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CRÍTICA: JESÚS LÓPEZ COBOS REALIZA LA PROEZA DE DIRIGIR LAS NUEVE SINFONÍAS DE BEETHOVEN EN UNA SOLA JORNADA. Por Arian Ortega

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Autor: Arian Ortega
23 de junio de 2013
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"VIVA BEETHOVEN"

Madrid. Centro Nacional para la Difusión de la Música. ¡Solo música! Mucho Beethoven. Sinfonías 1ª, 2ª, 7ª, 8ª y 9ª de Ludwig van Beethoven. Auditorio Nacional de Madrid, 22/06/13. Jesús López Cobos, director de orquesta. JONDE, Orquesta Sinfónica de Madrid. Coro Nacional de España. Raquel Lojendio (Soprano), Marina Rodríguez (Mezzo), Mikeldi Atxalandabaso (tenor), David Menéndez (barítono).

       Durante el fin de semana se llevó a efecto en la capital de España la celebración del Día de la Música, una cita ineludible para los melómanos madrileños que tuvo como plato fuerte, en primer término, el emotivo homenaje a Teresa Berganza en el Teatro Real. Emotivo, sin duda, por muchas cosas, aunque la parte vocal rompiera la tónica general de agrado y felicidad ante una gran artista de nuestro país. En cualquier caso, la auténtica proeza del sábado fue el encierro de Jesús López Cobos con la integral de las sinfonías de Beethoven, en una maratón que no se repetía desde hacía varias décadas. Si bien los conciertos comenzaron a horas tempranas, hubo quien por imposibilidad horaria no pudo dividirse entre los conciertos para piano de la Sala de Cámara y la Sala Sinfónica.
    Ludwig Van Beethoven es uno de los compositores más fascinantes que haya dado la historia de la música. Inexplicablemente, escribió una única ópera, Fidelio, obra maestra del repertorio. Sin embargo, son sus sinfonías las que dan una imagen mucho más amplia de su estilo y de las fuentes de las que bebió a lo largo de los años. Sin ir más lejos, la Primera parece escrita por el ágil Rossini durante la mayor parte de las florituras reproducidas por los violines, o el color trágico que se desprende de los melodramas de Donizetti.
       López Cobos es un director querido por unos y, no tanto, por otros. Quizá sea el repertorio romántico y el sinfonismo más desgarrador el que despierte en él mayor satisfacción y compromiso, de ahí que su unión con Wagner o los sinfonistas austriaco-alemanes hayan sido pieza clave en su extensa carrera. Encerrarse para interpretar todas las sinfonícas de Beethoven en doce horas es como enfrentarse a nueve Miuras en una tarde y salir airoso. Porque si bien es cierto que ninguna sinfonía tuvo la redondez interpretativa general para calificarla de inmortal, el nivel general fue notable.

      La forma en que atacó la amplia sección de la cuerda, en marcado vibrato, durante el primer movimiento de la Primera, sugirió el Beethoven más jovial, con un punto de acidez que ya empezaba a aflorar en sus partituras. El segundo, por el contrario, más rápido y variado, nos incita a pensar en una fuerte devoción por Mozart y e incluso el primer Wagner, el que hizo Rienzi o Das Liebesverbot y que tanta admiración le profesaba. La Joven Orquesta Nacional de España dio credenciales para augurar un prometedor futuro. Hace unos meses la oíamos por primera vez en el Teatro de la Zarzuela con un programa sinfónico y, en esta ocasión, el oficio con que desgranaron tan diversas piezas, fue propia de expertos músicos, con las virtudes de la juventud más lacerante.
       Resultaron inolvidables los tres primeros movimientos de la Séptima, donde encontramos al Cobos más inspirado. La orquesta respondió impecable a los medidos movimientos del de Toro, que con su mano izquierda diluía los legatos y conseguía un sonido redondo y espeso. Las violas y los contrabajos aportaron rotundidad y firmeza a unos movimientos vibrantes de necesidad, mientras que el viento sugirió matices muy bien expresados. La Octava estuvo bien marcada. La resolución del conjunto fue notoria. Hacemos especial hincapié en la sonoridad de los fortes, que evitó exagerar.
       El Auditorio presentó llenos para la última sinfonía, la Novena para coro y orquesta, tocada esta vez por la Orquesta Sinfónica de Madrid. En un momento en el que el compositor se encontraba visiblemente mermado, dibujó una de las piezas más representativas del género, no ya solo por la famosa coral, sino por un primer y tercer movimientos genuinamente tratados. Cobos, quien no precisó de partitura en esta ocasión, se mostró firme y decidido con una orquesta que cada vez toca mejor, en cuanto a madurez y rodaje, pero que presenta problemas de base en las flautas, imposibles de domeñar en las notas graves, que no sonaban, o en un viento metal que no terminó de entrar a tiempo. Supo estar a la altura la refinada cuerda y los primeros ataques del viento madera en el segundo movimiento, así como la percusión durante el coro final. El coro sonó ampuloso y empastó sobradamente con los solistas.
      En especial, los tenores tuvieron su mejor noche, sonando con fuerza pero a su vez capaces de apianar sin perder apoyo, e imponerse en las largas frases repletas de sol y la naturales. Los bajos evidenciaron un nivel grandísimo, mientras que las sopranos quizás pudieron abrir ciertas notas en algún momento. Cobos llevó con pulso la partitura, acelerando el ritmo más de lo habitual, con lo que conllevó recortar considerablemente los "Götterfunken" finales, en ese cierre vocal único, pero no menos inusual, volviendo a retomar el pulso para cerrar el grupo.
       Los solistas que se atreven con esta pieza han de saber de antemano que salvo que posean personalidad y proyección- y en ocasiones ni por esas-, apenas van a destacar entre el tumulto ideado por Beethoven. Mikeldi Atxalandabaso, un tenor del que hemos hablado en otras ocasiones, fue claramente el que mejor defendió la espinosa escritura, mostrando su facilidad de proyección y una línea de canto matizadísima, que no cortó en muchas frases que requieren toma de aire. David Menéndez desgranó su amplia voz en la apertura, pero algunos sonidos sonaron romos y se quedaron aposentados en la parte trasera de la garganta. Raquel Lojendio logró que su cometido fuera destacado, mientras que Marina Rodríguez, en clara desventaja, mostró oficio y buen gusto.
      De este modo quedó culminado el "Sólo música", que en su segunda edición se saldó con un gran éxito por parte del público, con aluvión de aplausos cuando un Jesús López cobos agotado -solo tras posar la batuta en el atril- levantó al aire las nueve sinfonías para gozo del genio alemán. Porque aunque no lo parezca, y leyendo la crónica social no lo parece, en el Auditorio se pudo escuchar buena música, buen canto y sobre todo, buen Beethoven. Todo espectáculo ajeno a estas cuestiones quedó totalmente anulado y fuera de lugar.
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