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Crítica: 'Il trovatore' en el Festival de Salzburgo

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Autor: Alejandro Martínez
28 de agosto de 2014

NO APTO PARA NOSTÁLGICOS

Por Alejandro Martínez

21/08/2014 Festival de Salzburgo: Grosses Festspielhaus. Verdi: Il Trovatore. Anna Netrebko, Francesco Meli, Marie-Nicole Lemieux, Artur Ruciński, Riccardo Zanellato y otros. Wiener Philharmoniker. Wiener Staatsopernchor. Daniele Gatti, dir. musical. Alvis Hermanis, dir. de escena.

   En la que ha sido la última edición del Festival de Salzburgo en manos de Pereira, éste conseguía poner de nuevo en pie una obra de mítico recuerdo allí, desde que Karajan la dirigiera en 1962, ni más ni menos que con Franco Corelli, Leontyne Price, Ettore Bastianini y Giulietta Simionato. Palabras mayores. Desde entonces esta partitura verdiana se había visto de nuevo en Salzburgo tan sólo en un par de ocasiones, en 1977 y 1978, con Karajan al frente y en el marco del Festival de Pascua, con Kabaivanska, Bonisolli y Cappuccilli. Pereira había querido reunir de nuevo un póquer de estrellas para esta ocasión, pero la jugada le salió sólo a medias. Se tanteó a Kaufmann para encargarse del Manrico, pero ni es una parte en la que luzcan sus mejores armas, ni la abundancia de estrellas, con Domingo por medio, aconsejaba gastar esfuerzos en obtener tan poco protagonismo. Quizá se equivocó el bueno de Kaufmann, porque podría haber tentado con eclipsar a Netrebko y lo hubiera tenido fácil para hacer lo propio con un Domingo en horas bajas que finalmente canceló la mitad de las representaciones.

   Sea como fuere, sí pudo contar Pereira con Netrebko como gran protagonista de estas representaciones. Su Leonora es espléndida, aunque más por la idoneidad del color y el empaste del material, lo mismo que por lo vibrante de los acentos, que por la plena adecuación de su canto para este repertorio, tan pegado al belcanto más genuino, donde nunca ha terminado de redondear sus encarnaciones. En este sentido a Netrebko le sigue faltando un desahogo mayor en las notas cortas, en los pasajes ágiles, aunque sorprende la solvencia con que desarrolla las partes de canto más sostenido y spianato, con un tono elegíaco muy logrado y de gran intensidad dramática. Recientemente dimos cuenta de su incursión con Lady Macbeth. Es curioso advertir que de algún modo la labor global, vocal y dramatica, es más consistente en aquel caso que en esta Leonora, muy completa, pero no tan firme, como si la propia intérprete no se creyese tanto lo que se trae entre manos. 

   El Manrico de Francesco Meli devuelve al papel por sus derroteros más genuinamente belcantistas. Otrora las voces de Corelli, Del Monaco o el mismo Domingo generaron la idea de un Manrico más bien spinto y dramático que puramente lírico. No en vano fue Bergonzi, a nuestro juicio, quien mejor supo servir a esta partitura desde ese otro enfoque, en la línea de un Pertile, construyendo al héroe romántico a partir del acento, la palabra y la línea, sin coqueteos con una expresividad casi verista en sus formas. Meli, al que hemos escuchado ya firmando un gran Gabriele Adorno, (Simon Boccanegra) un espléndido Riccardo (Un ballo in maschera) y un notable Ernani, amén de la parte para tenor del Réquiem verdiano, regresa por esos fueros y ofrece un Manrico muy bien medido, acorde a sus medios, sin excesos, honesto. Un Manrico viril y romántico, sí, pero lírico y cargado de una italianidad bien entendida.

   Confesamos que la ausencia de Plácido Domingo en el rol del Conde de Luna nos ahorro el mal trago de tener que escribir una incómoda valoración, que no cabía suponer entusiasta. Su sustituto, Artur Rucisnky, cuajó una actuación notable. Ya nos habíamos referido anteriormente a él en estas páginas, al hilo de su Germont en una Traviata de Bilbao. Voz lírica, bien timbrada, buena línea de canto, sostiene la tesitura del exigente papel sin especial dificultad. Cabe demandar, si acaso, una mayor vivencia e introspección de la parte, una vis actoral más dotada y plausible, aunque se aplaude asimismo su constante intención por matizar e introducir inflexiones meditadas.Vista sobre el papel, la presencia de la canadiense Anne-Nicole Lemieux para la parte de Azucena parecía un monumental error de reparto. Pero el directo confirmó el acierto, aunque relativo, de Pereira. Si bien no es la suya una voz genuinamente verdiana, sorprendió no obstante la entrega dramática y la cuidada línea de canto, redondeando una Azucena mucho más creíble y vívida de lo que cabía esperar. Nos recordó, salvando todas las distancias, a la Azucena de aristas más belcantistas que verstas que grabó Marilyn Horne con Bonynge para la Decca.

   La producción del cada vez más mediático Alvis Hermanis termina por reducirse a poco más que una ocurrencia un tanto tediosa. Al principio creímos que todo podía ser una genial ironía, al ver reducida a objeto de museo la escenificación de Il Trovatore, una de esas obras inmortales pero que envejecen mal si se someten a un teatro de aspiración más conceptual. Hermanis acertaba pues al mostrarla ni más ni menos que como una pieza de museo: la representación misma de Il Trovatore reducida a una dramatización museística. Sonaba bien, al menos en nuestras cabilaciones, pero al final no hay tanto a lo que aferrarse y la representación se convierte en un constante ir y venir de paneles con cuadros y pinturas históricas, con un trasiego constante del coro aquí y allá, con una caracterización genérica y con apenas algunos hallazgos anecdóticos y un tanto irónicos en torno a la literalidad del texto, bien encajada con la dirección de actores.

   No tenemos una gran opinión de Daniele Gatti, a quien pocas veces hemos escuchado representaciones francamente convincentes. Pero de un tiempo a esta parte lo cierto es que le hemos visto trabajar con mayor acierto, curiosamente en ambos casos con partituras verdianas. Así lo dijimos con motivo de su Falstaff en Amsterdam y así lo constatamos de nuevo al frente de este Trovatore en Salzburgo. No es fácil plegar a toda una Filarmónica de Viena a una dirección tan personal y arriesgada, pero si se consigue estamos ante una formación que responde exactamente como un reloj suizo. La batuta de Gatti se caracterizó aquí por un constante acento en la densidad cromática de la partitura y por un brío y contraste continuado en los tiempos. Una dirección arriesgada, con personalidad, pero convincente precisamente por el logrado engranaje con que está resuelta en comunicación con la citada Filarmónica de Viena.

   Así las cosas, la sensación global es que la nostalgia es una sensación muy grata para quien se detiene a paladearla, pero que al mismo tiempo fuerza a menudo a negar las evidencias. Las comparaciones son odiosas y no vamos a decir que el Trovatore visto este verano en Salzburgo esté a la altura de esas míticas funciones del 62, pero lo cierto es que ofrece motivos más que suficientes para pensar que no vivimos en la lírica el tiempo de crisis y depresión absoluta que algunos parecen insistir en promulgar.

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