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Crítica: Mariella Devia protagoniza su última "Norma" en el Teatro La Fenice de Venecia

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Autor: Inés Tartiere

"Ni la multitud de flores que la bañaron al final de la función podrán reflejar nuestro agradecimiento a una de las mejores sopranos belcantistas de la historia. Sin duda estaremos eternamente agradecidos".

El adiós a una diva

   Por Inés Tartiere| @InesLFTartiere
Venecia. 19-V-2018. Teatro La Fenice. Norma (Vincenzo Bellini). Mariella Devia (Norma), Stefan Pop (Pollione), Carmela Remigio(Adalgisa), Luca Tittoto (Oroveso), Anna Bordignon(Clotilde), Emanuele Giannino (Flavio). Coro y Orquesta titulares del Teatro La Fenice de Venecia. Dirección musical: Riccardo Frizza. Dirección de escena: Kara Walker

   Mariella Devia es una diva con mayúsculas, aunque en realidad represente el antidivismo más absoluto, a años luz de cualquier indulgencia divística. La soprano italiana ha dicho adiós a la ópera escenificada en una noche memorable, en Venecia además. Pudiendo haberlo hecho en cualquier teatro del mundo de mayor nombre, eligió el templo veneciano. El día 19 de mayo de 2018 quedará por siempre en la memoria de los afortunados que pudimos disfrutar de una velada histórica. Discreta, haciendo lo que mejor sabe hacer, Devia dio una lección de humildad y de clase como pocos, como ha hecho en sus cuatro décadas de carrera, y con un rol que no hace falta decir que no es el más adecuado a su vocalidad, y que sin embargo no existe hoy en día nadie que se le asemeje en el mismo. El rol de Norma demanda una soprano sfogato, capaz de brillar en la coloratura di forza, en una partitura con extremos muy marcados, que tenga gran facilidad en la franja aguda, así como en la grave, un canto legato bien pulido, una capacidad dramática más allá del canto. Canta mucho el personaje, y debe dosificarse para llegar desahogada al final, el más sorprendente de todas las óperas de Bellini, sin duda alguna. Al fin y al cabo Norma es la obra cumbre del belcanto, y Mariella Devia la reina del mismo. Sentimientos encontrados se reflejaban en La Fenice: emoción, lágrimas, entusiasmo, pero sobre todo mucha melancolía, para los que sabíamos que sin ella, y con Edita Gruberova, que aunque tampoco queramos pronto llegará también el momento de su retiro, el belcanto quedará casi huérfano. Con Pretty Yende, Jessica Pratt, Nadine Sierra y Lisette Oropesa como únicas esperanzas, en la tantas veces llamada, siempre por un gran crítico y colega, la edad de hojalata del canto.

   No merece la pena hablar de la puesta en escena de Kara Walker, que es incoherente cuanto menos, e incluso con pretensiones de ser graciosa vistiendo a los hombres del coro, de mujeres. No muestra en absoluto los temas por los que siempre ha estado interesada la artista afroamericana, la raza, el género ni la violencia. Ambientada en la África de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, donde los druidas son algo parecido a un clan africano, y los romanos, unos colonizadores de una potencia europea. A Pollione parece que le haya prestado el vestuario Indiana Jones. La escena es una especie de jungla gigante, y el movimiento escénico es estático y aburrido. Ya es increíble que se haya presentado esta escenografía con una ópera de estas características, como es Norma, en La Fenice de Venecia, por lo tanto, no lo es menos que esto sea una reposición. Imaginamos que es barata y que por ello el nivel artístico ha podido ser tan alto, algo que también agradecemos.

   Empezaremos por la reina de la velada. Pocas cosas se pueden decir ya de Mariella Devia, que no se hayan alabado o dicho ya. Una técnica perfecta, un sentido del legato y de la musicalidad absolutamente espectacular, una emisión depuradísima, elegante, así como una impecable afinación. Un fiato que recuerda a la maestra del mismo, Monserrat Caballé, que le permite moverse con la misma eficacia en el canto spianato, como en los exigentes pasajes de coloratura. Por supuesto que los graves ya no son los de antaño, ni las agilidades suenan como veinte años atrás, pero esto es uno de sus mayores logros, hacer del defecto virtud, paliándolos con una técnica sublime y llevando al delirio a un público que le pidió durante diez minutos un bis después de una apoteósica “Casta diva”. Y no lo concedió, como nunca ha hecho durante sus cuarenta años de carrera, ni siquiera el último día. Porque ya se ven demasiados, no es algo excepcional, porque -valga la redundancia- la excepcional es ella. Toda una vida al servicio del canto. En la cabaletta posterior, “Ah bello a me ritorna” cantada por supuesto con las dos estrofas escritas por Bellini, que prácticamente todas las sopranos que en estos tiempos se enfrentan al rol de la sacerdotisa suprimen, se permitió incluso realizar variaciones que la hacen aún más exigente. Frases como “Oh rimembranza!”, “non vedran la mano che li percuote” quedarán siempre en nuestra memoria, así como “In mia man alfin tu sei”, donde comienza el “tour di forza”, veinte últimos minutos de puro deleite musical, que con una protagonista como Mariella Devia, se duplica su espectacularidad. Una cantante de otra época, a la que por suerte, también hemos podido disfrutar en ésta.

