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CRÍTICA: 'LUCIO SILLA' DE MOZART EN EL TEATRO DEL LICEO DE BARCELONA. Por Alejandro Martínez

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Autor: Alejandro Martínez
20 de julio de 2013
Foto: Armin Bardel
 MOZART, ¿QUIÉN DA MÁS?
 
Lucio Silla (W. A. Mozart). Gran Teatro del Liceo. 07/07/2013

      A falta de las últimas funciones de Madama Butterfly (ya escenificada en marzo) que cerrarán este julio la agenda del Liceo, el teatro de las Ramblas cerraba con Lucio Silla su oferta de títulos para la temporada 2012/2013. Estamos ante una indudable obra maestra. Una partitura extensa, sí, menos ágil que otros títulos mozartianos posteriores, por su constante estructura en torno al núcleo de recitativo y aria. Pero alberga una continua sucesión de melodias y concertantes de inspiración apabullante, hasta tal punto que en ocasiones parece preludiar el belcantismo de un Bellini o la profundidad de un Beethoven (uno casi escucha Fidelio con la música que abre la última escena del primer acto).
      Nadie diría que una música tan madura y espléndida pudiera haber salido de la mano de un jovencísimo Mozart de 16 años de edad.Estamos ante una ópera seria con todas las de la ley, digna de reponerse con más frecuencia. El Liceo acertaba programando esta tanda de funciones, además con una producción, una dirección musical y un equipo de cantantes muy bien concertados, dando lugar a un espectáculo muy satisfactorio en su conjunto. Seguramente no hubiera hecho falta un número tan alto de representaciones, con dos repartos, porque la popularidad del título,  pesar de su indudable calidad, es escasa y eran evidentes los claros en el aforo.
      El mayor elogio en nuestra valoración debe referirse a la estupenda dirección musical ofrecida por Harry Bicket, que ya había visitado el Liceo en anteriores ocasiones (L´arbore di Diana). Bicket llevó a la orquesta titular del Liceo a cotas de inspiración inéditas a lo largo de esta temporada, logrando además una ejecución de una seguridad y firmeza elogiables. Su batuta inspiró un sonido siempre teatral, con una variada gradación de dinámicas y con un sonido, por tiempos, por énfasis y por fraseo, en el equilibrio justo entre el historicismo más radical y los criterios más clásicos.

      La producción de Claus Guth, con dramaturgia de Ronny Dietrich, en coproducción del Liceo con el Theater an der Wien y la Wiener Festwochen, muestra muchas virtudes aunque está lejos de sus mejores trabajos, como el genial Parsifal que pudimos disfrutar ya en el Liceo hace dos años. Dispone una escenografía giratoria muy funcional, a cargo de Christian Schmidt, responsable también del vestuario. Dicha escenografía presenta tres espacios elocuentes y comunicados entre sí, brillantemente iluminados por Manfred Voss, con abundantes juegos de sombras en las escenas de las catacumbas. Guth consigue, con una detallista dirección de actores, que el estatismo del libreto no sea un obstáculo para la atención del espectador, que encuentra asimismo un constante reclamo visual, exento de histrionismos. Cabría pedir, seguramente, un trabajo más firme a la hora de poner en escena los diversos conflictos que jalonan el libreto, más brillante Guth a menudo en las escenas en solitario de los diversos protagonistas. En todo caso, en conjunto, una labor estimable, siempre al servicio del libreto y con no pocos reclamos visuales.
       El reparto principal tenía a Kurt Streit como protagonista, encarnando a Lucio Silla. Ya pudimos valorar el espléndido trabajo de Streit en el Liceo hace algunas semanas, como Loge en Das Rheingold. Nos gustó más en aquella ocasión que en este título mozartiano que nos ocupa, donde su fonación no es tan natural ni comunicativa, aunque siegue siendo un actor completísimo y un cantante seguro.  En el caso de Patricia Petibon, ante todo, cabe destacar la valentía para abordar una parte tan endiablada y extensa como la de Giunia. Su timbre es ahora más redondo y lírico que en sus comienzos, y el sobreagudo menos descollante. La parte sobrepasa en ocasiones sus facultades, pero en conjunto su labor es notable, esmeradísima en lo vocal como en lo escénico. La línea de canto es siempre limpia, equilibrada, buscando subrayar el belcantismo que respira en las grandes escenas que Mozart depara para Giunia. En escena, Petibon presenta a menudo ademanes y modos que recuerdan a Natalie Dessay, en un extraño equilibrio entre una expresión a veces histriónica y nerviosa, por un lado, y una comunicación sincera y meditada en otros momentos. Así la cosas, su Giunia no fue referencial, aunque destacó por su musicalidad y por su constante vocación comunicativa. Cabe elogiar lo bien que desarrolló una parte que en principio sobrepasa su ligerísima vocalidad original.

       Silvia Tro Santafé es una profesional intachable y una cantante de gran interés. No diremos que su colocación sea todo lo ortodoxa que cabe desear, pero ofrece una línea de canto de un legato ejemplar, con una coloratura generalmente precisa, diciendo el texto con gran elocuencia. Su Cecilio fue, junto a la Giunia de Petibon, lo mejor de la noche en términos puramente musicales. Ojalá podamos verla más a menudo por España; un acierto de cast sin duda alguna. No cabe decir lo mismo del Lucio Cinna de Inga Kalna, esmeradísima, sí, con una más que notable línea de canto, pero con una coloratura dificultosa, siempre esforzada, con un sobreagudo desabrido, con un timbre a veces ingrato y con unos modos escénicos algo toscos. Tanto Ofelia Sala como Antonio Lozano cubrieron muy bien sus papeles, Celia y Aufidio, respectivamente, redondeando un reparto compacto, muy musical y escénicamente implicado. La dirección de Bicket, ya antes elogiada, elevó muchos enteros su prestación musical, dando lugar a uno de los espectáculos más redondos de cuantos se han puesto en escena esta temporada en el Liceo.
       Queremos aprovechar esta ocasión para valorar el estupendo programa mano que viene confeccionado el Liceo al hilo de sus representaciones. El de este Lucio Silla se nos antojó ejemplar, con una detallada síntesis del argumento a cargo de Teresa Lloret y con un profuso análisis y comentario a cargo de Jaume Radigales, además de un artículo complementario firmado por Rony Dietrich.

 

Foto: Armin Bardel 

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