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Crítica: Lang Lang en el Teatro Real de Madrid

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Autor: Raúl Chamorro Mena
27 de marzo de 2019

Y de Beethoven, ¿qué?

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 22-III-2019. Teatro Real. Fundación amigos del Teatro Real. Sinfonía núm. 41, K. 551 “Júpiter” (Wolfgang Amadeus Mozart). Obertura de La clemenza di Tito, K. 621 (Wolfgang Amadeus Mozart). Concierto para piano y orquesta núm. 2, Op. 19 (Ludwig van Beethoven). Lang Lang, piano. Orquesta titular del Teatro Real. Dirección musical: Ivor Bolton

   En los anuncios del concierto sólo un nombre, Lang Lang. Lo mismo en las entradas. No, no era un recital de piano solo, era un concierto en el que el popularísimo pianista chino abordaba el Concierto para piano número 2 de Beethoven (en realidad el primero que compuso) acompañado coherentemente por dos obras del último período de Mozart, en cierto modo contemporáneas a la composición citada y de un músico que ejerció indudable influencia sobre el genio de Bonn. Todo ello en el ámbito del primer evento musical organizado por la Fundación amigos del Teatro Real con el patrocinio de Formentor Sunset Classics y Barceló Hotel Group. El segundo concierto organizado por la Fundación tendrá como protagonistas a Gustavo Dudamel y la Filarmónica de Múnich el día 28 de Junio con un programa Mahler sin especificarse la obra u obras a interpretar.


   En la primera parte y apenas veinte días después de que lo realizara la Orquesta Nacional de España, se interpretó la monumental Sinfonía número 41 de Mozart en la que Ivor Bolton después de su reciente y muy satisfactorio Idomeneo, ofreció un Mozart ágil y claro, con sentido de las proporciones, aunque sin especial fantasía y sin poder librarse de cierto aroma de rutina al frente de una orquesta correcta, pero que no pareció especialmente motivada.  

   Después de una anodina obertura de la ópera La clemenza di Tito apareció la «estrella», el mediático Lang Lang que después de tocar en el museo del Prado delante de las inmortales creaciones de Don Diego Velázquez,  se enfrentaba al primer concierto para piano compuesto por Beethoven, aunque su número de catálogo sea el dos, una obra tributaria de las lógicas influencias Mozartianas, pero en la que ya emerge la personalidad del genial músico de Bonn. Desde el primer momento se pusieron de manifiesto los indudables medios con los que cuenta el pianista chino. Volumen generoso, sonido amplio y de calidad, técnica privilegiada, pero, lamentablemente, todas estas virtudes resultaron un medio para la vacua exhibición extravagante, para servir a un único estilo «ser Lang Lang», «un artista carismático» y para realizar una prestación tan invasiva que convierte en irreconocible tanto la obra a interpretar como a su compositor.


   El que firma admira como el que más a los artistas diferentes, creativos, imaginativos, que ofrecen algo nuevo en repertorios tan transitados, pero siempre que sea con una coherencia y un sentido final plenamente musical, no como capricho y mera afirmación narcisista. Ahora retengo el tempo hasta lo imposible, ahora acelero, un pianissimo inacabable por aquí, un fortissimo por allá, todo inconexo y deshilvanado, ni una sola frase congruente, con empaque y fondo musical. Caras de éxtasis, gestos rimbombantes, la mano izquierda al aire, posturas artificiosas y estudiadas, nula espontaneidad… Quizás en otros repertorios pueda funcionar, pero con Beethoven no sirven estas veleidades y ausencia total de consideración estilística. No es cuestión tampoco de ser más o menos irreverente o iconoclasta. Hay muchos grandes artistas de esta guisa que sirven a la música, que es lo principal, se haga con levita, con smoking, con zapatos, tacones, minifalda, con chándal o con deportivas. También uno sabe asumir el manierismo en que caen a veces grandes figuras -normalmente al final de sus carreras- pero una cosa es manierismo y otra, excentricidad y capricho per se. En esta ocasión pudo escucharse el concierto para piano de Lang Lang, pero no el de Beethoven y uno lamenta que instrumentista tan dotado no ponga sus destacados medios al servicio de la música con mayúsculas y sus autores. Bolton se limitó a acompañar como pudo con una orquesta casi en sordina y con el piloto automático.

   Grotesca la Para Elisa, esta vez no de Beethoven, ofrecida como primera propina en la que uno al escuchar esos inacabables ritardandi se preguntaba mentalmente «¿De qué va esto?». Igualmente con ese breve y extraño ejercicio de digitación que cerró el concierto.

   El público asistente, mucho de ocasión, aplaudió entusiasta al «mejor pianista del Mundo».

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