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Obituario: Adiós a Montserrat Caballé, la última «primadonna». Por Raúl Chamorro Mena

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Autor: Raúl Chamorro Mena
6 de octubre de 2018

«Elevó el canto a sus cotas más sublimes, llevaba público al teatro por sí sola y gozó de legiones fans de todos los lugares del mundo. Y, además, tuvimos la suerte de que era compatriota y cantó asiduamente en nuestro país».

Adiós a Montserrat Caballé, la última primadonna

   Por Raúl Chamorro Mena
Aún conmocionado por la noticia de su fallecimiento, no desaparece de mi ser, abatido y hondamente estristecido, un recuerdo imborrable. Allá por Febrero del año 1991 el que firma estas líneas veía por primera vez a Montserrat Caballé sobre un escenario, concretamente el del Teatro de la Zarzuela de Madrid. Ya no en plena forma lógicamente y en un papel inadecuado a su vocalidad (Elettra de Idomeneo de Mozart), pero jamás olvidaré el momento de su entrada, que ha quedado grabado indeleble en mí memoria: nunca he tenido la sensación más clara y rotunda de que sobre el escenario había una diva –en el concepto más genuino, puro y hermoso del término: Diosa- .

   Por supuesto que la Caballé era ya una pieza fundamental para esa pasión que se desarrollaba en mí desde la adolescencia por el género lírico en general, la ópera, la zarzuela…, en definitiva, por las voces y el canto. A algunos de estos cantantes clave para convertir la lírica en una parte esencial de mi vida, como Callas o Fleta, nunca pude verles en vivo, pero a otros como Alfredo Kraus, Teresa Berganza o Montserrat Caballé, sí, lo que aún hace más profunda mi devoción por ellos.

   Nos deja una pieza clave de la siempre fecunda cantera de cantantes españoles, una personalidad fundamental de esa generación irrepetible formada por Victoria de los Angeles, Teresa Berganza, Pilar Lorengar, Alfredo Kraus…  y los posteriores Plácido Domingo, Jaime Aragall y José Carreras.  Caballé, además, paseó el nombre de España por el mundo, cantó asiduamente en Madrid y demás teatros de la geografía española y siempre fue fiel al Gran Teatre del Liceu donde ofreció casi todos sus papeles y más de 200 representaciones, reservándole sus debuts cuando era diva única internacional, incluidas las etapas de crisis económica por las que pasó el coliseo Barcelonés. Con ello cumplía esa promesa que le hizo a José Antonio Bertrand, mecenas que amparó de forma incondicional sus estudios en el conservatorio del Liceo. Allí fueron fundamentales las enseñanas de Conchita Badía y sobre todo, de la húngara Eugenia Kemmeny.

   Posteriormente, un primer periplo en Italia decepcionante y en el que  –como ella solía recordar- algún “iluminado” le recomendó que se casara, porque cantando no se iba a poder ganar la vida. A continuación su etapa como soprano de compañía en Basilea y Bremen, donde cantó innumerables papeles de los más variados repertorios. Después de su debut en el Liceo en 1962 con Arabella de Strauss, en 1965 llegó su consagración internacional al sustituir en el neoyorkino Carnegie Hall a Marlyn Horne en Lucrecia Borgia, obteniendo un éxito clamoroso con aquel famoso Callas+Tebaldi igual a Caballé de la prensa al día siguiente. En el MET se presentó el mismo año 1965 con Faust, con lo que logra pisar el escenario del viejo teatro antes de pasar a Lincoln Center donde brilló durante dos décadas. En Madrid debutó en 1967 con Traviata y una Manon junto a Alfredo Kraus. Su debut como protagonista en La Scala milanesa –había encarnado una muchacha flor de Parsifal en 1960- se produce en 1970 con Lucrezia Borgia y en el Covent Garden en 1972 con Traviata

   Escribe el gran vociólogo Joaquín Martín de Sagarmínaga en su indispensable diccionario de cantantes líricos españoles, que Montserrat Caballé construyó su edificio vocal sobre “una triple alianza”, a saber “una voz de timbre bellísimo, un control del fiato excepcional y unas filados sobrecogedores”. Efectivamente, como vocalista, la catalana fue única, con su fiato inextinguible, su insuperable maestría en el canto spianato, -sublimación del legato-, el propio de las largas frases de las cantilene bellinianas, siendo, realmente, y a pesar de una inicial afinidad con el repertorio germánico, el bel canto romántico italiano el terreno donde brilló con más fulgor, participando activamente –junto a Leyla Gencer, Joan Sutherland y Beverly Sills- en la Donizetti Renaissence de mediados del Siglo XX, en la senda abierta por Maria Callas. El timbre de Caballé,  homogéneo, cristalino, auténticamente patricio por belleza, esmalte y singularidad, la técnica soberbia, con un control total de la respiración y la dosificación del aire. El canto siempre sul fiato, dolce, refinado, de gran proyección y resonancia en teatro, la expresión áulica, la gama dinámica inagotable, con esa capacidad para parar el tiempo con unos filados y pianissimi que dejaban al público sin respiración y atrapado a la butaca.  

