprovechar de esa ingenuidad. Por encima de todo, una loa a la  alegría y entusiamo a la hora de encarar la vida, basada en una maravillosa escritura vocal, una música ágil, siempre refinada y unas melodías inspiradísimas.

   La producción que pudo verse en el Teatro de La Maestranza, firmada por Víctor García Sierra y basada en la serie de pinturas “El circo” de Fernando Botero debe valorarse positivamente. Colorista, divertida, ágil, clara en su exposición y muy vistosa, plasma adecuadamente ese optimismo vital de la ópera. No podía ser de otra forma, ya que el circo forma parte del mundo infantil de todos nosotros. Se agradece ver una producción que no pretende buscar sesudas interpretaciones y “dramaturgias paralelas” donde no tienen sentido alguno y que resulta muy agradable a la vista, permite seguir la acción y que el público empatice con los personajes. Además, lo más importante en la ópera y especialmente en este repertorio, de permitir que fluya el canto.

   En el elenco brilló con luz propia la Adina de María José Moreno, tan resplandenciente en lo vocal como chispeante y desenvuelta en lo interpretativo, dentro de la caracterización infantil del personaje en la presente producción en la que, incluso, se recorre por dos veces el escenario montada en bicicleta como si tal cosa. Estamos ante una artista que, con los años, se escucha cada vez más profunda como fraseadora y consolidada como intérprete, pero resultando, al mismo tiempo, cada vez más juvenil y lozana en escena, además de mantener la voz fresca. Después de comenzar algo dura, asentó inmediatamente su impostación, esa posición siempre alta, con agudos rutilantes, estupenda agilidad y un fraseo siempre cuidado, de gran refinamiento, unido a esa sensación de facilidad y seguridad de siempre.

   Joshua Guerrero posee un material grato y las notas que coloca tienen presencia y bonito color. Canta con gusto, pero a su fraseo le falta aquilatamiento, variedad, contrastes dinámicos y acentos. Es joven y podrá profundizar en todo ello. Mucho menos interesantes las voces graves. Massimo Cavaletti fue un Belcore de timbre seco, emisión engolada y modos canoros descuidados y vulgares. Totalmente incapaz para la agilidad. El búlgaro Kirill Manolov ha emergido al amparo de Riccardo Muti con el que ha interpretado Falstaff. Sus cualidades como comediante están ahí y las expuso en un Dulcamara extrovertido y exuberante en escena, pero vocalmente, el timbre es ingrato y duro, falto totalmente de elasticidad con un canto pedestre y un sillabato problemático.

   Un placer escuchar una voz tan bien colocada, fresca, limpia y de fácil y brillante ascenso al agudo como la de Leonor Bonilla, que aprovechó cada frase de su Giannetta. Una joven cantante a seguir.

   Yves Abel demostró su oficio y solvencia como director de foso acompañando adecuadamente al canto e imprimiendo un pulso y sentido narrativo idoneos, aunque su dirección resultó un punto pesante y metronómica. Bien la orquesta, mejor el coro.

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