Una entrevista de Raúl Chamorro Mena y Jordi Pujal
El barítono italiano Nicola Alaimo (Palermo, 1978) realiza este sábado día 1 de junio en la Opera de Marsella su debut en un papel tal emblemático como Rigoletto de Giuseppe Verdi. Con ya más de dos décadas de carrera a sus espaldas –debutó en Trapani, en su Sicilia natal, en 1997 con el Dandini de La Cenerentola- centrada fundamentalmente en repertorio buffo y de mezzo carattere, ha decidido abordar ya tan exigente papel tanto en el aspecto vocal como en el dramático. Previamente, en esta entrevista concedida a CODALARIO nos cuenta su visión del papel, sus orígenes como artista, así como la razón por la que canceló el Falstaff que tenía previsto cantar en el Teatro Real de Madrid, recinto en el que ha protagonizado dos óperas. Don Pasquale bajo la dirección del gran Riccardo Muti y Gianni Schicchi.
¿Quíén es Nicola Alaimo, hombre y artista? ¿Cómo se definiría? Cómo fueron sus inicios como cantante, es decir, profesores, estudios, cantantes de referencia…
Nací hace 40 años, el 5 de octubre de 1978. Mi vida está plagada de numerosos acontecimientos que me han marcado profundamente, tanto en el cuerpo como en el alma. No es fácil para mí reabrir ciertos períodos de mi vida ya superados, como la muerte de mi padre el 2 de noviembre de 1987 cuando yo acababa de cumplir 9 años. La historia de mi padre quizás la escriba algún día en un libro autobiográfico, ahora prefiero pasar por alto el asunto, igualmente la muerte de mi querida madre, sucedida el año pasado. Entre altibajos, ¡mi vida ha estado siempre rodeada por la música! La música me ha «salvado» desde pequeño. Cantaba ya a los dos años de edad, y no precisamente canciones de niños, ¡cantaba ópera! «La calunnia», «Madamina, il catalogo è questo», «Non più andrai», incluso ¡«El sueño de Attila»!. Y eso porque este era el programa, que mi tío Simone Alaimo, hermano de mi padre, había llevado al primer Concurso Maria Callas en 1980, cuando, justamente, yo tenía dos años. Y la Abuela Anna que fue la artífice de la pasión común por la ópera trasmitida a sus 5 hijos, todos varones y a sus nietos. Todos los días ponía en casa las ya por esa época vetustas musicassettes con las arias más famosas y las menos populares, cantadas por los grandes artistas del pasado. De la Callas, a Di Stefano, de Bastianini a Cappuccillli, de la Tebaldi a la Olivero; Cossotto, Simionato, la divina Caballé, Carreras, Pavarotti, Domingo y tantos otros. Fue, precisamente, mi abuela Anna la que me dio las primeras clases de piano, la que puso a prueba mi capacidad de entonación desde muy pequeño, haciéndome cantar canciones ¡subiendo y bajando continuamente la tonalidad! De este modo, no pude crecer de otra forma que con pan y ópera. Cuando digo que la música me ha salvado, quiero decir que me ha salvado de verdad, porque ha sido mi única válcula de escape durante mi infancia y juventud, la que me permitía evadirme de una vida privada desastrosa. Soy, por tanto, autodidacta, pero en el transcurso de los años me han formado mis tíos, Simone, Vittoria, Vincenzo, mi hermana Anna Rita (9 años mayor), diplomada en canto y piano y artista del coro del Teatro Massimo de Palermo desde hace 27 años. He crecido, por tanto, con estas magníficas referencias, pero después poco a poco, me he forjado un personal «Top ten» de artistas que más emociones me producen a partir, precisamente de mi tío Simone. También Ettore Bastianini, vocalidad extraordinaria y única. Piero Cappuccilli, Maria Callas, Giuseppe di Stefano, que es para mí la voz más bella del mundo y, más tarde, creciendo y evolucionando, me he dado cuenta que mi vocalidad, gracias a una cierta versatilidad, se asemeja mucho las de Giuseppe Taddei, Renato Capecchi, Gabriel Bacquier, pero sobretodo ¡el inmenso Sesto Bruscantini!.
¿Cómo está preparando su debut como Rigoletto? ¿Con qué referencias? ¿Cómo lo afronta? ¿Madured rigurosamente vocal frente a madurez como artista?¿Ser padre le ha ayudado a captar la esencia del personaje?
