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PABLO HERAS-CASADO, director del Festival de Granada: 'Un festival no está para ganar dinero ni para programar eventos obvios, sino para abrir fronteras'

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Autor: Mario Guada
21 de mayo de 2018

PABLO HERAS-CASADO, director del Festival de Granada: 'Un festival no está para ganar dinero ni para programar eventos obvios, sino para abrir fronteras'

   Una entrevista de Mario Guada | @elcriticorn
   Fotografías de Fernando Sancho
Es uno de los directores de orquesta más codiciados del panorama internacional de la actualidad. Reparte su tiempo entre su puesto como Principal Director Invitado del Teatro Real –donde se encuentra estos días dirigiendo Die Soldaten, de Bernd Alois Zimmermann, con notable éxito–, al que suma sus relaciones habituales con la Orchestra of St. Lukes de New York, de la que fue Director Principal entre 2011 y 2017 –ahora primer Director Laureado de la misma– y la Freiburger Barokcorhester, así como varias de las orquestas más potentes del presente. Interesado por un repertorio de amplio espectro, que cubre desde la obra coral de los Praetorius y Claudio Monteverdi, hasta la producción orquestal de Béla Bartók o Piotr Ilich Tchaikovsky, pasando por la ópera wagneriana y el sinfonismo decimonónico de autores como Robert Schumann y Felix Mendelssohn, se debate entre la interpretación con criterios históricos y la visión más tradicionalista de la música. Recibe a CODALARIO entre sus últimos ensayos previos al estreno de Die Soldaten, para hablar exclusivamente de su nueva faceta como Director del Festival Internacional de Música y Danza de Granada, cargo en el que se estrena este 2018. Hablamos sobre sus expectativas, objetivos, su concepción de la programación artística y de todo lo que depara su primera edición al frente del Festival de Granada, que se inaugura el próximo 22 de junio.

   Usted se estrena al frente del Festival Internacional de Música y Danza de Granada, sin ninguna experiencia previa en la gestión de un festival musical. ¿Qué le lleva a interesarse en este puesto o cómo surge la posibilidad de ocuparlo?

   Es cierto que no tengo una experiencia previa en programación musical para un festival, pero en cambio, todos estos años –sobre todo en los últimos, en los que he tenido más opción– me ha surgido la oportunidad de programar con orquestas y teatros de ópera según mi criterio. Programo toda mi temporada combinando según qué repertorio con una u otra orquesta, solistas… Cada temporada y a dos o tres años vista. En mi día a día estoy, pues, acostumbrado a ello, tengo esa frescura de buscar repertorio combinando obras y conociendo a todos con los que voy a colaborar. En este sentido, para mi labor en el festival es algo que me pilla muy a mano. Es otro contexto, por supuesto, pero en cierta forma similar. En cuanto a la oportunidad, fue el INAEM, pero también el Ayuntamiento de Granada y la Junta de Andalucía –que son los patronos del festival–, los que mostraron interés en que esta nueva relación profesional se pudiera llevar acabo. Ellos ya tenían mi nombre en mente y comenzaron a proponerme esta posibilidad. En un principio no lo vi claro, porque era algo que no estaba en mis planes, ni remotamente, pero poco a poco comenzamos a darle vueltas a la idea y me fui dando cuenta de que había una unanimidad en las instituciones en cuanto a mi persona –algo siempre importante en este ámbito–; ellos tenían claro mi perfil, lo que podía aportar y cual era mi situación profesional. Tras pensarlo, no sé si mucho o demasiado poco, decidí aceptar el cargo.

   Para una parte importante del sector musical, la idea de tener a intérpretes al frente de festivales y ciclos musicales como programadores es una práctica cuando menos discutible. ¿Qué opinión tiene al respecto?

   Respeto la idea, pero considero que no tiene fundamento. Cuando hablamos de programación, de visión artística y de conjunto, no entiendo por qué alguien que esté formado en la gestión cultural, tenga nociones de gerencia o experiencia en el campo debe tener una mejor visión artística de un festival que un propio artista. Considero que debe estar en la honestidad de cada cual el saber si puede hacerse cargo de dicha labor o no. Obviamente, sé que no es simplemente programar, pensar programas y conciertos. Al igual que un director de orquesta, que tiene que saber no solo cuando, donde y qué tiene que ensayar, sino que ha de controlar muchas más cosas, aquí sucede lo mismo, como la comunicación de tus proyectos, la gestión con compañías discográficas de las grabaciones, gestionar el calendario, los recursos a los que tienes o puedes tener acceso, la logística, el marketing… Hay muchos factores que están en contacto en relación a ser el director de un festival y ser también un director de orquesta, pues este último te obliga a dirigir también tu carrera. Si un director tiene una carrera internacional, por ejemplo, esto le supone gestionar los múltiples elementos que ello conlleva. Cuando uno tiene delante una producción de ópera como la que estoy llevando a cabo estos días [Die Soldaten, en el Teatro Real], tiene que estar sincronizado con cada departamento, además de controlar la logística de todo lo que supone, controlar los ensayos, ver cuántos puedes hacer con la orquesta, el coro, los solistas, combinándolos… Son elementos tan importantes como la propia cuestión artística, la cual estoy acostumbrado a gestionar desde hace unos veinte años, cuando formé mis propios ensembles, cuando buscaba financiación y recursos para conseguir conciertos aquí y allá, para poder llevar a buen puerto un proyecto, que es, al fin y al cabo, lo importante. Son muchos elementos y muchos niveles los que hay que controlar. Con esto no quiero decir que cualquier artista o director de orquesta esté preparado para ponerse al frente de un festival, pero sí que es algo que se puede hacer perfectamente. Para mí es una ventaja estar conectado día a día con todos esos niveles de la gestión y de la programación. Y en cuanto a la programación pura y dura, por supuesto que es posible, dado que soy artista y conozco cómo está la situación actual, además de a muchos de los artistas del panorama. Por otro lado, esto no es nada nuevo. Hay otros muchos casos de artistas que han estado al frente de festivales importantes, empezando con Karajan en Salzburg –salvando todas las distancias, por supuesto–. Lo mismo sucede con algunos directores de escena. Es otro tipo de modelo, nada más.

