Por Aurelio M. Seco | @AurelioSeco
Oviedo. 13-XII-2017. Teatro Campoamor. Andrea Chenier, Giordano. Jorge de León, Carlos Álvarez, Ainhoa Arteta, Mireia Pintó, Marina Rodríguez-Cusì, Francisco Crespo, David Oller, Àlex Sanmartí, Manuel Gómez Ruiz, Joan Plazaola, Cristian Díaz. Dirección de escena: Alfonso Romero Mora. Dirección musical: Gianluca Marcianò. Oviedo Filarmonía. Coro de la Ópera de Oviedo.
En España tenemos un privilegio que no valoramos como debiéramos: el de poseer algunos de los mejores artistas del mundo de la música, en todos los terrenos, además. Nuestro país cuenta con directores de talento excepcional, con cantantes extraordinarios, con pianistas brillantísimos, pero, o no acabamos de reconocerlos porque nos falta criterio o, teniéndolo, preferimos mirar hacia otro lado, por determinados intereses, gestores, de agencias, en fin, que con demasiada frecuencia la calidad artística se pone por detrás de afinidades personales, rivalidades, intereses profesionales...
Durante este año la temporada operística ovetense ha realizado un buen trabajo de selección contratando a importantes nombres de nuestro país que se encuentran entre lo mejor del presente. No todo salió perfecto siempre, pero el nivel está siendo altísimo en parte porque se ha puesto en el foso a directores como Óliver Díaz, Guillermo García Calvo o Ramón Tebar. Para este Andrea Chenier lo excepcional vino por la elección del reparto, en el que encontramos juntos nada menos que a Ainhoa Arteta, Carlos Álvarez y Jorge de León, tres de los más grandes cantantes vivos. Algo querrá decir que no sea frecuente verlos compartir escenario. Que sepamos, Álvarez y Arteta han trabajado juntos en algunas ocasiones, no demasiadas. Si hablamos de ópera, contamos una Bohème en el Teatro Arriaga de Bilbao, a mediados de los años noventa, con un joven barítono malagueño que todavía no había cumplido los treinta. Este Chénier también suponía la primera oportunidad de ver juntos sobre un escenario a Arteta y De León. No parece razonable que artistas tan excepcionales no puedan unir con más frecuencia su talento para desbordar de esta forma las expectativas del público.
España no es fácil ni siquiera para los más destacados. Cantantes como Ainhoa Arteta, Juan Jesús Rodríguez, Saioa Hernández, Carlos Álvarez o Jorge de León, por citar sólo algunos de los más destacados, deberían estar mucho más programados en el Teatro Real o el Liceo de Barcelona, por poner dos ejemplos paradigmáticos. La propia Arteta ha hablado con frecuencia sobre sus dificultades para entrar en el Real. ¡Es una de las mejores artistas españolas y de las más destacadas del mundo! Cabría citar a otros muchos cantantes y directores de orquesta. Es un motivo sobre el que deberían reflexionar juntos nuestro ministro de Educación y Cultura, Íñigo Méndez de Vigo, Joan Matabosch y Christina Scheppelmann. En nuestra opinión, si el panorama no cambia, es motivo suficiente para repensar ambas direcciones artísticas.
Este Andrea Chénier ha dejado una de las mejores aportaciones vocales que hemos visto este año. No salíamos de nuestro asombro a cada paso, por la extraordinaria versión lírica y escénica mostrada por Arteta, Álvarez y DeLeón, y esto a pesar de que el gran barítono español se encontraba mal de salud, lo que le obligó a ser sustituido por Ambrogio Maestri en alguna función, pero afortunadamente no en la que asistimos, porque ver a Álvarez sobre el escenario recreando a Carlo Gérard es un privilegio que sólo valoraremos el día que no lo tengamos. Carlos Álvarez posee un don innato para emocionar cantando, para afinar perfecto, para acoplarse como un guante a la orquesta sin necesidad de mirar al director. Qué enorme talento natural el de este artista. También está su carisma, la fuerza de su gesto, la fortaleza, la ternura de su imagen cuando toca. Y no es sólo su aplomo para convertirse en una referencia sobre el escenario, es la intencionalidad de su discurso dramático lo que resulta realmente extraordinario. Ver a un hombre tan importante, a esta verdadera fuerza de la naturaleza, que ha vivido tanto además en lo personal, recrear con tal interés, humildad, gallardía y tesón a Gérard… resultó una experiencia asombrosa.
Ya con este reparto había una expectación previa a la que se debía responder. Lo hicieron los tres, sin duda, conscientes de la responsabilidad de compartir escena con artistas de tanto nivel. Que repitan el título más pronto que tarde, con el mismo reparto. El apabullante éxito de la producción es una razón de peso, sin duda, y la repetición contribuirá a valorar más lo conseguido. Porque a veces sucede que lo excepcional no consigue apreciarse en su justa medida. Esto es lo que sentimos en el Campoamor. Hubo muchos aplausos, sin duda, muchísimos, pero no tantos como cabría esperar de una función –la tercera- tan excepcional. Debería haber temblado el Campoamor. Hay una sutil frialdad, no ya del Campoamor, sino en el público que normalmente asiste a la ópera o a conciertos. Es inseguridad por falta de criterio.
