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CRÍTICA: 'DON CARLO' DE VERDI  VIAJA DE TURÍN  AL THÉÂTRE DES CHAMPS ELYSÉES DE PARÍS, DE LA MANO DEL FELIPE II DE ABDRAZAKOV. Por Alejandro Martínez

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Autor: Alejandro Martínez
5 de mayo de 2013
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HABEMUS PHILIPPUM

Don Carlo (Verdi). Théâtre des Champs-Elysées, París. 28/04/2013

      La compañía del Teatro Regio de Turín culminaba su tanda de representaciones del Don Carlo verdiano, en la versión de cuatro actos en italiano, con una visita al Teatro de los Campos Elíseos de París, con una representación en concierto, con idéntico reparto al propuesto en su ciudad de origen. El cartel presentaba un gran atractivo, con los nombres de R. Vargas, B. Frittoli, L. Tézier, I. Abdrazakov y D. Barcellona en los roles principales y con la batuta de G. Noseda al frente de los cuerpos estables del teatro turinés. La representación parisina, sin embargo, se vio alterada por algunos matices: el previsto Ramón Vargas fue sustituido por Stefano Secco y se anunció que tanto Frittoli como Tézier interpretarían sus roles aunque afectados por una congestión.  

      Sea como fuere, el mayor atractivo al término de la función resultó venir de la mano del Felipe II de Ildar Abdrazakov. Ya habíamos escuchado al bajo ruso encarnando al Mefistofele de Boito en Valencia y al Attila verdiano en Roma. Aquellas fueron impresiones muy favorables, aunque ninguna tan redonda y madura como en este caso. Debutó el rol el pasado mayo de 2012, en Lima, cosechando ya apreciables críticas. Encontramos su instrumento más redondo y con más presencia que en las ocasiones antes citadas. Si bien el instrumento sigue siendo algo romo, aunque va ganando punta y cuerpo poco a poco. Y sobre todo, una comprensión mucho más lograda del canto verdiano, de su exigencia cantabile, del equilibrio entre una emisión limpia y homogénea y un tratamiento teatral del texto.
      Nos convenció sobre todo el encaje entre su timbre, su tono mesurado pero nunca distante y la resolución impecable de la escritura vocal del rol. Dibuja un Felipe más joven de lo acostumbrado, con menos canas, diríamos y en consecuencia también con un timbre menos oscuro, sin un grave tan presente. Un Felipe más lírico, más vulnerable, menos tonante y autoritario, igualmente bien retratado en la contradicción de sus tres facetas, como padre, esposo y monarca. Por tanto, un Felipe absolutamente alternativo al que nos pueden ofrecer otros bajos ya en franca decadencia, como Scandiuzzi, que fue seguramente el Felipe más logrado desde los noventa, o Furlanetto, que nunca fue un gran Felipe, por mucho que sea el oficio, a causa de esa emisión ventrílocua y ese tono tan truculento y envarado.
      Abdrazakov ofrece precisamente un Felipe sin estridencias, sin excesos vocales, de línea limpia, con matices y una atención más que suficiente al texto, en la línea siempre honesta y profesional de un Colombara o de un Prestia, pero con un instrumento más atractivo que el de aquellos. Huelga decir que cabe esperar más de su Felipe conforme lo madure con el paso del tiempo, pero nos pareció que había ya en él un estudio muy logrado del rol. Su Felipe se sitúa así en la misma senda que el de Pape, que también ha ido madurante el rol, si bien con evidentes limitaciones en el grave, cosa que comparte en cierta medida con Abdrazakov. Pape, en todo caso, convence más por la autoridad del instrumento, de una presencia espléndida, que por la profundidad de su retrato psicológico, ciertamente poco verdiano. Abdrazakov, pues, nos pareció estar en la senda perfecta, con unos medios que maduran con homogeneidad, con una técnica sin estridencias y con un tono mesurado y teatral. Puede ser un gran Felipe II.