Rigoletto es la ópera por excelencia de la cuerda de barítono. Todos sueñan con interpretarlo algún día. Me he preparado escrupulosamente durante el último año, con un magnífico maestro en Milán, Michele d’Elia, que me ha logrado que aflorara esa seguridad vocal que me faltaba en cierto modo y me ha preparado musicalmente de manera magistral. Por tanto nunca dejaré de agradecérselo. El personaje es enorme, polifacético, pleno de pathos y de contrastes, de sentimientos enfrentados, que Giuseppe Verdi evoca de manera sublime mediante su música inmortal. Es precisamente, mediante la música verdiana que encontramos el carácter de este personaje diseñado en modo perfecto a través de las indicaciones en la partitura y los recitativos. Todo está previsto y tiene una razón. Las pausas, los acentos, los pianissimi en la orquesta para evocar el estado mental cada momento… porque la rabia, para Verdi puede ser, mejor dicho, debe ser expresada tanto susurrada y apretando los dientes, como con los ojos abiertos de par en par e inyectados en sangre. Pienso, en efecto, en el final del segundo acto con el «Si vendetta, tremenda vendetta». Si miras la partitura te das cuenta que toda la orquesta inicia en piano. En este momento, Rigoletto está en lo más hondo de su frustración, rabia y decepción, incluso impotencia, delante de su hija, que ha perdido ya su honor de forma irremediable. Estamos ante una escritura increíble, genial, perfecta dramáticamente. Porque Verdi y su amada “parola scenica” es teatro en estado puro. Mi Rigoletto será el más cercano posible al deseo Verdiano. Quiero sacar a colación un asunto de tradición que surge de los propios tiempos de Verdi. Hay motivos por los que entonces no le gustaban los añadidos y variaciones, las puntature, quizás porque los cantantes no estuvieran a la altura o porque, simplemente, no le gustaban. De todos modos, no los desdeñaba en otros casos, al contrario, las apreciaba. A mí me gustaría contentar al público, que espera ciertas cosas, pero, al mismo tiempo, quiero contentarme a mi mismo, dado el intenso estudio que hay detrás de este grandioso personaje. Habrá espacio, por tanto, tanto para la filología como para la tradición.
Musical y vocalmente, Rigoletto no es, ciertamente, un paseo. Mi maestro siempre me dice «Cantando forte todos somos muy buenos. Cuando llegan los matices, cuando se debe cantar piano, sul fiato, controlando la intensidad del sonido… ahí surge el artista de raza, el verdadero, que sabe frasear y esculpir la palabra». En todo esto, Verdi es un genio. Llega al corazón del público a través de la música, evocando suspiros, angustias, miedos… mediante acordes que pueden parecer simples, pero son muy eficaces. El papel es vocalmente muy complicado, pues Verdi insiste en la zona de pasaje de la voz y sobre vocales que no son de fácil ejecución en esa franja si no se posee una sólida técnica. En el aria del segundo acto «Cortigiani», la primera parte es agitada, alterada, la segunda es puro belcanto con el legato más sublime que pueda existir para evocar la impotencia e imploración de perdón. Esta es la dificultad extrema de esta romanza. Conseguir acariciar con la voz, después de haber liberado la rabia. El barítono y su alter ego el violonchelo, son protagonistas absolutos de este escena.
Por otro lado, ser padre me ha ayudado muchísimo, lo admito, pero pienso, que un artista que de verdad quiera estar a la altura, puede perfectamente indentificarse e imaginar una situación de este tipo. Me ha ayudado también ser hijo, porque tantas veces que Gilda nombra a su madre, yo no puedo menos que pensar en la mía... Resulta conmovedor, pero se necesita ser fuerte y llegar al final con seguridad, porque cantar mientras se está a punto de llorar no es lo correcto, ni es profesional. Querría recordar, asimismo, que Rigoletto no es exactamente un hombre positivo. Su amor por su hija es, más que nada una obsesión, es morboso, demasiado, y quizás es uno de los motivos por los que su hija obre de esa manera al final. Sin embargo la adora y hace cualquier cosa por protegerla. Pero esta historia nos enseña que los hijos no son «nuestros hijos» y que encerrarlos en una campana de cristal no hace bien ni al hijo ni al padre. Y lo digo como padre, hace falta tener el conocimiento y el coraje de dejarlos andar libres.
Teniendo en cuenta la admiración que ha expresado por Sesto Bruscantini. ¿Llegó a conocerle y trabajar con él?
Desgraciadamente, no, pero he escuchado su Rigoletto, que encuentro magistral y del cual he sacado muchas ideas y puntos en común. El más completo Rigoletto que he escuchado, por sentido dramático, por el uso superlativo de la palabra, de la respiración, de los pianissimi… Un artista increíble, que debería ser recordado más por estos papeles dramáticos que por los bufos. A veces, las etiquetas son verdaderamente fastidiosas. Bruscantini ha sido siempre una referencia, por el sabio uso de su órgano vocal, puesto siempre al servicio de los compositores y siempre con el refinamiento de un estilo impecable. Me habría encantado concocerlo y estudiar con él.
