Por Albert Ferrer Flamarich
Complete Concertinos para violonchelo y piano, Konzertstück en Re menor Op. 10 para violonchelo y piano. Martin Rummel, violonchelo. Mari Kato, piano. Naxos 8.573393 DDD 58 min.
Julius Klengel (1859-1933) es recordado principalmente por haber sido el maestro de violonchelistas tan ilustres como Emanuel Feuermann, Gregor Piatigorsky y Guilhermina Suggia. A él acudían discípulos venidos de toda Europa y, como Casals, aspiraba a la naturalidad en el modo de tocar frente a la técnica artificiosa y a menudo incómoda de las generaciones precedentes. Incluso fomentaba que sus alumnos aprendieran unos de otros. También fue un músico de orquesta competente y tocó durante muchos años en la Gewndhaus de Leipzig como primer atril (1881-1924), recogiendo la herencia familiar de su abuelo quien estuvo durante 50 años esta orquesta y su padre, música amateur, fue amigo de Mendelssohn. De hecho a los quince años ya se podía ver al adolescente Julius entre los músicos de esta orquesta y dos años más tarde triunfó como solista.
Klengel compaginó hábilmente su dedicación a la enseñanza, su puesto en la Gewandhaus (donde tocó a las órdenes de Nikisch y Furtwängler) y su carrera como virtuoso. Además fue compositor y, por supuesto, él mismo se encargó de presentar sus obras ante el público de su ciudad, considerada la capital del conservadurismo musical, y en la que pasó toda su vida. En consecuencia, no sorprende que la música de Klengel suene a Mendelssohn, Schumann o Brahms, referentes indiscutibles en Leipzig. Sin olvidar, a Beethoven. También ofreció sus composiciones en giras de conciertos como la ofrecida en Rusia en 1882 en la que presentó su Concierto para violonchelo nº 1 con Anton Rubinstein a la batuta o en Londres además de interpretar un abanico considerable de conciertos y composiciones para chelo de figuras como Bach, Beethoven, Romberg, Haydn, Brahms y otras figuras del siglo XIX. Lo hizo con un Antonio Amati de 1608 y llegó a grabar algunos movimientos de las suites de Bach sin acompañamiento, así como alguna pieza de Tartini.
Muestras del estilo del compositor que, como su Concierto nº 4 para violonchelo y orquesta, uno de los mejores de la tradición romántica cuya grabación fue comercializada por CPO hace algo más de una década, son los tres Concertinos recogidos aquí. Equiparables a sonatas para violonchelo y piano, éste siempre juega un papel secundario emplazado en acompañamientos rítmico-armónicos, como voz melódica de refuerzo con algunos interludios para descanso del violonchelo, o como tutti. Estos tres Concertinos son algunas de las muchas obras creadas por Klengel con vocación pedagógica, especialmente el primero Op. 7, de 1885, cuya estructura responde a una forma sonata en el Allegro inicial, a un bello andante con algo más de presencia del piano y un rondó conclusivo (o equivalente). Son composiciones sin amplios desarrollos, con una duración de los movimientos poco extensa, que se mueven dentro de la ortodoxia tonal y con una exploración de la articulación en general y la posición del arco y los dedos en concreto, más que otras posibilidades técnicas como el spiccato o el vibrato.
Estas directrices son compartidas con matices y variaciones por el nº. 2 y el nº. 3 aunadas en la facilidad, la organicidad discursiva y la pulcritud de la escritura. El Concertino nº 2, Op. 41, de 1904, tiende a un mayor despliegue virtuosístico, nada artificial, asimilable a un elegante tour de force en el violonchelo, mientras que el nº. 3, Op. 46, de 1909, comparte la frescura y la cantabilidad –hermosa llullaby del movimiento central– de los anteriores redondeando la audición de esta novedad discográfica. Una audición deliciosa cerrada por la Konzertstück Op. 10 (1885) caracterizada por su mayor dosis de virtuosismo y mayor peso del piano dentro una composición poliseccional, con un bello tema en el episodio del Andante y una brillante coda.
Como el resto del programa, esta Konzertstück es defendida por el austríaco Martin Rummel y la japonesa Mari Kato, con tanto entusiasmo e intensidad como depuración técnica y expresiva lo que refuerza la recomendación. Sin duda, son obras dignas de entrar en repertorio –por lo menos ocasionalmente– gracias a su aliento romántico, su equilibrio formal aparejado a la destreza técnica y al oficio compositivo, a la par que por su fácil comunicación y belleza. Como de costumbre, la edición de Naxos sigue sus parámetros escuetos aunque con unas eficientes notas de carpeta en inglés y alemán.
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