      Como decíamos al comienzo, no fue Ramón Vargas sino Stefano Secco el encargado de dar voz al protagonista de este título verdiano. Su Don Carlo fue más que notable. Si bien el timbre no tiene la personalidad y la belleza que todavía mantiene el instrumento del tenor mejicano, Secco es seguramente una voz más resuelta y brillante en el agudo que la de Vargas, a estas alturas de su carrera. No es menos cierto que Secco, seguro en su recreación de Don Carlo, ofreció un fraseo menos imaginativo que el que cabía esperar de Vargas, pero en conjunto ofreció una recreación bien lograda del infante. Quizá no sea un tenorissimo pero desde luego saca las castañas del fuego con sobrada dignidad, al frente de un papel con una escritura vocal tan comprometida como es este Don Carlo, construido siempre sobre el pasaje y con multitud de agudos expuestos, por un lado, y demandas de media voz y canto piano por otro. Más que convincente, pues, Secco en su sustitución de Vargas.
       Barbara Frittoli demostró que los cantantes son humanos, aunque a veces se nos pueda olvidar. Visiblemente afectada por el citado catarro, interpretó su parte entre mitigados carraspeos y con un pañuelo en la mano para empapar su nariz. En esas condiciones, no extraña lo agrio y abierto de su registro agudo. Lo meritorio es, sin embargo, sostener frases de genuina soprano verdiana incluso en esas condiciones. Se entonó, todo hay que decirlo, a partir del segundo acto, llegando al final en notable mejoría, ofreciendo una voz italianísima, carnosa y a un tiempo metálica, en la línea de una Daniela Dessì, en el "Tu che le vanitá", y un canto lírico hermosísimo en el dúo final con Don Carlo. Brava Elisabetta, pues, a pesar de todo, aunque nos hubiera gustado disfrutar de su arte en mejores condiciones, en plenitud de facultades.
       Ludovic Tézier es un barítono por el que tenemos especial aprecio y su Posa no desmereció un ápice de las expectativas depositadas en él. Se anunció, como decíamos, que interpretaba su papel afectado por un catarro, lo que se evidenció en alguna tirantez esporádica en el agudo. Nada que afectase de hecho a su fraseo y a su exposición teatralísima del rol. Con una natural nobleza, con un empaque vocal lleno de dignidad, retrató la fraternidad inherente al rol mediante un fraseo elegantísimo. Un Posa lírico, perfectamente empastado con el instrumento de Abdrazakov, lo mismo que con el de Secco, y con el arresto necesario para sonar vibrante en la escena del jardín. Su escena de la muerte fue irreprochable, haciendo gala de un fiato extenso, recreando el "Io morro" alla Cappuccilli, con una sola respiración.  
      Daniella Barcellona debutaba como Éboli en las citasdas funciones de Turín y nos sorprendieron en París sus logros con el papel, aunque también son evidentes las limitaciones. Curiosamente, donde más destaca es en los pasajes di forza, donde se requiere un canto más impetuoso, como el trío del jardín. Sorprendió, para mal, su incapacidad para la coloratura en la canción del velo y su irregular lirismo en el "Oh, mia regina", coronado eso sí por un vivísimo cierre en el "Ah, un di mi resta... Sia benedetto il ciel!". Una Éboli mejor de lo esperable, pero con asperezas importantes por limar, si bien el timbre, por color y extensión, se ajusta bastante bien a la parte.
       Marco Spotti interpretó al Gran Inquisidor, con la voz un tanto desbrozada y llena de sonidos tirantes y faltos de sustento y con un fraseo en exceso extrovertido y forzado. Nos gustó más F. Tagliavini aquí, al cargo del rol del Monje, que en su reciente cometido en el Teatro Real, con Los pescadores de perlas, aunque sigue antojándose un intérprete bastante primario y monolítico.
      Al frente de la orquesta del Teatro Regio de Turín se encontraba su director titular, Gianandrea Noseda. Nos habían gustado mucho anteriores compromisos verdianos con su batuta la frente, pero aquí nos dejó sensaciones contrapuestas. Acertó de pleno en la recreación de algunos ambientes, como en la escena del jardín, vertiginosa y violenta, o en el juego de dinámicas, caso del evocador preludio a la visita de Posa en la prisión de Don Carlo. Y sin embargo toda su recreación de la partitura se nos antojó acelerada, en exceso arrebatado y vibrante su pulso, y poco imaginativo y matizado en el fraseo. Como en una huida permanente hacia adelante, buscando un sonido grande, intenso, a menudo pasado de decibelios. Muy apreciable, en todo caso, el desempeño de la orquesta, al margen de las intenciones de Noseda, lo mismo que el coro, espléndido en sus intervenciones.
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