Este Rigoletto significa dejar de lado el repertorio buffo/semiserio que hasta ahora era el que más ha cultivado, de cara a afrontar a medio o largo plazo los grandes papeles baritonales más dramáticos -particularmente los verdianos- o bien, su intención es alternar ambos repertorios.
Como ya he subrayado, esta versatilidad que siempre me ha reconocido la crítica me ha ayudado mucho a frecuentar otros repertorios, pero el mío de elección es y será siempre el buffo, sobretodo el de Gioachino Rossini, que amo visceralmente. De todos modos, hay dos papeles verdianos que debutaré en el futuro más próximo, pero de momento no puedo decir de cuáles se trata. Es top secret. Entretanto, abordaré dos nuevos papeles rossinianos. Don Magnifico de La cenerentola en Amsterdam con la regia del extraordinario Laurent Pelly y la dirección del maestro Daniele Rustioni y, además, el Mustafá de L’italiana in algeri en la Opera de Viena con la puesta en escena histórica de Jean Pierre Ponnelle. Asimismo, cantaré de nuevo el Guillaume Tell (en Orange y Lyon). En Rossini y Verdi, estos dos infinitos compositores, se basa mi carrera que alcanza ya 22 años.
Podría decir la razón de la cancelación de su esperado Falstaff en el Teatro Real de Madrid, al mismo tiempo que nos habla de nuevos proyectos en España y de cómo se ha sentido acogido por los teatros y el público en sus actuaciones en nuestro país. Concretamente en el Liceo de Barcelona, sólo ha actuado en una ocasión, en 2013 en uno de los conciertos conmemorativos del bicentanerio de Verdi. Le gustaría retornar y con qué ópera.
¡España está en mi corazón! Estoy muy contento por volver a Madrid el año próximo con La traviata y posteriormente para otros papeles que ahora mismo, naturalmente, no puedo revelar. Adoro España, especialmente Madrid y Barcelona. El público ha sido siempre calurosísimo conmigo en las producciones en que he intervenido, Don Pasquale y Gianni Schicchi en el Teatro Real, donde se trabaja maravillosamente bien. Todos los trabajadores del teatro son estupendos y tienen siempre la sonrisa preparada con total disponibilidad, además de desempeñar su trabajo con total competencia. Desgraciadamente he tenido que cancelar Falstaff por motivos de salud relacionados con mi espalda. ¡No lograba ponerme en pié! Debía remediar esto y como nunca paro, he debido elegir el período madrileño que era bastante largo (dos meses de producción) y poder así estar en casa, descansar y sobre todo realizar los exámenes médicos y la terapia que me han prescrito mis médicos, sobre todo el profesor Zini al que agradezco de todo corazón. Doy las gracias a mi mujer Silvia, que ha estado siempre a mi lado y me ha cuidado con infinito amor. Naturalmente lo lamento mucho por Madrid y me gustaría agradecer al Teatro Real que ha comprendido esta situación tan delicada. A Barcelona me gustaría volver, por supuesto. Estamos en contacto y hay propuestas. Veremos.
Un papel en el que ha brillado, sobretodo teniendo en cuenta su juventud, por como ha sabido captar la esencia del personaje y plasmarlo perfectamente mediante la vocalidad es Michonnet de Adriana Lecouvreur, que normalmente se atribuye a artistas veteranos. Lo ha encarnado en Palermo junto a Fiorenza Cedolins y Angela Gheorghiu. Se trata de un personaje único y aislado del corpus verista-naturalista y post verista.
Efectivamente, Michonnet es un personaje aparte. Es un papel que he amado desde que he abierto por primera vez la partitura de Adriana Lecouvreur. Es hombre, un poco como yo, melancólico, bueno, quizás demasiado bueno, amable, atento, tan triste… y para mí que he vivido la vida que he vidido, era de verdad ¡lo máximo! Y además, interpretarlo en en mi teatro, el Massimo de Palermo ha sido increiblemente emocionante. Además, era la primera vez que me dirigía el maestro Daniel Oren, ¡Un genio! ¡Qué maravilla de maestro! Me ha dado la vuelta como un calcetín. Siempre estudio mucho y lo más escrupulosamente posible. Por tanto, en el primer ensayo musical con él, me sentía al mismo tiempo nervioso, pero también tranquilo porque estaba seguro de haber estudiado profundamente. Sin embargo, al maestro Oren me impactó. Me ha hecho comprender la esencia de este bellísimo personaje. Nunca dejaré de estarle agradecido. Estoy muy feliz por volver a intepretar el papel en el Festival de Salzburgo, este año, al lado de colegas tan fantásticas como Anna Netrebko y Anita Rachveslishvili bajo la dirección del gran maestro Marco Armiliato. Cuento los días para que llegue el evento.
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