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Crítica: Paul Daniel dirige obras de Haendel, Sibelius y Beethoven con la Real Filharmonía de Galicia

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Autor: Beatriz Cancela
23 de octubre de 2017

DECLARACIÓN DE INTENCIONES

   Por Beatriz Cancela |@beacancela
Santiago de Compostela, 19-X-17. Auditorio de Galicia. Concierto de temporada. Real Filharmonía de Galicia. Dirección: Paul Daniel. Obras de Haendel, Sibelius y Beethoven.

   Aparentemente todo son buenas noticias para la Real Filharmonía de Galicia (RFG). Tras el vigésimo aniversario de la agrupación -celebrado el año pasado- el porvenir de la orquesta torna firme y ambicioso bajo un proyecto de consolidación y difusión. "Un universo en expansión" es el titular con el que arrancaba, enérgica, una temporada que por ahora nos brindó varios conciertos en distintos barrios compostelanos, precisamente con estos mismos Haendel y Beethoven con los que aterrizaba en el Auditorio de Galicia este jueves y viernes; una Somnambula en versión de concierto junto a los Amigos de la Ópera de Vigo y Santiago y otro centrado en los españoles Guridi, Gaos y Falla.

   Unas pretensiones que vino a reafirmar la recién nombrada directora técnica, la gallega Sabela García. La misión: lograr una orquesta más grande e internacional; el momento: ahora. Todo preparado para la emancipación, para el despegue de esta RFG ansiosa por hallar nuevos horizontes y acicates.

   ¿El nexo entre las tres obras que configuraban el programa? Nos lo vino a enfatizar el mismo Daniel. El agua de la Música acuática de Haendel en su trigésimo centenario confluiría con la naturaleza de la 7ª sinfonía de Sibelius, en el centenario de la independencia finlandesa y... de 7ª a 7ª, la energía vital de la correspondiente sinfonía del de Bonn. Agua, naturaleza, vida y energía, para contrastar el fuego, la desolación, la desaparición y desesperación que provocaron los fatídicos acontecimientos que asolaron, apenas a una semana de distancia, el territorio gallego. Un sentimiento que verbalizó el director inglés en nombre del conjunto antes de dar comienzo al programa.

   Así, sin tarima, a ras de orquesta, y ante una sala más concurrida de lo habitual inauguraba la Obertura y Suite número 2 en re mayor HWV 349 de la Música acuática (1717) de Haendel. Convincente y templada, la orquesta hacía gala de grácil equilibrio. Con mesura y plasticidad afrontaba la obra compensando, sin rigidez ni artificio excesivo, las distintas líneas melódicas y matices. Los metales, tersos y suaves, coadyuvaron al refinamiento del conjunto al que también hay que añadir la sublime aportación del oboe, que defendió de forma admirable todo el programa. Una elegancia que se mantuvo en los agradecidos contrastes, rompiendo el ritmo con naturalidad y condescendencia. Destacamos la ejecución del pianísimo final, que enfatizó el golpe de timbal y la consiguiente agitación, que culminaría la obra por todo lo alto.

   De esta primera exaltación de ecuanimidad y compenetración, el británico pasó a regodearse en la sonoridad ampulosa y plena que logra la RFG con la Sinfonía número 7 en do mayor, op. 105 (1924), de Sibelius. Sobre unos acordes plenos se va configurando una atmósfera conmovedora y cargada de simbolismo a partir de los cuales emergen los distintos motivos, reticentes a la hora de eclosionar. Hecho que el director maneja a la perfección marcando las pausas o enfatizando la agitación en las cuerdas, las disonancias o los ascensos temáticos. Las trompas y, por supuesto, los trombones, coadyuvaron a este efectismo, con unas aportaciones desgarradoras y contenidas en su justa medida.

   Con toda la atención puesta en la Sinfonía número 7 en la mayor, op. 92 (1812), de Beethoven y más tras haber presenciado un riguroso ejercicio técnico y expresivo de un dinámico Haendel y un colosal Sibelius, sonaban los primeros acordes. Pese a enfatizar los cortes, extrapolar los matices y buscar un mayor dramatismo, el resultado fue una ejecución segura, cómoda y en ocasiones automatizada, principalmente en los dos primeros movimientos. Con el transcurrir de la obra, la orquesta parecía ir ganando en adherencia y compensación, principalmente coincidiendo con los tutti agitados y vigorosos, algo que gustó al público que, fervoroso, aplaudió todo el esfuerzo de la orquesta.

   Es palpable la sintonía del auditorio y la orquesta, algo en lo que seguramente Daniel tenga que ver, aunque tampoco podemos obviar que, en este caso, se trataba de un repertorio conocido. Las habituales intervenciones del director en los conciertos y la comunicación para con los músicos a la hora de dirigir rompen la barrera que el escenario impone. Si a todo ello añadimos el planteamiento de nuevos retos y objetivos tanto para el batuta como para la orquesta, el feed-back está garantizado.

   Una velada intensa, sin lugar a duda, que elogiamos por el hecho de asumir riesgos y plantear nuevos objetivos en forma de un proyecto que se encuentra sobre la mesa y que, ojalá, obtenga una respuesta satisfactoria porque motivaciones parece que las hay.

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