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CRÍTICA: 'COSÌ FAN TUTTE' DE MOZART EN EL TEATRO REAL, CON PUESTA EN ESCENA DEL OSCARIZADO HANEKE. Por Raúl Chamorro Mena

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Autor: Raúl Chamorro Mena
2 de marzo de 2013
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COSÌ ES EL ÉXITO DE MICHAEL HANEKE


COSÌ FAN TUTTE, ossia La scuola degli amanti (Mozart).  Madrid, Teatro Real, 28-2-2013. Anett Fritsch (Fiordiligi), Paola Gardina (Dorabella), Juan Francisco Gatell (Ferrando), Andreas Wolf (Guglielmo), Kerstin Avemo (Despina), William Shimell (Don Alfonso). Dirección de escena: Michael Haneke. Dirección Musical: Sylvain Cambreling


      Es indudable el papel cada vez más preponderante que tienen los directores escénicos en el mundo de la lírica de los últimos años. En este contexto, el Teatro Real y su director artístico, Gerard Mortier, se han apuntado un tanto encargando la producción de una ópera, en este caso Così fan tutte, a Michael Haneke, prestigioso director de cine de indudable talento. Tan sólo hay que ver su última creación para darse cuenta. Amour es una cinta fascinante en su tremenda crudeza y amargura, un trabajo por el que, como todo el mundo sabe, ha recibido el Oscar a la mejor película de lengua no inglesa. No defraudó su labor para el Teatro Real, una puesta en escena que rebosa dedicación,  inteligencia y talla artística.
      El cineasta austríaco nacido en Munich, realizó para el caso, una selección de intérpretes en el que lo que ha primado es adecuación escénica, la juventud, la frescura y buen tono físico, así como las ganas de trabajar, de colaborar en equipo con una total e incondicional implicación. A cambio, no es que se hayan elegido monumentos del anticanto, ni agresores del estilo mozartiano, pero sí una compañía de canto gris, impersonal, que despierta escaso entusiasmo tanto en el aspecto vocal,  técnico e interpretativo. No se pueden negar las dificultades que comporta convencer a alguna de las escasas figuras de la actualidad para ensayar durante un mes una producción nueva, pero cabría esperar algo más de un aspecto que, con todos los matices que se quieran, sigue siendo el fundamental en el género operístico y la asignatura pendiente de la actual dirección del Teatro Real, incapaz de atraer, si es que realmente interesa, a una gran parte de los cantantes más descollantes, especialmente para las óperas representadas.
     Hay que señalar, asimismo  que habiéndose trabajado especialmente los importantísimos recitativos, resulta que en el elenco sólo hay una italiana, Paola Gardina y un asimilable argentino, Juan Francisco Gatell, lo cual se nota a efectos de naturalidad en la articulación, la pronunciación y, en general, todo el aspecto idiomático de la interpretación.