   Imagino que, por cuestiones de agenda, usted tiene un equipo amplio y solvente detrás que le ayude a la hora de realizar esta labor en la dirección del Festival de Granada. ¿Cómo se desarrolla el día a día en esta nueva labor de programador?

   Por supuesto. Es impensable hoy día que un festival de este calibre se gestione sin contar con un equipo amplio y preparado al respecto. Yo cuento, obviamente, con el mío, un equipo de profesionales con experiencia en la gestión del festival, con los que procuro estar en contacto constante para que todo fluya como debe. Intento viajar a Granada cada tres semanas para ir supervisando lo que está sucediendo con los preparativos del festival y estar siempre al tanto de lo que pasa. En ese sentido, me gusta tenerlo todo controlado y estar siempre encima de lo que los distintos equipos van realizando, para que no haya nada que me pueda pillar de sorpresa y desinformado.

   ¿Qué supone para usted, como granadino, estar al frente del festival más importante de su ciudad y uno de los más afamados del territorio español?

   Hay que tener en cuenta que yo he crecido en esta ciudad y con este festival. Yo mismo he sido voluntario del Festival de Granada en varias ocasiones y he vivido con ilusión lo que supone este evento cultural en la ciudad. Por tanto, para mí es evidentemente algo muy especial y me da la oportunidad de desarrollarme en una vertiente artística más, lo que siempre es absolutamente positivo. Por otro lado, en lo personal es además un orgullo inmenso, no solo para mí, sino también para mi familia. Mis padres, por ejemplo, aunque han viajado bastante conmigo y me han visto subido en escenarios importantes de medio mundo, sienten este cargo como algo muy especial y les emociona saber que estoy en una posición tan trascendente para mí en contacto con mi ciudad. Me quedo con esto, pero también con el reto que supone y lo que espero poder llevar a cabo en «los festivales», como lo llamamos los granadinos.

   ¿Qué espera aportar al festival con su llegada?

   El objetivo más importante para mí es darle al festival un perfil inequívoco, es decir, que lo haga reconocible a todos los niveles. En lo artístico y lo dramatúrgico es muy importante darle algo con lo conecte con su historia, con su entorno cultural, sus monumentos, con la propia ciudad, con un lugar en el –directa o indirectamente– han pasado muchas cosas y muchas personas. Sencillamente que tenga algo que contar. Cuando uno va a Granada, igual que sucede con otros festivales, sabe que va a ver algo que no podrá ver en Salzburg, en Wien, Paris, Berlin o en Madrid, incluso. Esto es realmente importante. A partir de aquí viene la comunicación, que hay que hacer e intentar hacerla lo mejor posible. Esto es algo muy granadino: aquí estamos acostumbrados a ser de Granada, a tener la Alhambra y ese centro histórico-cultural que tenemos. No quiere decir que lo menospreciemos, ni mucho menos, pero a veces se da por hecho. Y en cuanto al festival –o «los festivales»– es muy habitual que se dé por hecho que está ahí y que en esta ciudad tiene mucho éxito –es muy importante esa relación con el público, que lo cuida y mimo mucho–, pero hay que ir aún más allá y proyectar nuestra imagen en aquellos que puedan venir potencialmente, pero también en los que quizá no tanto. Hay que pensar sin duda en proyectar, en darle un contenido y saber contarlo. En cuanto a esta primera edición de la que me encargo, sucedió algo que fue a la vez un hándicap pero también una ventaja, y es que no había nada programado para este 2018, por lo que hemos podido –aun con mucha prisa– construir algo desde la base e intentar que, si no todos los conciertos, sí la gran mayoría sean eventos artísticos que ocurran únicamente en Granada, que se conciban para el festival, que sea casi una «producción propia», es decir, programas diseñados y pensados para este festival; en definitiva, ir más allá de lo más fácil, que es comprar giras. Entiendo que hay que intentar, como sea, dar esa personalidad. En este sentido –aunque también lo pueden hacer otros– tengo la posibilidad, con casi cualquier artista que acuda a Granada, de hablar directamente con él sobre los programas y no hacerlo a través de sus agencias o de las listas de conciertos en la que te quedas con lo que te puede interesar de lo que te ofrecen. Queremos crear algo propio, pues esto ya le da una personalidad propia al festival. Por lo menos esta es nuestra intención. Puedes equivocarte o no, pero de esta manera al menos estás insuflando ese carácter propio. Otra fórmula, por supuesto, es programar una Cuarta de Brahms, una Segunda de Mahler, unos cuartetos de Haydn y unas Vísperas de Monteverdi, pero creo que el Festival de Granada tiene que intentar contar toda la riqueza cultural que tiene la ciudad. Por ello, esta es mi primer y principal obsesión. A partir de aquí, hay que intentar comunicarlo de la mejor manera posible para que sea un evento cultural de referencia.

   Usted ha decidido darle visibilidad internacional al festival, presentándolo –además de en Madrid– en París –hace pocas fechas– y New York –el octubre pasado–. ¿Por qué este fuerte interés en la promoción en capitales nucleares del panorama musical? ¿Qué espera conseguir con ello o por qué lo ve necesario en relación a la línea de trabajo anterior en la dirección del festival?

