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Crítica: Riccardo Frizza dirige «Lucrezia Borgia» en el Festival Donizetti de Bérgamo

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Autor: Raúl Chamorro Mena
25 de noviembre de 2019

La enorme diversidad de una obra maestra

Por Raúl Chamorro Mena
Bergamo, 22-XI-2019, Teatro Sociale. Festival Donizetti Opera 2019. Lucrezia Borgia (Gaetano Donizetti). Carmela Remigio (Donna Lucrezia Borgia), Xabier Anduaga (Gennaro), Varduhi Abrahamian (Maffio Orsini), Marko Mimica (Don Alfonso), Manuel Pieratteli (Jeppo Liverotto), Rocco Cavalluzzi (Gubetta), Edoardo Milletti (Rustighello), Roberto Marietta (Ascanio Petrucci), Alex Martini (Apostolo Gazella), Daniele Lettieri (Vitellozzo), Federico Benetti (Astolfo). Coro del Teatro Municipal de Piacenza. Orchestra giovanile Luigi Cherubini. Dirección musical: Riccardo Frizza. Dirección de escena: Andrea Bernard.

   La programación de Lucrezia Borgia, una de las grandes obras maestras donizettianas, en el Festival de esta edición ha ido acompañada de una nueva edición crítica a cargo del gran especialista en ópera italiana Roger Parker en colaboración con Rosie Ward. En su indispensable artículo del Cuaderno de la Fundación Donizetti, Parker enumera hasta nueve versiones de la ópera, además de la del estreno milanés de 1833. Todo ello se explica, por un lado, por los problemas con la censura de la época que encontró el libreto, pero, sobretodo, los problemas derivados de la modernidad de su lenguaje y dramaturgia, de los avances músico-teatrales del maestro en esa constante forzadura de las convenciones vigentes en la ópera italiana del momento y que Donizetti hereda de sus antecesores dentro de una gran tradición.

   Para esta nueva producción de Lucrezia Borgia del Donizetti Festival 2019 se ha optado por una combinación entre la versión del estreno en La Scala de Milán 1833 y la de París, Theatre Italien, 1840 protagonizada por el matrimonio Giulia Grisi-Mario de Candia y que conlleva algunos cambios importantes como la sustitución de la segunda estrofa del aria de la protagonista «Com'e bello» por una cabaletta «Si voli il primo a cogliere», el aria de Gennaro compuesta para Mario «Anch'io provai le tenere smanie» y la supresión del dúo del protagonista con Orsini, si bien esta producción lo mantuvo a continuación del citado aria. Asimismo, comparece la cantilena de Gennaro «Madre se ognor lontano» y la cabaletta final de Lucrezia «Era desso il figlio mio» reducida a una estrofa.

   
   Como resalta el propio Parker, el drama de Víctor Hugo, en el que se basa Lucrezia Borgia, tiene un manifiesto paralelismo con otra de sus obras Le roi s'amuse, de la que surgirá el Rigoletto de Verdi. En ambos casos, personajes que arrastran una deformidad, - moral en el caso de la Borgia, física en el caso del bufón- se redimen y purifican por la devoción, por el profundo amor, que profesan por sus respectivos hijos.

   En tal sentido, la soprano Carmela Remigio, que ya realizó una intensa interpretación de Amelia Robsart en Il Castelo di Kenilworth representado en la edición del Festival del pasado año, ofreció una gran creación dramática de Lucrezia Borgia, en la pudieron apreciarse todas las aristas del personaje. La madre sufridora, que se ha visto separada de su hijo desde su nacimiento y al que tiene que ver envenenado dos veces (de gran fuerza expresiva fue la manera en que reacciona la soprano italiana al final de la ópera cuando comprueba, que Gennaro está entre los envenenados), el patetismo del momento en que es humillada en Venecia por los amigos del mismo en el prólogo, la mujer terrible, asesina y vengativa ... una caracterización la de la soprano italiana de gran penetración psicológica. Sin embargo, en el aspecto vocal, la Remigio no pudo con las exigencias de la partitura. Su material vocal, modesto tímbricamente, falto de metal y justo de caudal, desguarnecido en el grave, débil en el centro (ambas franjas exigidas en su parte) y con un registro agudo sin punta ni brillo, le obligan a apoyar su interpretación vocal, fundamentalmente, en los acentos (un ejemplo la manera en que subrayó «mio quarto marito» en la invectiva dedicada al Duque Alfonso en el dramático dúo del primer acto) y la intención del fraseo, sin olvidar el sentido de la línea y el canto legato, cualidades que la Remigio atesora. En cuanto a la coloratura, nada brillante, resultó mejor la picado-ligada, en la que las volate, las ristras de semicorcheas, fueron correctamente reproducidas, frente a las notas picadas, la agilidad acrobática, que resultó muy discreta.

