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CRÍTICA: JAYCE OGREN DIRIGE LA 'SEXTA SINFONÍA' DE CHAIKOVSKI EN LA TEMPORADA DE ABONO DE LA OSPA

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Autor: Aurelio M. Seco
6 de mayo de 2012
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Foto cortesía de la OSPA

 Lugar: Auditorio de Oviedo. Fecha: 4 de mayo de 2012. Ciclo: Temporada de abono de la OSPA. 11º concierto.

"PATÉTICA" NO, ¡PATÉTICO!

Es una pena que el pasado viernes hayan coincidido tres citas artísticas de interés: el concierto de abono de la OSPA, un recital del notable pianista Jue Wang en el Conservatorio Superior de Música de Asturias y el ballet "Giselle", interpretado por el Ballet del Kremlin, en el Teatro Campoamor. Da igual las veces que se haya puesto de manifiesto este problema. Ya sea porque cada programador hace siempre lo que le da la gana, porque no siempre resulta fácil encajar las agendas de los artistas, o simplemente porque es difícil estar al tanto de lo que hacen los demás y coordinarse, estas molestas coincidencias seguirán dándose le pese a quien le pese, para desesperación de los aficionados.

El 12º concierto de abono de la OSPA fue otra ocasión para desear no haber ido al Auditorio de Oviedo. El resultado artístico fue realmente pobre durante buena parte de la velada y, sin embargo, los aplausos del público e incluso los gestos de los músicos al finalizar el concierto resultaron sorprendentemente entusiastas respecto al trabajo del director. No sería mala idea que, unos y otros, reflexionasen sobre su falta de perspectiva artística. Otra vez, la asistencia de público volvió a ser muy discreta. Y así seguiremos hasta que alguien empiece a preguntarse con seriedad el porqué, y a poner la solución, que en estos momentos y, tal y como están las cosas, ya no es nada fácil de corregir. El programa sin duda era interesante, sobre todo por el estreno en España de las "Canciones de amor y tristeza" de Peter Lieberson y, por supuesto, por la "Sinfonía nº 6" "Patética", de Chaikovski, una de las más bellas composiciones sinfónicas nunca escritas. En este contexto, las "Sinfonías para instrumentos de viento" de Stravinsky no terminaron de encajar, y se convirtieron en todo un convidado de piedra estético. Las "Sinfonías" no es una de las partituras más estimulantes del compositor ruso. Al contrario, nos parece una obra incómoda, repetitiva y fría. Es sabido que Stravinsky no ha pasado a la historia por su inspiración, sino por una manera de proceder cerebral y calculada que, cuanto más tiempo pasa, menos cálida parece. La interpretación no estuvo mal, gracias a una sección de viento de la OSPA que funcionó bien durante toda la noche. La dirección de Ogren resultó solvente y acertada.  Las "Canciones de amor y tristeza" de Lieberson están basadas en poemas del poeta chileno Pablo Neruda. Su estética, más resultona que brillante, sin duda dejó momentos de interés, pero también fue reiterativa en exceso, puede que incluso un tanto melodramática. Esto le restó interés, pero no tanto como para que no gustase. El barítono Joshua Hopkins hizo un buen trabajo. Poseedor de una voz bonita y bien timbrada, Hopkins la lució sobre todo en el registro medio agudo, una altura de la que el compositor abusa en exceso pero que le vino bien al cantante, porque es donde mejor suena su voz. En el grave ya fue otra cosa. Gustó su pronunciación pero, su dicción, sin ser mala, no permitió entender el texto sin acudir al programa de mano. Ogren llevó a la orquesta con sensatez y equilibrio, en una obra que tampoco parece pedir mucho más.

La interpretación de la "Sexta Sinfonía" de Chaikovski fue lo peor de la noche. La versión dejó bien claras las deficiencias técnicas de Ogren, su falta de carácter y nivel de exigencia musical y, sobre todo, un estilo interpretativo totalmente desatinado. Durante la velada hubo muchos momentos en los que el director tenía que haber parado a la orquesta para cuidar ciertos finales, afinar mejor algunos pasajes o tocar con más precisión rítmica, pero los ensayos ya habían pasado. Llama la atención que un director con tantas limitaciones esté viendo recompensada su carrera con oportunidades tan importantes, que le han llevado a sustituir a un director como James Levine o a trabajar con orquestas tan prestigiosas como la de Cleveland, la Sinfónica de Boston  o la Filarmónica de los Ángeles. Pero empecemos a analizar su trabajo desde el principio. Jayce Ogren optó por unos "tempi" muy personales, casi siempre demasiado lentos. La elección de los "tempi" es un aspecto subjetivo las más de las veces. Un director puede optar por dirigir un fragmento más lento de lo habitual y la versión no resentirse en absoluto si se consigue que la obra se sostenga musicalmente. El primer tiempo de la sinfonía resultó demasiado lento, pero podría haber tenido un cierto sentido si la música de Chaikovski no se desinflara en los momentos de mayor tersura o énfasis melódico. En realidad, las carencias fueron tantas que resultaron sistémicas, como si el director no lograse entender  la obra ni la manera de dirigirla. Los cambios rítmicos y expresivos en este primer movimiento no resultaron equilibrados, sino bruscos, faltos de refinamiento y sin una idea clara respecto al arco general del movimiento. La excesiva lentitud del tercer movimiento restó gracia a la pieza, y dejó ver inseguridades rítmicas de una orquesta que respondió con profesionalidad, pero sin tener las ideas claras. Con todo, lo peor llegó en el último movimiento. Jayce Ogren dirigió uno de los fragmentos más inspirados de la Historia de la Música como si fuera una barcarola, vulgar y rutinaria. Los últimos segundos de la obra, tan poéticos y evocadores, tan dramáticos e incluso estremecedores, sin duda el reflejo simbólico del último latir de un corazón, se ofrecieron vulgares, aprisa, corriendo, sin el mayor atisbo de sensibilidad. Señor Ogren, "mudo, absorto y de rodillas". No hay otra manera de dirigir esto. Y si no, simplemente no lo dirija. "Como se adora a Dios ante su altar". No hay otra forma. Lo dijo otro poeta, no sé si mejor que el propio Neruda

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