   Es una intención es cierta manera obvia, que solamente se puede hacer de esta manera para lograr articularla en un futuro de forma más prominente, incluso. Lo de New York fue hecho de una manera muy rápida, aprovechando que la Consejería de Turismo de Andalucía me había solicitado hacer una presentación de la comunidad en la ciudad, coincidiendo con unas fechas en las que tenía un concierto en el Carnegie Hall, y casi como si de una especie de embajador de Andalucía en New York se tratase. Acepté, pero les propuse que ya que estaba al frente del festival sería una oportunidad muy buena para poder presentarlo también, como un evento importante dentro de la región. Esta fórmula ya existe hace mucho –Aix-en-Provence o Lucerne, por ejemplo–, con festivales que tienen al otro lado del Atlántico asociaciones que promueven la divulgación de sus actividades en los Estados Unidos. Con ello logras dar visibilidad, que es muy importante, pero también buscar nuevas vías de financiación al otro lado del charco. Llevo ocho o nueve años trabajando en New York de forma constante y es sin duda una de las ciudades donde más filantropía cultural existe. Por tanto, es una cierta forma de utilizar mis recursos personales para poder llevar a Granada a gente que se entusiasme con el festival, que le dé visibilidad y que también ayude en otros aspectos a este. Por otro lado, es importante crear relaciones institucionales, por si en algún momento fuera posible traer a Granada a un ballet o algún artista en colaboración con American Friends of Granada Festival, por ejemplo. Todo esto es algo que claramente enriquece culturalmente cualquier evento. En París fue sobre todo por cuestiones de programación, pero también porque es importante presentarse en alguna ciudad europea y que ello sirviera para dar al festival otro canal más de difusión. Siendo, además, un festival que tiene claras conexiones francesas, eso ayuda a que exista una colaboración que hemos creado con el Institute Français y la Alliance Française, que nos ayudan a traer a periodistas a Granada, por ejemplo. En definitiva, alianzas institucionales y culturales que ayudan al festival. Todo esto no es puramente programación, pero son cosas con las que estoy acostumbrado a trabajar, y sin duda ayudan a que todo se desarrolle de una forma más fácil. Uno ha de moverse, y creo que es fundamental que lo hagamos en este sentido. Por otro lado, es una cuestión estratégica, con la que esperamos, poco a poco, ir sumando. No va a hacer que de un año a otro cambie la dimensión del festival, pero sí que poco a poco vayamos aspirando a ampliar la visión universal que tiene que tener el festival. En el futuro me gustaría que hubiera este hábito de presentar el festival en este y otros lugares. Hace pocos días hablaba con el director de Festival de Teatro Clásico de Almagro, que uno puede pensar casi como un nicho, algo muy específico. Sin embargo, me comentó que además de presentarlo en Madrid van a hacerlo en London y Berlin, en colaboración con el Instituto Cervantes y embajadas. ¿Es algo que tendrá un impacto inmediato y concreto? Pues sí o no, pero sin duda es algo que ayuda a este tipo de eventos, que son cultura con mayúsculas y que viene de España, a que de una manera u otra puedan influir en el panorama internacional. Creo que a este tipo de eventos, que deben estar por encima de las personas y de cualquier otra cosa, hay que aportarles universalidad, mucho más allá de la venta de entradas –en el Festival de Granada no existe ese problema, siempre estamos rondando el 96 o 98% de ventas–, en una búsqueda real de aportar dimensión al evento en sí mismo. Yo también tendré que intentar que se sigan vendiendo todas las entradas y que el festival sea rentable en ese sentido, pero también hay que tomar cierto riesgo.

   En este primer festival al frente de la dirección artística se han volcado, como no podía ser de otra forma, en la efeméride del centenario Debussy, incidiendo además en la fuerte conexión musical París-Granada de otros tiempos. ¿Explíquenos en detalle su propuesta al respecto?

   Me da la impresión, en ocasiones, que en las programaciones –y también a la hora de hacer un programa de concierto– los artistas subestimamos la importancia de ofrecer un buen menú. No se trata simplemente de cómo toques, que es importantísimo, sino también de cómo combinas el orden; es algo muy difícil y casi tan importante como la interpretación en sí. Es realmente relevante que lo que se propone sea del agrado del «comensal». Hay ocasiones en las que tener una unidad o presentar un hilo conductor –más o menos obvio– es esencial. Y si se presenta una buena excusa para darle al festival esta especie de leitmotiv, que es el centenario de Debussy, pues tanto mejor. Pensar en algo que sea quizá más intrincado me parece, por otro lado, más interesante que algo que sea más obvio. En este caso con Debussy hay una relación obvia entre Granada y París, pero no solo, sino también en esa búsqueda de lo exótico, en su actitud iconoclasta respecto al ocaso de la estética romántica, en Granada y la Alhambra como destino de tantos artistas, escritores, pensadores que encontraron allí un escape europeo en una cultura que es cruce de caminos entre numerosos elementos. Debussy, y otros, soñaban y pensaban la Alhambra de esta manera. Aparte de la relación epistolar entre Debussy y Falla, además de la manera tan curiosa en la que él «visita» Granada, todo este cruce se debe ver reflejado. Tenemos una Carmen con la Compañía Nacional de Danza, por ejemplo, que representa ese mito español profusamente reinterpretado por los franceses. Me interesan especialmente esos cruces de historias, lo que los españoles buscaban en lo que la modernidad y la vanguardia parisina suponían, mientras otros buscaban romper con la tradición de una forma más sensorial. Por tanto, poder contar desde un lugar como la Alhambra esta dimensión de Debussy me parece realmente interesante. Nadie, además de Granada, tiene una Puerta del Vino sobre la que Debussy compuso precisamente su Prélude a La Porte du vin, u otras estancias que le inspiraran obras como Lindaraja. Incluso en Iberia, aunque no es explícito, en su versión obra orquestal Images, en el movimiento Les parfums de la nuit, es como si se tratara de la Noche en los jardines de España, con ese movimiento de habanera lento… Es Granada. Es la Alhambra. No se sabe a ciencia cierta, pero así lo evoca. Por eso, aunque el centenario Debussy debemos celebrarlo por cuestiones culturales obvias y en este mundo en que nos movemos hoy día, en el que cuando hay una efeméride es necesario celebrarla, porque sirve como una buena excusa para hacer música; hay que hacerlo también porque creo que Debussy todavía es un compositor moderno –en mi experiencia con las orquestas, incluso con las grandes, todavía resulta su lenguaje extremadamente complejo y si realmente quieres plasmar todo lo que hay dentro de su música, es complejísimo– que hay que engrandecer más. Incluso otros autores modernos, como Stravinsky y La consagración de la primavera, resultan quizá más ancladas en cierta forma en la tradición y sin duda forman, en mayor medida, parte del repertorio que la música de Debussy. Pienso, por tanto, que es una magnífica ocasión para rebuscar en esa modernidad que Falla buscaba en Paris y una excusa para poner a Debussy más en el foco...