  Sin duda otro de los grandes atractivos fue la soprano italiana Carmela Remigio. De menos a más, comenzando un poco insegura, principalmente en la franja grave y en el duetto con Pollione del primer acto, firmó una Adalgisa dulce, sensible, quizás un poco sobreactuada, pero realizando un gran trabajo. Aunque el rol suele ser cantado por mezzosoprano, su innata italianitá, su canto depuradísimo, su siempre atractiva voz, caracterizada por una deliciosa variedad de colores, con facilidad en el agudo y coloratura, hicieron de ella una perfecta compañera en los duetos con Norma. No en balde lleva años acompañando a Mariella Devía en esta ópera por diferentes escenarios, y se conocen a la perfección, firmando ambas otro de los grandes momentos de la noche, con el maravilloso cantabile “Mira o Norma”. Aunque Norma no tenía nada que mirar, ya que sus hijos no se encontraban en sus rodillas, -otra de las incoherencias de la puesta en escena-, se produjo uno de esos momentos que sólo se pueden vivir cuando escuchas una ópera. Las voces se empastaron a la perfección, acompañadas por una orquesta inspiradísima, con unos pizzicatti magníficos, en este momento celestial. Muy aplaudida por un público totalmente entregado. También estuvieron espléndidas en la cabaletta posterior “si fino all’ore estreme”, muy exigente en la franja aguda para las dos cantantes, finalizando con un tierno abrazo, muy emotivo, más significativo para la maestra y la ya no tan aprendiz, que para la sacerdotisa y la virgen druida.

   En la misma línea estuvo el Pollione de Stefan Pop, que también lleva años acompañando a Mariella Devia en esta ópera. El joven tenor rumano estuvo mejor vocal que escénicamente, donde se parecía más al Duca que a Pollione. Su voz, poderosa, gana enteros en un centro muy bien nutrido y corre perfectamente por todo el teatro. Posee un timbre adecuado para el rol, aunque es más lírico que dramático. Sin embargo el registro agudo no suena del todo liberado, incluso llega a sonar forzado en alguna ocasión. Cantó con mucho gusto el dueto con Adalgisa, demostrando tener gran musicalidad y expresivo fraseo, así como en el canto intimista de “Cual cor tradiste”.

   La gran sorpresa fue el Oroveso de Luca Tittoto. De gran presencia escénica, con una voz de bajo puro que irradiaba seguridad y autoridad a partes iguales, firmando un excelente jefe de los druidas, que no es fácil ver ni en los mejores teatros. Sin duda supuso un gran valor añadido. Muy correctos Anna Bordignon y Emanuele Giannino, como Clothilde y Flavio respectivamente.

   El Coro del Teatro de La Fenice demostró estar en plena forma, al igual que la Orquesta, bajo su director titular, el italiano Ricardo Frizza, que supo crear todo un mundo sonoro lleno de ricas y diferentes texturas, a través de los diferentes instrumentos. Aunque con unos tempi un poco lentos durante los dos primeros actos, firmó uno de los mejores finales de Norma que he escuchado en vivo, en “Deh! non volerli vittime”, con el sonido crescendo y consiguiendo una fuerza dramática única e imborrable, esa que sólo se puede conseguir con la música.

   Caprichoso es el destino, ya que la última palabra que ha dicho Mariella Devia sobre los escenarios ha sido "adiós", antes de introducirse en la pira. Pero para nosotros no es un adiós, sino un "hasta siempre", ya que su arte siempre estará presente en aquellos que hemos podido disfrutar de él. Ni la multitud de flores que la bañaron al final de la función podrán reflejar nuestro agradecimiento a una de las mejores sopranos belcantistas de la historia. Sin duda estaremos eternamente agradecidos.

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