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CRÍTICA: EXCEPCIONAL 'DON CARLO' DE VERDI EN LA BAYERISCHE STAATOPER DE MÚNICH. Por Alejandro Martínez

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Autor: Alejandro Martínez
22 de agosto de 2013
Foto cortesía de la Bayerische staatsopera
UN CARTEL MEMORABLE

Don Carlo (Verdi). Bayerische Staatsoper, 28/07/2013

 

     Casi más que en el caso de ningún otro espectáculo, una ópera es tanto lo que acontece sobre la escena como el contexto que lo precede y lo circunda. En este sentido, conviene de vez en cuando no perder de vista esa singular adrenalina que es también aliciente principal de quienes disfrutamos asistiendo a representaciones operísticas. Nos gusta ser sorprendidos, no caer en la incómoda rutina de quien acude a un teatro con la misma actitud que quien acude a un establecimiento de comida rápida. Esa especial incertidumbre contribuye a menudo a engrandecer nuestro disfrute como espectadores, como fue el caso de la representación de Don Carlo que aquí comentamos. Quien firma estas líneas no disponía de entrada para la función en cuestión, agotadas sus localidades desde hacía meses, y no quedo otro remedio que esperar tres largas horas al sol, junto a un número creciente de intrépidos, confiando en la aparición, tarde o temprano, de gentes con intención de vender sus entradas a última hora. Y así sucedió: una hora antes de la representación comenzaron a llegar personas que no iban a poder hacer uso de sus localidades y las vendían. Afortunadamente, sin los vergonzosos trapicheos de reventas oficiales que se observan en otros lugares de no menor pedigrí, como Viena. De modo que la larga espera al sol tuvo su recompensa y pudimos finalmente disfrutar de un Don Carlo de campanillas. Sin duda, el mejor de los que hemos visto esta temporada (Viena, París, Londres). El reparto era uno de esos carteles prácticamente ideales, dignos de recordarse con el paso del tiempo: Kaufmann, Harteros, Pape, Tézier, Gubanova y Zubin Mehta en el foso de la Bayerische Staatsoper

     El Don Carlo de Jonas Kaufmann es ciertamente singular. No es el ideal ni por voz ni por acentos, tampoco por técnica, y sin embargo hay ahí un gran cantante y Kaufmann consigue sacar adelante el papel de un modo a menudo admirable. El timbre, de indudables resonancias baritonales, posee una firmeza intachable en el centro, bellísimo, y convence asimismo en el extremo agudo, sobre todo emitido a plena voz, cuando ofrece un metal generoso, aunque no alcanza a resolver un sonido squillante. Sin lugar a dudas, el instrumento es uno de los más expresivos y ricos del panorama actual y uno de los más destacados de las últimas dos décadas, con Alagna, Álvarez y Vargas cediendo poco a poco el testigo del trono tenoril, ya alcanzada la cincuentena en sus casos.

     Expresivamente su labor es de gran riqueza, aunque seguramente no siempre canónica. Más en particular, las medias voces de Kaufmann no concitan una valoración unánime. A algunos les parecen una ficción engolada e irregular y a otros se les antojan un prodigio más que estimable dentro de su singular técnica vocal. Seguramente la verdad esté en el justo medio. No siempre emite Kaufmann una media voz genuina, aunque siempre resulta admirable el esfuerzo por hacerlo, para introducir una mayor gradación y riqueza dinámica en su fraseo. El sonido generalmente es solvente, aunque escasamente italiano, si bien en ocasiones se queda algo atrás. Lo cierto es que consigue por esa vía componer un Don Carlo creíble lo mismo en el amor que en la política, y en el que se alternan con idéntica solvencia las intervenciones del joven apasionado y voluble con aquellas del hombre público, más vigoroso y decidido. Así, consigue como pocos un fraseo poético y emocionante en el último dúo con Elisabetta, al tiempo logra sonar vigoroso y altivo en el terceto del jardín o en el "Io vengo a domandar", dos de las escenas más exigentes de su partitura, donde Verdi casi requiere un spinto genuino y no tanto un lírico pleno. Sin duda, Kaufmann compone el Don Carlo más (paradójicamente) convincente desde el tiempo en que Plácido Domingo interpretaba el rol.

    Anja Harteros es una de esas cantantes mágicas, un tanto excéntricas, marcadas además por una agenda llena de desencuentros y cancelaciones, a las que sin embargo el público sigue de un modo incondicional, consciente de que la cantante ofrece algo musicalmente extraordinario. En este caso, Harteros recreó una Elisabetta de una riqueza admirable, con la dosis justa de temperamento y dulzura, de juventud y madurez, de pesadumbre y esperanza. Supo resaltar como pocas todas las facetas del rol, desde su condición de víctima a sus miedos, pasando por su coraje. Frasea como las grandes, deleitándose con el texto y su acentuación, con la mezcla justa de detenimiento y vigor, logrando un sonido de los que hacen el silencio a su alrededor. Áulica, regia, una Elisabetta como las grandes del siglo XX, de Freni a Gencer pasando por Tebaldi o Caballé. Tanto su "Non pianger, mia compagna" como su "Tu, che le vanitá" fueron sin duda dos de los mejores momentos de la representación, capaces de erizar el vello al más pintado. Ninguna Elisabetta hoy, salvedad hecha de Stoyanova, logra un retrato de tanta riqueza teatral y musical.