   El festival se inaugurará, además, con usted dirigiendo al conjunto Les Siècles, en un monográfico Debussy. Puede que a algunos les sorprenda la elección del conjunto instrumental. ¿Por qué este y no otro?

   El hecho de poder abrir el estival con una orquesta como Les Siècles me hace realmente mucha ilusión. Fue una cuestión que surgió antes de surgió antes de decidir si iba a inaugurar o no el festival, puesto que Les Siècles y François-Xavier Roth ya tenían confirmada su asistencia al festival el primer fin de semana, pero a su titular no le cuadraba en agenda la primera de las dos fechas de sus conciertos, por lo que buscamos algunas fechas alternativas y especialmente opciones para un segundo director entre algunos maestros de gran nivel que admiran también a esta orquesta. Finalmente, él me lo propuso a mí. Yo tenía en mente dirigir algún concierto en el festival –algo que ya estaba sobre la mesa en el momento en el que acepté el cargo y que veo totalmente natural, pues soy artista también–, y en ese momento pensé: ¿por qué no hacerlo con una orquesta de este tipo, que está también muy cercana a mi manera de entender la música? Para mí es realmente importante, pero más que por una mismo, por otras cuestiones, como presentar a Les Siècles en España, por ejemplo, pues no han estado con anterioridad, además de poder hacerlo en este homenaje a Debussy. Y hablando no ya como director del festival, sino como aficionado, creo que es un concierto en el que me apetecería mucho estar, porque he escuchado varias de sus grabaciones, pero nunca he podido experimentar en directo este repertorio con instrumentos de época, que es algo fascinante. Por tanto, yo compraría las entradas para escuchar este concierto si no lo fuera a dirigir, y le regalaría entradas a mi círculo cercano. Para mí prima esto que no quizá el haber elegido una orquesta de mayor renombre. Podíamos haber dispuesto que la apertura fuera de la mano del Mariinski, por ejemplo, que es una orquesta de relumbrón, pero Les Siècles; «¿esto qué es?», puede que se pregunten muchos. Pero hay que hacerlo. Simplemente. Y el año que viene –estoy en ello–, pues algunas de estas habrá de nuevo. Un festival no está ni para ganar dinero, ni para programar eventos obvios, sino para abrir fronteras.

   La programación de la 67.º del Festival de Granada presenta, como es habitual, una programación abierta y variopinta, que se centre de forma poderosa en ciertos ámbitos. Aparte de lo mencionado hasta ahora, ¿tiene previsto dar algún giro importante en relación a la línea de trabajo anterior, algún as en la manga que vaya a mostrar a lo largo de los próximos años, o se mantendrá más conservador, preservando lo que se venía haciendo hasta ahora?

   Lo primero, absolutamente. Mi idea es continuar con esta línea de nuestra primera edición, que presenta notables cambios en este sentido, como hemos venido comentando. El festival tiene que ser, además, generador de repertorio, al igual que Granada y la Alhambra han sido una inspiración. Es necesario que exista este diálogo creativo con la actualidad, pero también que se reinterprete el patrimonio, no solo encargando una obra a un compositor, sino que tengan, por ejemplo, a la ciudad y su historia artístico-cultural como motivo de inspiración –en nuestra programación hay un apartado importante en relación a estrenos y encargos a compositores de nuestro tiempo, como José María Sánchez-Verdú, por ejemplo–. Del mismo modo estamos intentado que en los Cursos Manuel de Falla –que forman también parte del festival– estos compositores y creadores sean una parte fundamental de ello, para dejar así, aún más, una impronta en el Festival de Granada, sumando a esto encuentros con el público, por ejemplo, algo que vamos a instaurar ya desde esta primera edición, no solo con compositores, sino con intérpretes –como Pierre-Laurent Aimard– e incluso intelectuales –el caso de Antonio Muñoz Molina puede ser paradigmático, quien además ha escrito un nuevo texto definidor para el festival–. En definitiva, una visión que pretende que cada nueva edición expanda un poco más la esencia del festival en relación a sorpresas o eventos que puedan ser en cierta forma desconocidos para el gran público, pero que están en el ADN del festival, como la relación de este con figuras como Beethoven y Wagner, por ejemplo, que están en la esencia de «los festivales» en el siglo XIX. Que esta sea la línea dramatúrgica del festival. Me han preguntado ya varias veces: ¿este debe ser un festival de nombres o de repertorio? En mi opinión, un festival únicamente de nombres, per se y como razón última de su existencia, carece de todo sentido. Evidentemente es algo que funciona solo, pero ¿qué añade esto al panorama? Por supuesto, todo mi respeto a aquellos festivales que deciden programar a un Jonas Kaufmann o una Anna Netrebko, pero no lo comparto.

