Por Alejandro Martínez
03/11/2014 Madrid: Teatro de la Zarzuela. Ciclo de Lied del CNDM. Simon Keenlyside, barítono. Malcolm Martineau, piano. Obras de Schoenberg, Eisler, Britten, Wolf, Schubert y Brahms.
Comencemos por el final. Cuando llegó el turno de las propinas, un raramente locuaz Simon Keenlyside, poco dado a estos excursos, hombre reservado y discreto, se refería a la obra de Schubert, ante el público, con una sonrisa confidente, aludiendo a la obra del de vienés como 'su casa’. Y aludía con ello también, de algún modo indirecto, al Teatro de la Zarzuela y a este Ciclo de Lied en el que barítono inglés ha actuado ya en varias ocasiones. Y es que recitales como el de Simon Keenlyside confirman, por cierto, que este Ciclo de Lied es uno de los eventos más valiosos de la programación musical de la capital madrileña y si me apuran de nuestro país, donde no abunda precisamente la oferta en materia de lied. Fue pues todo un acierto que el nuevo CNDM, bajo la dirección artística de Antonio Moral, se hiciese cargo en su día de su viabilidad cuando Caja Madrid se retiró de su tutela económica.
Sea como fuere, esa misma sensación de estar en casa, esa misma mezcla de confianza y familiaridad antes aludida es la que tuvimos entre el público a lo largo del concierto que nos ocupa, en el que Keenlyside no se limitó a cantar con maestría su repertorio, sino que dispuso todo un derroche de comunicación y expresividad. Una serie de de cuatro propinas (a destacar el hermosísimo Die Sterne de Schubert, además del Sea Fever de Ireland, el Der Wanderer an der Mond, también de Schubert, y el Die Rose, die Lilie, die Taube, die Sone, de los Dichterliebe de Schumann) sirvieron para que el barítono terminase de seducir a un público ya entregado y convencido desde el minuto uno de su recital. Y es que Simon Keenlyside es un seductor nato. Entendiendo por seductor a quien sabe disponer sus armas de la mejor manera posible para llevarnos a su terreno. Es asimismo un gran actor, faceta que no está reñida con la de ser un gran cantante de lied, como a veces otros colegas suyos dan a entender, incapaces de comunicar de otra forma que no sea el canto. Keenlyside remató su espléndida labor vocal con su gesto y con esa mirada intensa que de tanto en tanto dirigía a público. Su instrumento ha atravesado momentos de mayor o menor fatiga en los últimos años, pero cuando el barítono tiene un día bueno, en plenitud de facultades, como el que nos ocupa, la firmeza y calor de su timbre arrebatan.
Seco y contundente, abrió Keenlyside la velada con un Erwartung de Schoenberg de indudable firmeza, ante el que no caben titubeos. Quedó ya claro que venía por delante una sesión con mayúsculas. No es Eisler un compositor frecuentado en demasía en sesiones de lied como la que nos atañe. Por el contrario Keenlyside siempre le ha dedicado una particular atención. Y lo cierto es que la obra de este compositor, nacido en Leipzig, merece cuando menos ser observada con cierto detenimiento. Sus partituras, si bien entroncan con la tradición germana más clásica, poseen una teatralidad genuina, casi expresionista. Muestra de ello es el Hollywooder Liederbuch, del que Keenlyside traía aquí un par de piezas, sobre textos de Brecht. Mostró aquí Keenlyside hasta qué punto la sobriedad puede ser demoledora. Por otro lado, en el Britten de Keenlyside hay magisterio. Es la suya aquí una afinidad engañosamente natural con ese singular estilo, fruto más bien de una fe y querencia inquebrantables por esas partituras, que declama concienzudo y teatral.
La segunda parte del concierto, con canciones de Wolf, Schubert y Brahms, tres grandes nombres del romanticismo de tradición germana, fueron ocasión para encontrar al Keenlyside más académico, pero no por ello menos expresivo. Un verdadero maestro de canto se nos desveló aquí, con un instrumento que se pliega como un guante a la natural exigencia de estas canciones, que el cantante habita con un aliento intemporal, como si no hubiera hecho otra cosa que cantarlas durante su ya dilatada carrera. Su Wolf es de una hondura canónica, su Schubert apenas tiene parangón y en su Brahms resuena una grandeza que sólo está dada a quienes han llegado a lo más hondo de estas partituras. En resumen, una velada maravillosa, llena de honestidad, oficio, entrega y genuino amor por la música a la que Keenlyside prestaba su voz. Aunque suene a tópico, lo mejor que se puede decir de un pianista acompañante de lied es que no se deja notar, salvo precisamente cuando se le espera. Discreto, pero no distante, seguro y nunca invasivo, el trabajo de Malcolm Martineau fue impecable durante todo el concierto.
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