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Crítica: «El muro del diablo» de Smetana en la Ópera de Ostrava

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
23 de marzo de 2024

Crítica de El muro del diablo de Smetana en la Ópera de Ostrava [República Checa]

«El muro del diablo» de Smetana en la Ópera de Ostrava

La última piedra del camino

Por Pedro J. Lapeña Rey
Ostrava. 09-III-2024. Národní divadlo Moravskoslezské (Teatro Antonín Dvořák). El muro del diablo (Bedřich Smetana/ Eliška Krásnohorská). Martin Bárta (Vok Vítkovic, señor de Rožmberk), Kateřina Jalovcová (Záviš, su sobrino), Luciano Mastro (Jarek, caballero de Vok), Lívia Obručník Vénosová (Hedvika, condesa de Šauenburka), Gianluca Zampieri (Michǎlek, vigilante del castillo), Veronika Kaiserová (Katuška), Josef Škarka (Beneš, un monje), František Zahradníček (Rarach, el diablo). Orquesta y coro del Teatro Nacional Moravia Silesia. Director Musical: Marek Šedivý. Dirección de escena: Jiří Nekvasil.

   Para la que fue su última ópera, Smetana pidió a su libretista Eliška Krásnohorská una ópera bufa, al estilo de El barbero de Sevilla, que le ayudara a olvidarse de su sordera y de sus consecuencias. Como era habitual en ella, combinó personajes históricos del s. XIII, como la familia Rožmberk, una de las más antiguas del país, con dos leyendas checas que tratan sobre una escarpada pared rocosa que domina el río Moldava junto al antiguo monasterio de Vyšši Brod, en el sur de Bohemia. En la primera, un miembro de la familia cayó al río, se lo llevó la corriente, y al salvarse, prometió construir un monasterio para celebrarlo. La segunda contaba que el diablo quería inundar un monasterio que ya estaba construido en la zona. Con ambas leyendas, la Sra. Krásnohorská escribió un libreto en que el fundamento de la trama era la lucha entre la Iglesia y el diablo. Entre esta historia y El barbero de Sevilla había mucha distancia por lo que Smetana le pidió modificarlo. Ella lo aligeró, pero la mente del compositor, ya con claros indicios de demencia, variaba de manera habitual. Sufría fuertes jaquecas, alucinaciones y un principio de locura progresiva, por lo que difícilmente podía componer más de media hora seguida, y entre unas cosas y otras, eliminó más de un tercio de los versos de Krásnohorská, incluidos muchos de los aspectos más cómicos de la obra, y la historia se enmarañó. 

«El muro del diablo» de Smetana en la Ópera de Ostrava

   Las consecuencias saltan a la vista. Por primera vez en un músico tan serio y compacto como el bohemio, la música carece de un discurso musical coherente, y es más un conjunto de pinceladas -la mayor parte de ellas muy brillantes- que una obra consistente. Por momentos es alegre, por momentos muy compleja. Probablemente, él en su mundo -y un poco a la manera del último Beethoven- fuera el único que la comprendiera sin problemas. El estreno fue el 29 de octubre de 1882 y no funcionó. Debía haberse hecho en el recién estrenado Teatro Nacional, pero un incendio lo destruyó poco después por lo que se tuvo que trasladar al Nuevo Teatro Checo. Tres semanas antes, Antonín Dvořák había triunfado en el mismo escenario con el estreno de Dimitrij, y pareció bastante claro que ya el testigo de pope de la música checa se había cambiado de manos. Smetana había escrito meses atrás: Mi ópera será un enigma para muchos críticos. Parece que lo fue para casi todos.

   A pesar de lo comentado, la obra tiene muchos atractivos. La maestría musical del compositor ya venía de atrás. La obra desprende imaginación teatral y musical. Utiliza una amplia gama de recursos expresivos y armonías innovadoras. Es una especie de collage de exuberancia romántica, comedia, sensibilidad -íntima en las arias y en los dúos-, sofisticación -en los concertantes y en las escenas corales- y disonancias. Vemos claramente como anticipa la música del siglo XX. El libreto nos cuenta la disputa entre el monje Beneš y el diablo Rarach para hacerse con el monasterio, y más aún, con el alma de Vok Vítkovic, el señor de Rožmberk y mano derecha del Rey de Bohemia. Éste vive en soledad sin haberse casado ni prolongado su estirpe. Al final, y tras todo tipo de situaciones, unas más cómicas que otras, volvemos a tener final feliz, cuando se puede unir a Hedvika, la condesa de Šauenburka.