     Ludovic Tézier, sustituyendo al previsto Kwiecien, se entregó como ningún otro de los intérpretes en la que seguramente sea una de las mejores funciones que le hemos visto, y ya son muchas. Si bien hace unos meses confesábamos cierta decepción al haber escuchado en París a un Tézier irregular como Posa, afectado por una leve indisposición, en esta ocasión sólo cabe quitarse el sombrero ante su expresividad y su plenitud vocal. Técnicamente no es quizá una voz tan redonda e italiana como la que muchos asocian a este repertorio, pero no es tampoco, desde luego, el barítono lírico que era en los comienzos de su trayectoria. No en vano ha marcado ya el rol de Carlo V de Ernani en su agenda, después de haber debutado como Don Carlo di Vargas en la pasada Forza del destino del Liceo, con más que apreciables resultados. Seguramente no sea lo que entendemos por un barítono verdiano al uso, pero sí es desde luego un señor barítono, musical y teatral como pocos se encuentran hoy en día. Su Posa fue un recital de nobleza y lirismo.

    Ekaterina Gubanova es una cantante en fulgurante y justificada progresión. Ya nos había convencido anteriormente como Brangäne y como Fricka, y ahora asistíamos expectantes a ver su desempeño como Éboli, sustituyendo a la prevista Ganassi. Estamos ante un rol italianísimo, dramático y de endiablada dificultad técnica y expresiva, para una vocalidad un tanto híbrida. No en vano tantas cantantes han naufragado a menudo ante esta parte, incapaces de solventar a un tiempo las agilidades de la canción del velo y el exigente cuadro con el que termina su intervención, el "O don fatale!". Gubanova solventó con pasmosa facilidad toda la partitura. Cabe todavía demandarle un mayor matiz en algunas escenas, pero nos sorprendió francamente comprobar su madurez interpretativa y su solvencia vocal con esta parte, haciendo gala además de un timbre cada vez más rico y expresivo, que recuerda, y no poco, al de la gran Christa Ludwig.

     Rene Pape es un cantante sólido, incluso a veces demasiado sólido. Compuso en esta ocasión un Felipe un tanto envarado y tonante, de acentos demasiado fieros, poco dubitativo, no todo lo frágil y humano que cabría esperar. Vocalmente intachable, eso sí, aunque expresivamente de un sólo trazo. Nos gustó mucho la intervención de los otros dos bajos, Taras Shtonda como el Gran Inquisidor, y Goran Juric en su doble faceta de Monje y Carlos V. Desde el foso, al frente de una orquesta epatante, el veterano Zubin Mehta optó por una lectura expositiva, de fraseo lento y dilatado, recreándose en esa música maravillosa que compuso Verdi escena tras escena. El resultado fue una dirección a menudo majestuosa y contundente, si bien levemente pesante en ocasiones, como en el "Lacrimosa", donde se echó de menos un tiempo más acelerado y rítmico. Cabe destacar que se optase por  ofrecer una versión bastante completa, italiana en cinco actos, comenzando con el coro de campesinos hambrientos ("L'inverno è lungo! La vita è dura!") e incluyendo no sólo cortes habituales como el "L´ora fatale è suonata" sino también la maravillosa escena que sigue a la muerte de Posa, el "Carlo, il brando ormai riprendi... Qui rende a me quest´uom?", empleando Verdi ahí la música que después escuchamos en el "Lacrimosa" de su Requiem.

     La propuesta escénica de Jürgen Rose es de un calado netamente clásico, conservador, pero se muestra generalmente más lograda que las de Londres y Viena, de idéntico planteamiento y con las que de hecho guarda frecuentes concomitancias, siendo aquellas en general más mediocres que la vista en Múnich. Destacan aquí una eficaz iluminación (Michael Bauer) y un bello vestuario, a cargo del propio Rose. La dirección de actores se diría más intuitiva que meditada. Por otro lado -no nos resistimos a mencionarlo-, esta puesta en escena tiene un momento francamente cómico, por incongruente, como es el desfile de varios pasos procesionales típicamente andaluces, giratorios para más hilaridad, en mitad del auto de fe. Alguien se ha confundido... la fe de un Auto y la fe de las procesiones de Semana Santa no son exactamente la misma.

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