   Este modelo existe ya hace mucho. Diría que lo único que añade es el interés del gran público en relación a que el programador se asegura tener ese feedback de asistencia, y por tanto un rédito económico de ello. Pero más allá de esto, absolutamente nada.

   Por supuesto. Insisto, un festival así sería lo más fácil. Es muy sencillo. Pero no aporta nada nuevo. Ahora bien, personalmente si no encuentro un motivo o una justificación solvente por la que programar a un artista, siento que estoy traicionando de alguna manera a un público que pienso es inteligente, pero que también necesita pensar. Y si no lo ha hecho hasta el momento, creo que hay que invitarle a ello. Si compran una entrada para Les Siècles –volviendo a lo de antes–, pues creo que ya le hemos abierto una nueva idea de acercarse a esta música. Por supuesto, todo ello ha de ser realizado al máximo nivel, eso por descontado, no es solamente una idea. Como artistas creo que todos estamos en intentar que lo que hacemos tenga la mayor calidad posible. Es primordial, pero también que se sustente en algo que va más allá...

   Los conciertos sinfónicos, con grandes orquestas y directores a nivel mundial, así como los conciertos de cámara, con los grandes solistas del momento, son quizá los dos pilares fundamentales del festival. ¿Qué puede contarnos de su programación a este respecto?

   Con la programación orquestal he pretendido que continúe siendo la semilla con la que creció el festival, a través de aquellos conciertos en el Palacio de Carlos V. Gracias a ello el festival se ha convertido en el evento artístico-cultural que es hoy, y estos conciertos siguen teniendo mucho peso dentro del mismo. Pero esta edición hemos querido combinar esa presencia con una orquesta ya establecida, pero quizá aún desconocida para muchos, con criterios históricos y en un fin de semana dedicado a Debussy; con otra orquesta, esta sí absolutamente conocida y fundamentada en otro tipo de tradición sinfónica totalmente distinta, como es Gergiev con la Orquesta del Teatro Mariinski. Para mí otra orquesta importante es la Orquesta de Granada, por supuesto, que está muy integrada en la ciudad. Con ella me une una relación muy cercana desde la dirección, y además la orquesta ha hecho mucho por Granada. Por otro lado, y aunque la relación festival/orquesta ha sido polémica y no siempre muy buena, considero que ambos deben de ir de la mano, al igual que la Orquesta del Mozarteum y Camerata Salzburg son parte fundamental de Festival de Salzburg y es normal que lo sean, por ejemplo. Ha de tener, por tanto, un proyecto y un papel muy definido dentro del festival. Otra gran orquesta, de una tradición diferente, es la Philharmonia Orchestra, que viene al frente con su gran director, Esa-Pekka Salonen, también un aporte que esperamos sea importante. Para mí esta combinación resulta muy interesante.

   El primer fin de semana, con los dos conciertos de Les Siècles, supondrán una inmersión Debussy con esa perspectiva histórica, y los conciertos del Mariinski me parecen también de sumo interés, pues son programas hechos a la carta para el festival, con un primer concierto que tiene mucho que ver con la órbita del final de la I Guerra Mundial, con la época del centenario de Debussy, además de la Sinfonía n.º 12 de Shostakovich, que no se programa casi nunca. El otro programa está más enraizado con la relación que Granada he tenido con la música rusa: las Oberturas españolas de Glinka, que visitó España, en su relación con el escritor Pedro Antonio de Alarcón, con Scheherazade, de Rimsky-Korsakov, que cuando se estrenó en Granada fue una obra muy popular en la ciudad y ya forma parte del repertorio del festival, con esa referencia al lugar de las Mil y una noches. Son dos programas que se salen de lo habitual en relación a lo que lleva en gira el Mariinski –una orquesta que conozco bien–, por lo que supone un valor añadido. El de la Orquesta Ciudad de Granada es un programa bastante curioso, pues de alguna manera presenta la formación clásica de la orquesta, con dos sinfonías parisinas de Haydn y Mozart, pero también en esta idea de que la Alhambra debe ser un motor creador e inspirador, pues será esta orquesta quien lleve a cabo el estreno mundial de Sánchez-Verdú. Por otro lado, la presencia de Piotr Beczala no hace sino ahondar en esa perspectiva de un programa realmente loco en su concepción, añadiéndole a su vez la calidad maravillosa de esta voz realmente impresionante, interpretando repertorio francés del XIX, lo que me pareció que aportaba además un color todavía más especial al programa. Y el último programa, de la Philharmonia, es como abrir el festival a una mirada futura en la que inaugurar la vía de trabajo que incida en la relación de Granada con Beethoven y Wagner, pues revisando todos los programas que se han hecho en «los festivales» desde el siglo XIX, en esos conciertos del Corpus Christi, se puede observar que Beethoven está presente en todos los conciertos, todos. Era un compositor que el público solicitaba años tras año. Granada era quizá la ciudad más beethoveniana del sur de España. Evidentemente, y cuando llegue el año Beethoven, es algo que pretendemos explicar detalladamente. Algo parecido ocurre con Wagner; uno no se imagina que en una ciudad como Granada y un festival como este la presencia de Wagner haya tenido tanta relevancia y una tradición tan poderosa. Además de en Barcelona, y su relación con el Liceu, en Granada Wagner ha estado muy presente. Hay unos libros muy bonitos con la historia del festival, en los que aparecen los programas de cada año, desde 1883, además de crónicas de los conciertos y textos de los críticos en los periódicos de la época, que son muy interesantes de leer para ver cómo reaccionaba el público, cómo se describían los conciertos antes de que comenzara el festival, conocer en cierta forma cómo era la sociedad granadina del momento y cómo recibía todos esos repertorios, cuando se tocaba música de Debussy en Granada en vida del autor, por ejemplo. Era una sociedad muy orientada a ese tipo de repertorio. Por tanto, este último concierto –con la Eroica y fragmentos de Die Götterdämmerung– va pensando en todo ello.

