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Crítica: Jane Glover dirige 'Alcina' de Haendel en la Washington National Opera

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Autor: David Yllanes Mosquera
20 de noviembre de 2017

 REFINAMIENTO MUSICAL, APATÍA ESCÉNICA

   Por David Yllanes Mosquera
Estados Unidos. Washington DC. Kennedy Center – Eisenhower Theater. 11-XI-2017. Alcina (Georg Friedrich Händel). Angela Meade (Alcina), Daniela Mack (Bradamante), Ying Fang (Morgana), Michael Adams (Melisso), Elizabeth DeShong (Ruggiero), Rexford Tester (Oronte). Orquesta y coro de la Washington National Opera. Dirección musical: Jane Glover. Dirección escénica: Anne Bogart.

   La Washington National Operano se adentraba en el barroco desde la temporada 2007/2008, cuando su entonces director general Plácido Domingo puso en escena Tamerlano, en la que él mismo interpretó el papel de Bajazet. Tras estos diez años de ausencia, la actual directora artística Francesca Zambello ha decidido volver a programar una ópera de este período y lo ha hecho en condiciones, a priori, muy buenas. En efecto, ha reunido a una directora especialista en Händel y un buen reparto. Además, gracias a poder elegir entre variedad de espacios en el imponente Kennedy Center, la ópera se representaba en el íntimo Eisenhower Theater, un ambiente muy apropiado para el barroco. La propia obra elegida, Alcina, es una de las óperas barrocas más asentadas en el repertorio, con multitud de arias bellísimas. Todo ello auguraba una serie de funciones de gran calidad. Sin embargo, y pese al indudable nivel musical exhibido, el resultado global ha sido un tanto descafeinado.

   Naturalmente, no podemos esperar en una representación de Alcina la acción y progresión teatral de una ópera romántica. Sin embargo, son ya muchas las producciones que han escenificado óperas barrocas con imaginación. En cambio, la regista Anne Bogart parece haberse dado por vencida y nos presentó una propuesta totalmente estática, con casi inexistente dirección de actores. Según explica en el programa de mano, para ella la relevancia de la obra es en una denuncia de un mundo dominado por la nula capacidad de atención. Alcina rápidamente se aburre de sus amantes y vive adicta a la satisfacción inmediata, como un adolescente actual enganchado a la pantalla de su móvil. Añade que, como sociedad, muchos hemos caído en un estado «sonámbulo, hipnotizado». Podría ser un enfoque interesante pero, por desgracia, su plasmación escénica se reduce a crear un mundo gris, anodino. Parece como si Bogart estuviese retando al público a demostrar que no necesita ningún estímulo para mantener su atención.

   La escenografía se limita prácticamente a una plataforma, que pretende evocar el carácter insular del reino de Alcina, y a un gran disco al fondo del escenario. Este disco va cambiando de color durante la obra, reflejando las emociones de los personajes. El único atrezzo consiste en varios taburetes blancos, que el coro de antiguos amantes de Alcina irá moviendo lentamente por el escenario. El vestuario se reduce a unos vestidos poco afortunados para las mujeres y a uniformes militares actuales para los hombres. El coro (los antiguos amantes de Alcina) viste enteramente de color negro. Esto sugiere su estado hipnotizado o incluso petrificado (en el libreto la hechicera convierte a sus antiguos amantes en piedras o animales cuando se aburre de ellos).

   Musicalmente, el nivel fue muy superior. Jane Glover, gran especialista en el barroco (no en vano dirige desde hace 15 años la importante Music of the Baroque en Chicago), dirigió la orquesta y acompañó los recitativos con uno de los dos clavicémbalos. Su lectura fue siempre refinada y detallista. Es preciso destacar el gran trabajo de las cuerdas y en concreto la labor de Michelle Kim como solista durante el aria «Ama, sospira» de Morgana, además de la inclusión de una tiorba, tocada por Richard Stone. En el debe, una prestación algo inferior de las maderas y quizás cierta falta de energía, de ímpetu en los recitativos (añadiendo al apagado tono general de la función). Cabe comentar que la obra se presentó con bastantes cortes, para un total de alrededor de dos horas y media de música. En concreto, se omitió buena parte de la música de ballet y toda la trama de Oberto.

   En estas condiciones, los cantantes contaban con un buen acompañamiento orquestal pero poca ayuda escénica a la hora de encarnar sus personajes. No es una situación favorable para artistas como Angela Meade, una cantante excelente pero algo falta de garra. La soprano estadounidense interpretaba a la hechicera Alcina ensu debut en el papel. En un panorama en el que el barroco es a menudo refugio de voces pequeñas, resulta refrescante encontrarse un material de tanta calidad y a la vez manejado con finura y estilo. Meade está a la altura de las exigencias técnicas del papel, tiene un legato amplio y es capaz de recoger su voz (de lo contrario, terminaría sin duda arrollando a la pequeña orquesta handeliana). Por desgracia, su escaso temperamento no le permite explotar las posibilidades dramáticas del personaje. Esto es especialmente claro en el primer acto, cuando debe interpretar a una seductora reina que domina totalmente una isla y se entrega a sus placeres, pero parece una señora aburrida. Su caracterización mejora a medida que la trama avanza y Alcina se muestra vulnerable y herida, o genuinamente enamorada. En contraste con su apagado «Ma quando tornerai», sus «Ah mio cor» y, sobre todo, «Mi restano le lagrime» fueron no solo una exhibición técnica, sino también emocionantes.

   El papel de Ruggiero, escrito para castrato y hoy en día a menudo abordado por contratenores, corría esta vez a cargo de la mezzo Elizabeth De Shong. Su interpretación resultó efectiva, sustentada en un timbre atractivo y en una voz pequeña pero expresiva. Su canto se ve a menudo afectado por un incómodo vibrato al subir de registro pero en esta ocasión se sobrepuso a ello y fue capaz de emitir agudos bastante satisfactorios, especialmente en el tercer acto. La argentina Daniella Mack, como Bradamante, pareció echarse sobre sus hombros la responsabilidad de que la representación mostrase alguna intensidad dramática. Cantó con fiereza, convicción y técnica y su «Vorrei vendicarmi del perfido cor» fue uno de los momentos álgidos de la noche. Frente a la tónica general en el que un personaje cantaba un aria y los demás lo contemplaban impasibles, se le permitió cierta acción, amenazando con matar o matarsecon una pistola.

   La joven soprano china Ying Fang (Morgana) fue, merecidamente, la favorita del público en su debut en Washington. Se trata de una cantante ligerísima, pero con una voz dulce y clara. Resultó la más interesante en escena, con una caracterización variada y convincente. Muy importante, además, sus ornamentaciones fueron las más variadas e imaginativas. Tuvo, es verdad, alguna estridencia en los agudos y considerables dificultades en los recitativos (en los que su italiano resultó ininteligible). Pero respondió en los grandes momentos, particularmente con una brillante «Tornami a vagheggiar».

   El personaje de Melisso tenía muy poco que hacer en esta versión recortada, pero aún así nos permitió apreciar un barítono interesante en Michael Adams, actual participante en el programa Domingo-Cafritz para jóvenes artistas. El Oronte de Rexford Tester fue más irregular y dejó poca impresión, aunque, en justicia, se vio especialmente perjudicado por la deficiente dirección escénica.

   En definitiva, la WNO presentó una producción con muchos elementos de mérito, con una buena dirección y cantantes adecuados. Sin embargo, una tónica general demasiado flemática y una dirección escénica poco coherente y nada atractiva no permitieron cuajar una función memorable.

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