Crítica de Pedro J. Lapeña Rey de la ópera Prodaná nevěsta - La novia vendida de Smetana en la Ópera de Brno
Una delicia
Por Pedro J. Lapeña Rey
Brno, 4-III-23, Národní divadlo Brno. Prodaná nevěsta - La novia vendida (Bedřich Smetana / Karel Sabina). Jakub Tolas (Krušina, un campesino), Jitka Zerhauová (Ludmila, su esposa), Jana Šrejma Kačírková (Mařenka, su hija), David Nykl (Mícha, un terrateniente), Jan Šťáva (Kecal, un casamentero), Václava Krejčí Housková (Háta, su esposa), Vit Nosek (Vašek, su hijo), Aleš Briscein (Jeník, hijo del primer matrimonio de Mícha), Zdenek Šmukař (director del circo), Ekaterina Krovateva (Esmeralda, una bailarina), Tadeáš Hoza (un indio americano). Orquesta y coro del Teatro Nacional Janáček de Brno. Director Musical: Jakub Klecker. Dirección de escena: Ondřej Havelka.
Fuera de la República Checa, Alemania o Austria, La novia vendida de Bedřich Smetana pertenece a esa clase de obras que podemos llamar de enciclopedia. Todos hemos oído y leído su nombre pero nunca -o casi nunca- la hemos podido ver en vivo. Es una clasificación que comparte con Hunyadi László de Ferenc Erkel, con La casa embrujada de Stanisław Moniuszko o con Una vida por el Zar y Ruslán y Liudmila de Mihail Glinka. Compuestas todas ellas a mitad del S.XIX, una época en que los sentimientos nacionalistas estaban en todo su esplendor, fueron el germen de las óperas nacionales de Hungría, Polonia o Rusia, y sirvieron de referencia a cientos de músicos que durante la segunda mitad del S. XIX y las primeras décadas del S.XX trataban de crear lo mismo en sus respectivos países.
Bedřich Smetana es considerado el padre de la música checa. Tras estudiar en Praga y tener sus mas y sus menos con la justicia austrohúngara, se trasladó durante unos años a Suecia donde fue profesor y director de coros. De vuelta a Bohemia, se entregó a la causa de encabezar la música nacional checa. El fondo fue claro: aunque el piano fue el medio natural de su juventud, su misión se fraguó sobre todo a través del poema sinfónico -en especial su ciclo Mi Patria y de la ópera. La forma más utilizada fueron los bailes populares de su juventud que expresaba preferentemente en vistosos concertantes y alegres coros que eran su especialidad. De sus ocho óperas sólo La novia vendida, la segunda, ha traspasado las fronteras checas y se ha establecido en el repertorio, sobre todo en su versión alemana que fue la mas extendida durante el S. XX.
El proceso de creación de la obra fue largo -cerca de cuatro años- ya que tanto Smetana como el libretista Karel Sabina, escritor, periodista y líder del movimiento nacionalista checo, trabajaban en otros proyectos. Se aceleró a comienzos de 1866, cuando el estreno de su primera ópera Los brandemburgueses en Bohemia se saldó con un éxito importante y la dirección del Teatro Provisional -antecesor del Teatro Nacional checo- decidió estrenar la nueva ópera el verano siguiente. El resultado fue una comedia alegre y chispeante, con una trama clara y sencilla, y una música que bebe directamente del folclore y las costumbres populares. Su número más famoso es su trepidante obertura, viva y brillante -un punto claro de conexión con la ya mencionada Ruslán y Liudmila- que es toda una declaración de principios sobre lo que vamos a oír durante la obra, pero no es solo eso. Arias, duetos, un par de concertantes preciosos, y el impagable y maravilloso coro homenaje a la cerveza –«es un regalo del cielo, nos libera de las penas y del aburrimiento…»- con el que arranca el segundo acto, son números destacables que te reconfortan durante toda la tarde.
En un pueblo de Bohemia vive Mařenka, una alegre campesina algo ingenua que está enamorada de Jeník, un apuesto aldeano pobre de solemnidad. Sus padres, a través del casamentero Kecal, la han prometido en matrimonio con Vašek, un joven tartamudo y algo corto de miras, hijo de Tobías Micha, un terrateniente de la zona. Tanto Jeník, que a su vez también es hijo de un primer matrimonio de Micha -lo mantiene en secreto-, como Mařenka tratan de resolver la situación por su cuenta, sin que el otro sepa nada. Así que Jeník aceptar vender a Mařenka por 300 gulden con la condición de que ésta sólo pueda casarse con un hijo de Micha -que obviamente es él-. El enredo se sigue complicando hasta el final, donde como es natural, la verdad se aclara y el amor resplandece.