   En cuanto a la música de cámara, era obvio que un gran recital de piano debía existir dentro de la programación. La elección de Pierre-Laurent Aimard obedece en parte a que siempre me ha parecido un referente, un pianista enorme en todos los repertorios que aborda, incluso haciendo Bach –prefiero Bach al clave, de todas, todas, pero incluso su grabación de El clave bien temperado resulta muy interesante–. En cualquier caso, su visión no tradicionalista del repertorio, alguien que haga Debussy aplicando ese concepto de la modernidad, alejado del repertorio romántico, tenía que estar presente. Por otro lado, y buscando cierto paralelismo en la efeméride del 350.º aniversario de François Couperin, tenemos a otro gran maestro del teclado, como es Pierre Hantaï. Sé que quizá es un concierto que en Granada va a costar entender mucho, pero un recital de clave como este había que programarlo. Otro de los platos fuertes, porque pienso que es una artista única, es el de Patricia Petibon, de nuevo un recital a la carta para el festival en el que, tomando el punto de partida de esta relación entre el sur de España y París, así como toda la influencia española en la música francesa, no solo desde un punto de exótico, sino también folclórico, plantea un recital muy heterogéneo de compositores españoles y franceses, pero con un hilo conductor además del componente escenográfico casi incluso dadaísta que ella siempre aporta a sus conciertos. Ella no es de las que se apoyan en un piano y se ponen a cantar; va más allá. Tuvimos la oportunidad de hablar de tú a tú para discutir qué tipo de programa presentar en el festival; este será un estreno en Granada. Este tipo de acontecimientos sí me parecen realmente importantes. También tendremos un concierto del Cuarteto Quiroga, con compositores como Ravel, Ginastera, Halftter y Turina, en la órbita de ese momento en el que Debussy y otros estaban rompiendo los lazos con el mundo consonántico. Me parece un programa fantástico y un punto outsider.

   Por otro lado, la llamada música antigua –en las matinales–, así como la danza y el flamenco tienen una notable presencia en la programación. ¿Por qué lo ha concebido así?

   Primero hay que destacar que estas matinales no deben ser vistas como algo de menor importancia. Para mí, de joven, estas matinales eran vistas casi como lo más importante del festival, celebradas en la Iglesia de los Jerónimos que es, sin duda, una de las iglesias renacentistas más impresionantes de toda España. Me marcaron poderosamente cuando empecé a trabajar con Harry Christophers en Granada –tuve la suerte de que venía a los cursos–, o a disfrutar de conciertos increíbles como el de The Sixteen o The Tallis Scholars, conjuntos con los que se disfruta muchísimo. Por supuesto, estas matinales son algo que quiero mantener en un plano importante, primero porque le dan otra dimensión al festival, en este caso en el aspecto patrimonial de un festival que ofrece prácticamente todos sus conciertos en lugares emblemáticos de la ciudad. Por tanto, la Granada renacentista y barroca es algo que hay que destacar. En segundo lugar, porque siempre han sido conciertos tremendamente populares, cuya gratuidad los ha acercado de forma muy potente a la gente de Granada. En el caso de la música antigua destaca Forma Antiqva, que estará muy presente, pues por primera vez se ha creado la figura de grupo residente. En torno a Couperin interpretarán las Lecciones de tinieblas, una música fantástica que tiene que estar presente este año. También en torno a él, un programa de sonatas instrumentales de este y otros autores del Barroco francés, que llevará por título Les Scaramouches; y por último un recital de dos de los hermanos Zapico, Pablo y Daniel, representando una vertiente del festival que me interesa mucho también, que es la de presentar y explicar a Granada como una ciudad muy importante para la guitarra, algo que tenemos en la ciudad de manera presente, pero que no se explota ni se explica: guitarreros que están entre los mejores del mundo, figuras del pasado como el vihuelista Luis de Narváez –igual que se da importancia a compositores de esa época como Tomás Luis de Victoria, ¿por qué no hacerlo con un granadino como él tan trascendente para su instrumento?–, pero también Ángel Barrios –un compositor más local, pero importante en relación a figuras como Manuel de Falla, García Lorca, y que aunque compuso obras menores para orquesta, fue un guitarrista muy importante que compuso para el instrumento–. Ellos vienen a interpretar un recital en el que, en torno a Narváez, se presenta a autores cercanos al Mediterráneo para cuerda pulsada.

