Crítica del recital de María Martín e Irene Alfageme en el ciclo de Juventudes Musicales de Valladolid
El arte de la canción
Por Agustín Achúcarro
Valladolid, 2-III-2024. Sala Delibes del Teatro Calderón. Recital de voz y piano. María Martín, soprano, Irene Alfageme, piano. Obras de Brahms, Clara Wieck, Cécile Chaminade, Poulenc y Obradors.
La idea del camino, recurrente en el universo del lied, tan profundo por sus múltiples significados, fue el punto de partida del recital propuesto por la soprano María Martín y la pianista Irene Alfageme para Juventudes Musicales. Ellas eligieron concretamente la palabra Caminamos, en un recorrido por una parte de Europa, que la cantante interrelacionó con su traslado desde la ciudad de Bremen- Martín trabaja en la ópera de dicha ciudad- hasta su villa natal, Valladolid.
Y en esa andadura, el recital se centró en obras de Brahms, Clara Schumann, Chaminade, Poulenc y Obradors. Lieder de Brahms para comenzar, caracterizados por plantear la emoción de manera diversa, con un trasfondo común. De la selección de Sechs Gesägen op. 7 la interpretación de Treue Liebe se caracterizó por la hondura de la voz y las texturas densas del piano; Parole por la capacidad de declamar de la cantante y la capacidad envolvente del piano, y Heimker por su concisión dramática. Ambas hicieron buenas las palabras de Consuelo Rubio en su libro El canto cuando señala que «Brahms consigue en sus lieder una unidad interior y una forma acabada».
En las obras de Clara Wieck/Schumann, quizá lograron el mayor aliento poético de todo el recital, especialmente en Der Wanderer in der Sägemühle, con un admirable sentido de la declamación.
Francia fue la siguiente parada con canciones de Cécile Chaminade, en las que destacó la capacidad de las dos intérpretes para pasar de lo extrovertido a lo íntimo. Delicioso el fraseo en los staccatos de Sombrero. De Poulenc, Les chemins de l´amour y Toreador, ésta última con su toque paródico en el registro grave, fresca y llena de desparpajo.
Fin de viaje con las Canciones clásicas españolas vol. 1 de Obradors, con ese estilo tan personal y lleno de originalidad. Martín dejó en estas obras un valor más que subrayable en cuanto a la dicción y la manera de abordar las melodías. Desplegó sutileza en Al amor, fraseo ligado y sentido dinámico en Del cabello más sutil, y describió un ensoñador embrujo en Chiquitita la novia. Alfageme, se recreó en la relación equilibrada de las dos manos, con una tímbrica siempre llamativa. Fuera de programa interpretaron El majo discreto de Granados.
La voz de María Martín dejó desde el inicio la sensación de una gran capacidad para proyectar diversos colores, con una tesitura amplia y bien emitida. La soprano supo ahondar en ese microcosmos de los lieder, dejando que el público pudiera paladear su frágil belleza, con un canto capaz de subyugar durante todo el programa. Se pudo echar en falta que no hiciera más uso de las medias voces. En Valladolid debería poder cantar de manera más frecuente y en más sitios, en particular ópera representada, y no por el hecho de ser de la ciudad, sino por la calidad intrínseca de su voz y la experiencia que posee forjada en Alemania. Por su parte, Irene Alfageme puso en valor las capacidades de una pianista de cantantes, estuvo espléndida durante todo el recital, y supo cuidar a la voz y darle al piano el protagonismo que conllevan los lieder, en los que para nada su instrumento es un mero acompañante.
Foto: Jorge Luis Colino
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