       Sin embargo, es difícilmente justificable la elección de William Shimell, más allá de la afinidad con Haneke (con el que ha colaborado en la referida película "Amour"), para el papel de Don Alfonso, configurado en esta propuesta escénica como un viejo amargado, antipático, sin ninguna traza de la tradición buffa italiana. El cantante inglés mostró los depauperados restos de una voz leñosa, árida y desgastada, además del mal canto de siempre. Deficiente también el Guglielmo de Andreas Wolf, de timbre ingrato, emisión retrasada, modos poco refinados y muy extraño al idioma.
      Juan Francisco Gatell, tenorino de voz insulsa y temblona, delineó la bellísima "Un aura amorosa" con gusto y cierto sentido del legato, pero poco más, ayuno de fantasía y singularidad en el fraseo. En "tradito schernito" le faltó carácter y consistencia, así como squillo en los ascensos de "le voci d'amoooor". Kerstin Avemo compuso una Despina del tipo "sopranino asprigna" con su vocecita gutural, minúscula y estridente. Muy modestos, desguarnecidos y sin extremos los medios vocales de Paola Gardina. Correcta y aseada en su canto, logró un buen empaste vocal, así como química escénica con su hermana Fiordiligi, interpretada por la soprano alemana Anett Fritsch, una voz de soprano lírica justa, no especialmente bella ni personal, pero con algo más de fuste e interés tímbrico que las demás. También fue la voz mejor impostada. Totalmente desguarnecida en el grave, estuvo muy incómoda (¿Quién no?) en los saltos interválicos de la apabullante aria "Come scoglio" (un fragmento destinado a una cantante excepcional, lejos de esa "labor global o de conjunto" tan reivindicada) , así como en las exigentes bajadas al grave de la pieza. Mejor por arriba, aunque a sus agudos, que acusaron un puntito de fijeza, les faltó una dosis de punta y metal. Correcta en la agilidad, mejoró su prestación en la gran aria con rondó del acto segundo "Per pietá ben mio perdona", en la que se hizo notar también su falta de entidad en el grave, pero la voz corrió más suelta y fluida y exhibió buen legato en una interpretación concentrada y muy entregada, que arrancó los únicos aplaudos de la noche a un intervención solista.
       Por descontado, insisto, que el reparto resultó compacto y totalmente creíble, ajustado y entregado a la propuesta escénica de Michael Haneke que, como decíamos, no defraudó, ya que logró un espectáculo atractivo visualmente, elegante, respetuoso con la esencia y espiritu de la obra y con un gran trabajo de dirección de actores en aras de que, cada uno de ellos, mediante un elaborado lenguaje gestual y de movimientos, construyera un personaje en sí mismo, pero al mismo tiempo, totalmente engranado en el conjunto. Además, ¡Todos cantaron en el proscenio y no tuvieron que hacer contorsiones ni equilibrios de ninguna clase!

      La escenografía de Christoph Kanter, vistosa, de buen gusto y elegante factura, nos muestra una especie de palacio que mezcla estilos y épocas, elementos tradicionales y modernos simbolizando, quizás, la atemporalidad y ambigüedad de la creación del genio Salzburgués. Fabulosa la iluminación que marca el paso del tiempo durante las veinticuatro horas en que transcurre la acción, con el atardecer, el crepúsculo, la noche y la eclosión luminosa del final. En este palacio, D. Alfonso y Despina, que son matrimonio en esta producción (ambos dos personajes llenos de amargura e infelicidad; especialmente desagradable él y, como decíamos, despojado de la mínima traza de la tradición buffa - al igual que ella, lejos de la habitual criada pizpireta y juguetona) han organizado una especie de fiesta en la que se produce la apuesta sobre la que gira la trama. Cierto es que los silencios son excesivos en número y duración y que el acto primero (también por la poco vivaz labor de Cambreling, de la que luego hablaremos) se hizo un puntito pesado. Mucho más ágil el segundo, (el desenlace de la trama) con las dos escenas de seducción y posterior caída de las dos hermanas (Dúos "Il core vi dono" y "Fra gli amplessi") impecablemente planteadas y trabajadas por la dirección de escena, con sutilidad, sin necesidad de caer nunca en provocaciones gratuitas ni trazo grueso y ese final nada "feliz", ni cerrado, en que todos se enfrentan, discuten y reprochan.
      El director belga Sylvain Cambreling planteó un trabajo primoroso en detalles, pulimiento y refinamiento tímbrico, obteniendo un bellísimo sonido de una orquesta que cada vez presenta mejor nivel, pero en el lado negativo, su dirección resultó, más que lenta, morosa, destensionada y, definitivamente, plúmbea, carente de la vivacidad y chispa que también requiere la partitura. Recibió alguna muestra de desaprobación al salir a saludar. Al fin, Michael Haneke pudo estar presente en el teatro, recibiendo al final una buena ovación del publico, la mayor de todo el elenco. En definitiva, un acierto del Teatro Real (también favorecido por el azar al coincidir la atribución del Oscar a Haneke con estas representaciones) dentro de las coordenadas reinantes en la ópera actual. Una apreciable labor de conjunto, que te deja un buen sabor de boca, pero no provoca el entusiasmo, ese levantarte del asiento que siempre han logrado y lograrán en el mundo de la lírica, fuoriclasse como la ilustre señora que visitará el Teatro Real este Domingo, nada menos que Edita Gruberova.

 

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