   Por citar algunas de sus creaciones inolvidables, dado que el repertorio de Caballé fue amplísimo: Norma, uno de los papeles que más gloria le dió y cuya más completa encarnación hay que buscarla en el DVD de Orange 1974; la también belliniana Imogene de Il Pirata (registro oficial EMI de 1970 junto a su marido Bernabé Martí, además del vivo de Florencia 1968). Innumerables sus aportaciones en repertorio donizettiano, en el que fue importantísima su labor de difusión: Lucrezia Borgia, papel que le abrió las puertas de la gloria internacional (además del vivo de su eclosión en el Carnegie Hall 1965, imprescindible la grabación en estudio RCA 1966 con el inigualable Gennaro de Alfredo Kraus y la gran Shirley Verrett); Elisabetta de Roberto Devereux (diversas grabaciones en vivo: Nueva York 1965, Barcelona 1968, Venecia 1972 y un video oficioso de Aix-en-Provence 1977), Maria Stuarda (diversos registros en directo -Milán 1971, Paris 1972, Chicago 1973- y video de la transmisión de RTVE desde el Liceo de 1978), Parisina d’Este (grabación en vivo de 1974), Gemma di Vergy (tomas en vivo Nápoles 1975, París 1976), Caterina Cornaro (registros de Londres 1972, Barcelona 1973), hasta llegar a esa Sancia di Castiglia que interpretó en 1992 en el Teatro de la Zarzuela y que el que firma tuvo la suerte de presenciar.

   En terreno Verdiano cómo no citar la Elisabetta de Don Carlo (indispensable la grabación EMI dirigida por Carlo Maria Giulini, la mejor de las existentes junto a la de Solti para DECCA), Giovanna d’Arco (una de sus mejores grabaciones de estudio, EMI 1972, dirección de James Levine), Aida (EMI 1974 con Riccardo Muti a la batuta). En las tres acompañada por Plácido Domingo, La Traviata (RCA 1967), Aroldo (CBS 1979), Il Corsaro (Philips 1975, aunque interpreta a Gulnara, ella realizaba una insuperable intepretación del aria de Medora “Non so le tetre immagini” recogida en diversos conciertos en vivo y en recital de estudio), Amalia de I Masnadieri (Philips, 1974), Luisa Miller (DECCA 1975 con Pavarotti y el vivo del MET 1968), sin olvidar esa Forza del destino milanesa en imagen con Carreras, Cappuccilli y Ghiaurov y la función recogida también en imagen procedente de Orange 1972 con una fascinante Leonora de Il Trovatore.

   Celestial, sublime, su Liù de Turandot –también recogida en diversas tomas en vivo- en la justamente famosa grabación de DECCA dirigida por Zubin Mehta y con Sutherland y Pavarotti como compañeros. En ámbito pucciniano no se puede olvidar su Manon Lescaut (EMI 1971), Madama butterfly (Alhambra, 1976 junto a Bernabé Martí), Tosca (Philips 1976 y diversos vídeos como el de Yokohama con Di Stefano) y su Bohème (RCA 1973 con Domingo y Solti a la batuta), además de un imprescindible disco de arias dirigido por Charles Mackerras (EMI 1969). Para terminar, citar su Mathilde de Guillaume Tell (EMI 1972), su vídeo de la también rossiniana Semiramide de Aix-en-Provence (1980) junto a Horne, dirección musical de López Cobos y escénica de Pier Luigi Pizzi y su Madama Cortese de Il viaggio Reims con Claudio Abbado (vídeo de Viena 1988). La Salomé mejor cantada de la historia (RCA, 1968, Erich Leindorf, también RAI 1971 con Mehta, vídeo de Madrid 1977 y un registro en vivo de 1958 de su etapa de Basilea), Adriana Lecouvreur (Tokio 1976, audio y video) y su Adalgisa de 1984 –DECCA- junto a la Norma de Joan Sutherland.

   Asimismo, no olvidar las cuatro zarzuelas completas que grabó (La villana, Maruxa, El pájaro azul y Cançó d’amor i de guerra”), además de los discos de romanzas y dúos con Bernabé Martí. Indispensables también sus tempranos registros de arias verdianas y el de arias francesas para DG 1970.

   En una lírica como la actual, escasa de verdaderas personalidades, de auténticas figuras, en la que reinan los directores de escena y las grises labores globales, desaparece una primadonna de verdad, que elevó el canto a sus cotas más sublimes, llevaba público al teatro por sí sola y gozó de legiones fans de todos los lugares del mundo. Y, además, tuvimos la suerte de que era compatriota y cantó asiduamente en nuestro país.

   Descanse en paz una de las mejores sopranos de la historia.

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