Aunque normalmente asociamos el Teatro Nacional de Brno a la figura de Leoš Janáček, en su repertorio no podía faltar La novia vendida. La producción actual del teatro está a cargo del polifacético cantante, actor, escritor y bailarín Ondřej Havelka. Estrenada en 2006, se repone casi todos los años y ha superado ya la centena de representaciones. La producción es bastante tradicional pero en absoluto casposa. No hay ninguna dramaturgia paralela ni ningún traslado temporal al presente, mas allá de ambientar la obra en las fiestas de carnaval -en vez de en la fiesta patronal- con el colorido añadido que conlleva. Su planteamiento es una gozada tanto musical como visual. La obra se muestra viva y divertida, desprendiendo alegría y resaltando la faceta cómica de la ópera, e incluso las escenas con mas riesgo -como el primer dúo de amor entre Mařenka y Jeník - se tratan con una elegancia digna de encomio. En ningún momento te sientes ante un monumento nacional sino más bien disfrutas de una velada muy agradable. La escenografía y los vestuarios están a cargo de Alexandra Grusková que junto a trajes con colores vivos y alegres, crea un set circular, aquí sí bastante tradicional, donde están perfectamente representados los lugares de la trama: la casa de Krušina y Ludmila, la plaza del pueblo, la posada y el bar.
En funciones obras como esta, entiendes el por qué de la calidad de las interpretaciones de las obras de repertorio en los teatros centroeuropeos. Independientemente de que para algún papel concreto traigan a un solista determinado, la mayoría de los roles los asume el elenco vocal de la casa. Con ello no solo garantizas una producción idiomática, sino que al haberlas interpretado en numerosas ocasiones, se nota la experiencia sobre las tablas. Jana Šrejma Kačírková y Aleš Briscein encarnaron una pareja protagonista modélica tanto escénica como musicalmente. Ella fascinó con un canto natural, radiante, sin forzar. Su voz demostró suficiente cuerpo en el registro central, facilidad en el superior y mas que aceptable en el inferior, dando vida a una Mařenka inicialmente ingenua, astuta con Vašek, y rebelde para aceptar un matrimonio que no quiere. Por su parte, el cada vez mas veterano Ales Briscein -el Janek del Caso Makropoulos de Angela Denoke y Krystof Warlikowski de hace 15 años en el Teatro Real- siguió mostrando metal en el agudo aunque algo mas tirante que antaño. Fue un Jeník que, una vez que descubre que van a casar a Mařenka con el hijo de Tobías Micha, sabe jugar sus cartas con astucia frente a tirios y troyanos, seguro de que al final ella será suya. Excelente escénicamente Jan Šťáva como Kecal, el casamentero. Insistente, persistente, astuto, solventando un problema tras otro. Lástima que al final se topa con uno mas listo que él. Algo menos convincente desde el punto de vista vocal, ya que si bien no tiene problemas en los registros central y superior, el grave está bastante desguarnecido, problema complejo para un bajo. Encantador Vit Nosek como Vašek, el pobre hijo tonto de Micha, que se ganó al público con una vena cómica de primera, sin olvidar que es un personaje que hay que cantar muy bien. Más que solventes el resto de los personajes, Jakub Tolas y Jitka Zerhauová como Krušina y Ludmila, los padres de Mařenka; David Nykl y Václava Krejčí Housková como Tobías Mícha y su esposa Háta, así como toda la troupe del circo, Zdenek Šmukař su director, Ekaterina Krovateva la bailarina y Tadeáš Hoza el indio americano.
Como base y sustento de toda la función, el director Jakub Klecker, que ya nos sorprendió positivamente hace un par de meses en Los milagros de María de Bohuslav Martinů, nos dio una tarde vibrante, con una tensión que no decayó en toda la función. Las danzas tuvieron su rítmica adecuada. Los concertantes y los coros, presentes por toda la obra sonaron alegres y equilibrados -excepcional el canto a la cerveza-, con certera precisión y muy bien conjuntados, e incluso despuntó en los momentos mas líricos como el colorido orquestal con que dotó a esa preciosa primera escena a solas entre los dos enamorados.
El público que llenaba el teatro por completo se puso en pie con el acorde final y los vítores y los aplausos se sucedieron sin parar durante mas de 8 minutos. Fue gratificante ver la gran cantidad de público joven que asistió a la función, y no solo críos acompañados de sus padres, sino grupos de veinteañeros para los que asistir a esta función es tan natural como salir de fiesta por la noche. Y es que la mejor manera de preservar el patrimonio cultural es ponerlo a disposición de todos en las mejores condiciones. Una producción tradicional no tiene que ser sinónimo de naftalina, no. Puede ser tan bella, tan atractiva, tan brillante y ¿por qué no?, tan moderna como esta.
Fotos: Web Ópera de Brno
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