Ainhoa Arteta estuvo soberbia como Maddalena de Coigny. Nos encantó su relación escénica con Jorge de León, apasionada y volcada por recrear este amor tan bello y sincero entre ambos personajes. Nunca habían trabajado juntos y ella debutaba el personaje. En Ainhoa Arteta conviven dos mundos que a veces pueden llevar a engaño si no se analizan correctamente. Hay una parte muy elegante, sofisticada, glamurosa si se quiere, en la artista, que la dota de una obvia distinción. Pero no son cualidades vanas ni superficiales. Sobre la escena todo ello, que es clase y no pose, se pone al servicio de las necesidades del personaje, algo admirable en nuestra opinión por la humildad y honestidad demostradas. La fuerza que imprimió al personaje de Maddalena en los momentos más dramáticos fueron arriesgados incluso en lo físico, y contrastaron con la delicada emotividad y el calor de lo más dulces, delicados, de los más líricos. Fue una Maddalena lírica, refinada, sutil; fuerte y temperamental también, pero con ese canto elegante, refinado. Su interpretación de la famosa “La mamma morta” nos pareció sobrecogedora y llena de intención. La belleza de su voz, la elegancia interpretativa y escénica del personaje, puesta en ese momento al servicio de un dramatismo tan desgarrador nos sedujo totalmente.
No podemos resistirnos a hablar de un aspecto de Ainhoa Arteta que no tiene que ver con la ópera, pero sí con su carácter y compromiso con nuestro país. Los que creemos en España y en el español y creemos que los nacionalismos fraccionarios son una de las mayores amenazas para nuestra democracia, no podemos más que apreciar en lo que se merece la valentía que ha mostrado a la hora de defender España como nación. Es algo histórico, sin duda, e inédito en nuestro territorio, donde lo que abunda es el miedo por unas consecuencias que, lamentablemente, incluso alguien del rango de Arteta suelen padecer. Tal es la enfermedad que asola España. Una mujer admirable, Ainhoa Arteta, un auténtico referente, dentro y fuera del escenario. No podemos decir otra cosa.
Con todo, lo que más nos impresionó fue el extraordinario estado vocal de Jorge de León. El tenor canario ha mostrado una obvia evolución desde sus comienzos como cantante. Las inseguridades de afinación de antaño se han vuelto una anécdota en el maremágnum de una voz inmensa, de enormes posibilidades, que el tenor luce como pocos en el mundo. La presencia constante de su chorro lírico, la inteligencia del tenor para superar con admirable entereza las dificultades de una línea de canto tan atractiva como compleja, rebosaron completamente nuestras expectativas y las de la acústica del Campoamor. No salíamos de nuestro asombro viendo tal caudal lírico, observando la intencionalidad en cada fraseo, la fuerza de este cantante asombroso, mientras el público daba a sensación de no ser consciente del todo del tesoro que este hombre tiene en la garganta. De León domeñó su voz y la voz de Andrea a fuerza de mostrar un talento descomunal que creemos no se está percibiendo con claridad. Incluso cuando percibimos cierta tensión en los pasajes más alejados, la fuerza dramática de la partitura parece unirse a la del tenor en un alarde maravilloso. Lo que ha conseguido De León es una de las mejores voces del planeta, regada con el tesón y la inteligencia de su gran talento.
El estado de gracia se extendió al resto del reparto. Muy acertada Mireia Pintó como la Mulata Bersi, y adecuada sin duda La Condesa d Coigny de Marina Rodríguez-Cusí, de cualidades vocales algo mermadas. Extraordinario el Mathieu de Àlex Sanmartí; apropiados sin duda los trabajos de Francisco Crespo, David Oller, Manul Gómez Ruiz, Jon Plazaola y Cristian Díaz. Excepcional, a un nivel escénico estratosférico el Coro de la Ópera, que dejó escenas para el recuerdo, asombrosas por el impacto sonoro y visual. Qué maravilla de actuación.
A Gianluca Marcianò le hemos visto ofrecer versiones desiguales, con criterios un tanto excéntricos en alguna ocasión. En ésta su trabajo nos pareció de altura. Marcianò dirigió la obra dando la sensación de que era muy importante para él, con un volumen orquestal tendente a lo generoso que sentó bien a la producción, y que obligó al reparto a exigirse en lo vocal. Nos gustó la almohada sonora, como nos sobrecogió el impresionante regulador final con que el director concluyó la obra. Gran trabajo de dirección musical e interesante dirección de escena de Alfonso Romero Mora, inteligente, respetuosa con la dramaturgia, atractiva visualmente, con un elegante y apropiado vestuario, además, de Gabriela Salaverri.
Preciosa versión que no olvidaremos.
Foto: Iván Martínez - Ópera de Oviedo
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