   En lo referente a la danza, para mí es muy importante –aunque pille más lejos de mi órbita, de la que hace años no sabía nada, pero de la que sí me empapé en mi estancia en la Opera de Paris– en el sentido de que supone un reto, pues hay menos tradición –como en el resto de España– y el público hasta ahora suele más conservador. En ciertos aspectos se han dado pasos más importantes en la renovación del repertorio en la danza que en la propia música, y el presentar algo así en Granada es muy importante, pues no debemos olvidar que también es un festival de danza. Por otro lado, si en música hasta ahora no se había concebido de manera muy intensa el festival en ese aspecto de una dramaturgia importante, en danza menos todavía. Este año tenemos el doble reto de no ser muy iconoclastas a la hora presentar propuestas que sean menos evidentes, y también de que todo ello tenga una conexión con el hilo conductor del festival. En ello y en los cursos la presencia de la danza será muy importante. Estoy muy contento de cómo ha quedado programada la danza en este sentido. Se abre la programación con Blanca Li, no solo por ser granadina, sino también por ser una de las grandes de la danza, que incluso en Francia ha sido vista como una moderna y alguien de gran relevancia. Por otro lado, tendremos al Royal Ballet Flanders interpretando el Prélude à l’aprés-midi d’un faune, de Debussy, y L’oiseau de feu, de Stravinsky –en este año se cumplen además cien años de la primera ocasión en la que la compañía de Diaghilev visitó Granada–, de nuevo remarcando esa órbita Debussy y ese viaje cultural de ida y vuelta entre la ciudad y otros lugares, que hay que contar. También nos visita la propuesta de Carmen, ese gran mito de los franceses, pero aquí visto desde otro punto de vista, nada folclórico, gracias a la Compañía Nacional de Danza y a la música de Rodion Shchedrin. Por otro lado, sí que tenemos propuestas más obvias, como el del Ballet de la Opera de Paris, con títulos del ballet francés más tradicionales, por un lado, pero con un estreno mundial por otro [The Prodigal Son, una coreografía de Simone Valastro para celebrar el aniversario Debussy]. El año que viene será también muy importante desde el punto de vista de la danza, porque de nuevo –un pretexto como cualquier otro, pero creo que es importante– tendremos un centenario, el de El sombrero de tres picos, el ballet español por antonomasia y el que conecta de una manera fuerte con la vanguardia del ballet ruso, Diaghilev y Picasso con la tradición española; Granada ha de tener un peso en esto, necesariamente, porque es una excusa para buscar una gran cantidad de relaciones.

   En cuanto al flamenco, y en lo referente a la danza, tenemos a la figura de Manuel Liñán, un Premio Nacional de Danza granadino que actuará en el Isabel la Católica. Hay, además, dos propuestas, una un tanto más innovadora, más de fusión, como es la de Rocío Márquez con Jorge Drexler, que es una producción para Granada. Todo lo que ella hace, desde esas mezclas con Barroco junto a Fahmi Alqhai, hasta el flamenco más purista, es siempre algo sorprendente –aunque todavía no sabemos lo que es, porque se trata de un estreno en el festival–. Está bien abrir el festival a un público quizá nuevo, pero que para mí ha de tener siempre una conexión con lo que es esta ciudad y su contexto. La otra gran propuesta, y uno de los platos fuertes del flamenco en el festival, será el mano a mano de los Habichuela, con Juan Habichuela «Nieto» junto a Pepe Habichuela. Juan Habichuela, que murió hace poco, era el gran patriarca de la familia, pero Pepe es un excepcional guitarrista, aunque estuviera a la sombra de Juan. Lo vamos a llevar a la Plaza de los Aljibes, otro de esos espacios magníficos de la ciudad, una explanada que se encuentra delante del Carlos V, justo entre este y la Alcazaba, y que fue el lugar elegido para celebrar aquel concurso de canto jondo en 1922 que organizaron Lorca, Falla, Zuloaga, Segovia y demás, el gran evento que puso el flamenco a la altura de la cultura más intelectual. Es, por tanto, un punto clave para ello. Y desde luego, no sé si a esas alturas yo seguiré al frente del festival, pero intentaré desde ya, esté yo o no, preparar el centenario de ese evento. Hay que tener en cuenta que fue la primera vez que estos «locos» pusieron al flamenco –que hasta entonces era algo casi reducido a aquellos que vivían en las cuevas– en el foco de la cultura, gracias a lo que la gente se dio cuenta de que el flamenco era un arte sofisticado y complejo. Me parece admirable que esas luminarias de la cultura existieran, por lo que entre todos debemos organizar un gran acto cultural para la sociedad granadina. Hay mucho que hacer para contar todo esto, que sin duda trasciende lo local. Esto es sin duda lo mejor del reto que supone este trabajo.

   La faceta pedagógica y el anhelo por llegar a los públicos infantiles tienen también su presencia, con unas representaciones de L’oiseau de feu con teatro de sombras, danza y música. ¿Se plantean en el futuro otro tipo de estrategias para dar acceso a su programación a los más jóvenes?