   Al revés que en días anteriores, Jiří Nekvasil, el intendente del teatro y responsable de la puesta en escena, no se sumerge en la tradición sino que adopta un tono mucho mas simbólico. Eso sí, sencillo y directo. La dirección de actores vuelve a estar muy cuidada, y las claves de la obra se reflejan de la mejor manera. Tenemos presente la lucha por la riqueza y el poder entre el monje y el diablo, la lucha de Vok por el amor de Hedvika, la lealtad de Jarek a su juramento, el amor de Katuška por éste. En fin, todo está ahí, y también la imagen omnipresente del compositor que a su vez también parece que se prepara para transitar hacia el mas allá. La escenografía de David Bazika adopta un tono marcadamente cubista e incluso constructivista. Grandes muros de piedra, varias fotografías del compositor proyectadas sobre ellos -que se ponen rojas cuando es el diablo el que actúa-, la escalera que sube hacia la silla del trono y la propia silla se disponen para recrear el bosque alrededor del castillo de Rožmberk, el propio castillo, la cabaña del pastor donde Rarach tienta a Jarek, o los alrededores del monasterio. Incluso los muros se abren en la escena final de la tormenta y la inundación consiguiendo un efecto imponente. Y en un guiño final hacia la propia obra, en la escena final, una maqueta del Teatro Nacional arde en el escenario, como lo hizo en su día meses antes del estreno de la obra.

«El muro del diablo» de Smetana en la Ópera de Ostrava

   Volver a hablar del elenco es repetirme sobre lo dicho en funciones anteriores. Ausencia de figuras, artistas de la casa -o de otras compañías checas- con un nivel más que estimable, sólidos y entregados, que garantizan una representación idiomática, y que disfrutan y nos hacen disfrutar. Por segundo día consecutivo, Martin Bartá exhibió su timbre broncíneo y metálico como Vok Vítkovic, dándole los distintos tonos expresivos necesarios en cada momento: admiración hacia su leal Jarek, amargura por no conseguir que nadie le ame, y lirismo casi juvenil cuando se le abre la posibilidad de conquistar a Hedvika, siempre manteniendo el porte regio del personaje. Ésta fue la soprano Lívia Obručník Vénosová, que aun manteniéndose algo distante mostró una voz interesante de emisión correcta. El tenor italiano Luciano Mastro fue un Jarek entregado, algo tirante en el registro superior, pero que dotó de entrega a su personaje y de amargura a sus encuentros con su novia Katuška, ante la imposibilidad de romper el juramento por el que no se casará hasta que no lo haga su señor. Katuška fue Veronika Kaiserová de timbre sano y radiante, que no termina de asimilar el sufrimiento que le supone la espera. Quizás le faltó algo de humor a Gianluca Zampieri como Michǎlek, el vigilante del castillo, que convirtió un personaje casi bufo en un protagonista más, que alberga la ilusión de convertirse en cuñado de Vok, si éste elige a su hija como esposa. La mezzo Kateřina Jalovcová fue un más que adecuado Záviš, el joven sobrino del señor Vok, dándole un tono casi heroico, y por último, muy adecuada la pareja Josef Škarka y František Zahradníček como el monje y el diablo. Tanto juntos como por separado fueron capaces de crear estos dos divertidos personajes que se disputan todo.

   A los mandos de la nave, el director Marek Šedivý, que una vez más sacó petróleo de la orquesta del teatro con una versión equilibrada y brillante, de trazo fino, a la que solo echamos en falta algo más de la energía que nos dio las dos primeras noches. Una noche más, el coro volvió a estar soberbio. Smetana le da una importancia tremenda en casi todas sus obras, y aquí no fue una excepción. Yuriy Galatenko, su director, responsable una tarde tras otra de su buen hacer, consiguió que éste respondiera empastado, equilibrado, colorido, muy flexible, y que fuera capaz de expresar todo tipo de estados de ánimo. 

   Una nueva pieza más, en este caso la última terminada –no pudo terminar Viola, obra que había empezado a bosquejar en 1874 y en la que trabajó sus últimas semanas- del ciclo completo de las óperas de Smetana. Una obra compleja, interesante, discontinua por momentos, con momentos extraños, y que combina música muy atractiva con otra que nos puede anticipar lo que hubiera sido el futuro de este compositor, que lamentablemente, a estas alturas estaba ya más allá que acá.

Fotos: Martin Popelář

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