   Si en la pasada edición, el Leicester del tenor español Xabier Anduaga en Il Castelo, me llevó a afirmar que posee la voz tenoril de mayor calidad que ha surgido en los últimos años, en su Gennaro de este año y después de arrasar en Operalia, he podido apreciar avances en cuanto a su arte de canto y fraseo, aunque este aún no puede colocarse a la altura del impacto que produce la calidad del instrumento sobre el oyente. Siempre es un placer escuchar una voz de tenor con esa belleza, ese esmalte, esa homogeneidad, esa fluidez en la emisión, con cuerpo, proyección y un esplendor tímbrico que lució especialmente en «Di pescatori ignobile», el dúo subsiguente con Lucrezia (de una originalidad, ambigüedad y osadía tremendas, pues se trata de un dúo de amor entre madre e hijo) en frases tan sublimes como "Ah madre mía esser soltanto del tuo pregar mercé" del terceto, por no hablar de la elocuencia e intenso lirismo en "Madre se ognor lontano". En la referida aria «Anch'io provai», el jovencísimo tenor donostiarra recogió su voz en una segunda estrofa cantada a media voz y culminó la fermata con un sobreagudo atacado en misto en el que predominó el registro de cabeza. Por supuesto, que con apenas 24 años, Anduaga tiene un enorme futuro a sus pies y margen para ir moderando y puliendo ese diamante que tiene en sus cuerdas vocales. El tenor del futuro con un brillante presente. 


   Después de abordar este verano en el Rossini Opera Festival el Arsace de Semiramide, Varduhi Abrahamyan asumía otro papel correspondiente a una contralto in travesti en la modalidad, en esta ocasión, de amigo o confidente del protagonista. De igual forma que en el mencionado Arsace y sin discutir la calidad del material y su corrección canora, Abrahamyan volvió a demostrar su poca afinidad con el arco melódico italiano. Por su parte, en el Duque Alfonso de Marco Mimica predominaron la amplia sonoridad y acentos torvos y rotundos, sobre un canto más bien rudo y de modos vulgares. Entre la amplia galería de secundarios destacó el Rustighelo del tenor Edoardo Milletti por su sonido bien proyectado y la intención en los acentos.

   La producción de Andrea Bernard sobre escenografía de Alberto Beltrame, no muy grata a la vista y en la que predominan elementos escénicos simbólicos como la presencia constante de la cuna de la que arrebatan a su hijo a la protagonista, se centra en la condición de mujer y madre de Lucrezia, cuyo amor por su hijo la redime de sus crímenes y envenenamientos. Vemos como el Papa, suponemos que el Borgia, se lleva de la cuna al hijo recién nacido de Lucrezia. El montaje decanta la ambigua relación entre Gennaro y Orsini como homosexual y que el primero se queda con él y muere envenenado por algo más que amistad. Bueno, una especie de producción con ribetes konzep que permite seguir la obra y que parece el peaje a pagar por un Festival que se consolida y debe, por tanto, entrar en el juego que predomina en la escena operística actual.

   La dirección musical del titular del Festival, Riccardo Frizza, puso de relieve el refinamiento de una de las mejores orquestaciones donizzettianas con ese clasicismo vienés transmitido por su maestro Giovanni Simone Mayr siempre presente. La Orquesta giovanile Luigi Cherubini sonó menos compacta que la Donizetti Opera el día anterior, pero con mayor transparencia y claridad en las texturas. Sin embargo, a la labor de Frizza, siempre elegante y buen acompañante del canto, resultó un punto blanda, faltándole algo de carácter, contrastes y tensión teatral.

Foto: Festival Donizetti / Gianfranco Rota

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