   En el caso de ese espectáculo, hay algo muy interesante que añadir a lo que comentábamos antes. Cuando aquel 1918, los Ballets Rusos de Diaghilev pisaron Granada por primera vez lo hicieron en mayo, es decir, no fue durante la celebración del festival, sino que actuaron en el Teatro Isabel la Católica, por lo que es muy bonito que cien años después regrese aquel título, una obra realmente moderna en su tiempo, que cien años después es presentada para niños. En cuanto al aspecto pedagógico, es un asunto pendiente en el aspecto de que aún no tengo muy definida la línea, pero entendemos que existe un condicionante en el festival, que es que todo ocurre en unas pocas semanas. Aun así, tanto con los talleres, algunos de estos conciertos más abiertos a los jóvenes y especialmente con el FEX –el Festival Extensión–, con el que pretendemos que todo lo que es el festival se acerque todavía más a la calle, a todos los públicos, a escenarios alternativos, con espectáculos que encajen verdaderamente en el espíritu de lo que debe ser el FEX –porque en ocasiones se ha terminado convirtiendo en un cajón desastre en el que puede caber todo de casi todo–, y que ha de tener como condición muy rigurosa, que sean formatos alternativos de conciertos y espectáculos –quiero decir, unos cuartetos con piano de Brahms o un concierto con motetes de Morales no deben tener cabida aquí–; con todo ello queremos ir acercando el festival a los jóvenes. El FEX, por lo demás, debe ser una excusa para acercar el arte a otras esquinas y otros sectores, el arte de aquellos artistas que tienen propuestas más abiertas. Es una manera de hacer consciente a toda la ciudad –quieras o no quieras interesarte– de que existe este festival, de que algo está pasando; de que hay arte, música y actuaciones en Granada. Por otro lado, y con vistas más a medio plazo, una de mis líneas de actuación ahora es dotar al Festival de Granada de una sede permanente que vaya más allá de las oficinas que hay ahora mismo, que en muchos aspectos sea un lugar de acogida, primero y evidentemente de partituras, del patrimonio físico del festival –un archivo fotográfico enorme, figurines y otros objetos de producción…– y que sirve a su vez de un espacio expositivo para parte de todo ello. También un espacio de información archivística para todo aquel que desee bucear en la historia del festival: investigadores, aficionados, curiosos…, y una tienda del festival, por supuesto, con merchandising, venta de discos, taquillas para venta de entradas, pero que además sea un lugar que durante el resto del año forme parte del servicio cultural de Granada, pudiendo organizar conferencias, presentaciones, debates, pequeños recitales, actividades pedagógicas… El festival no tiene ahora mismo nada de esto, así pues, podría pasar de esa programación condensada en tres semanas a convertirse en una realidad cultural permanente de la ciudad. En ese contexto se podrían organizar colaboraciones con centros educativos y jóvenes, creando así ese público necesario. Sería un paso importante, sin duda.

   Precisamente hablando del FEX, no sé si está al corriente de las habituales quejas que muchos artistas tienen del trato recibido por parte del festival en la realización del mismo. ¿Tiene constancia de ello? Si es así, ¿se ha tomado alguna decisión para cambiar esto en el futuro?

   No tenía conocimiento de ello, en absoluto, pero me interesa mucho saberlo al llegar al puesto, para intentar que esto no suceda en el futuro [en ese momento coge su teléfono y me hace saber que está haciendo una nota al respecto]. No sé cómo se ha desarrollado el FEX en profundidad en los últimos años, pero sí que podían programarse unas setenta u ochenta actividades cada año, por lo que en cuanto a medios de producción quizá hubiera cierto desbordamiento, en muchos casos además con poco sentido en cuanto a lo que se ha programado. En esta edición estamos prácticamente en la mitad de espectáculos de los que había, precisamente para que cada uno de ellos tenga la calidad esperada, así que espero que esto se traduzca también en una atención a cada artista muchos más adecuada. Lo comento también como alguien que antes de tener el privilegio de estar en el Teatro Real, con toda su estructura, me he recorrido muchas carreteras, acudiendo a todo tipo de lugares: iglesias, centros culturales… Y por ahora creo que más años de los que llevo en el lado de los más privilegiados. Por tanto, entiendo y sé lo que es ese lado. Así pues, al igual que un artista se toma en serio cualquier concierto que le pueda salir, el tratamiento a estos ha de ser impecable; y no hace falta mucho, simplemente amabilidad y un tratamiento cercano.

   ¿La dirección de este festival tiene una fecha de caducidad en la mente de Heras-Casado o se irá viendo según salgan las cosas? ¿Tiene previsto continuar en esta línea de programación artística en el futuro en otros festivales?

   Yo tengo un contrato de cuatro años, desde el 2018 hasta el 2021. En cuanto a lo segundo, absoluta y rotundamente no. En el Festival de Granada estoy porque es Granada y porque se han conjugado una serie de circunstancias y condiciones que así lo han propiciado, pero ir más allá no está en mis planes. Evidentemente, cuando uno asume la titularidad de una gran orquesta o un teatro de ópera, hay mucho de eso, porque tienes que hacerte cargo de la visión artística e institucional, pues va todo junto. A mí eso me gusta realmente. Pasa igual que para hacer hacer discos. En Harmonia Mundi, que es una gran casa, pero todavía no una multinacional –de las «artesanales» sin duda la más grande–, casi cada proyecto hay que construirlo de manera muy detallada y poco a poco. Esto es fantástico, porque también es un trabajo creativo. Uno puede ser un artista en su torre, estudiando partituras y esperando a que alguien le solicite para grabar tal o cual programa. A mí eso no me interesa. Dicho lo cual, en otro festival que no sea el de Granada, no me lo planteo. En cuanto a mi estancia, ahora mismo estoy muy ilusionado en los comienzos y en mi mente está mantenerme aquí hasta que concluya el contrato. Personalmente me gusta ser, en todos los sentidos, muy honesto, así que habrá que ver si todo esto funciona; no tengo intención de perpetuarme en ningún lugar. Han apostado por mí y yo tengo muchas ganas, pero tiene que haber una simbiosis entre todos y esto es lo que hay que analizar con el tiempo. Para mí es una ocasión fantástica, por supuesto, pero tampoco es mi única ambición, sino que lo es más integrar todo ello en una pretensión artística mayor, es decir, poder ayudar en lo que me sea posible a que el Festival de Granada se convierta en una expresión artística aún más rica e importante. Si funciona, estupendo; si no, pues no pasa nada. Cuando vas a una orquesta o un conjunto se intenta que funcione por ambos lados, pero a veces no ocurre. En este caso espero que sea especial para todos.

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