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Crítica: Alan Gilbert dirige una magnífica versión de 'Scheherazade' al frente de la Filarmónica de Nueva York

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
5 de octubre de 2016

MAGNÍFICA VERSIÓN DE SHEHEREZADE

  Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. David Geffen Hall  30/9/2016. Temporada de abono de la Orquesta Filarmónica de Nueva York (NYPO). Magdalena Kožená. Director musical: Alan Gilbert. Las noches de verano de HectorBerlioz. Scheherazade, suite sinfónica, Op. 35, de Nikolai Rimsky-Korsakov.

   Siempre es un placer encontrarse con Scheherazade, obra que desde que nos adentramos en el fascinante mundo de la música, suele formar parte de la vida de la mayor parte de los melómanos. La obra indescriptible, definida por el compositor como suite sinfónica, pero que se encuentra a mitad de camino entre la sinfonía programática, el concierto grosso, el concierto para violín, o la colección de poemas sinfónicos, todo y nada a la vez, con una gran fuerza dramática, ha atraído a crítica y público por igual desde su estreno en 1888 en la capital de la Rusia zarista, San Petersburgo.  

   La idea de componer una obra basada en personajes de “Las mil y una noches” atrajo desde siempre a Nikolai Rimsky-Korsakov. Los temas orientales parecían bastante comunes en los componentes del “Grupo de los cinco”, máximos exponentes del nacionalismo musical ruso. El compositor tenía aversión a encorsetarse en una música programática, e iba y venía con la idea de poner nombre a los movimientos más allá de la indicación de tempi. Finalmente parece que lo desechó, pero la tradición ha hecho que a pesar de sus deseos, o precisamente por ellos, aun hoy los conozcamos como “El barco de Simbad” o “El Festival de Bagdad”.

   No obstante todas sus virtudes, es una obra que no se programa tan habitualmente como pudiéramos pensar, por lo que aunque la tengas en la cabeza, cada nueva escucha en una sala de conciertos tiene esa sensación de novedad, de obra no trillada, que muchas veces tenemos con otros clásicos del repertorio. Es algo que comparte con la obra que abría el programa, “Las noches de estío” del francésHectorBerlioz.

   De las cuarenta canciones que compuso, son sin duda las seis más conocidas, y casi las únicas que perduran hoy en día en las salas de conciertos. El ciclo se compuso inicialmente para piano y voz en 1841. Dos años después orquestó la cuarta canción “Absence” y el resto lo hizo años después, en 1856. Berlioz demostró que fue probablemente el mejor orquestador de su tiempo consiguiendo una obra plena, llena de matices, con diversos juegos orquestales que fueron pioneros, y que ha sido favorita de grandes cantantes como Regine Crespin, Victoria de los Angeles, Janet Baker o Jessye Norman.

   En este concierto, la interpretación corrió a cargo de la checa Magdalena Kožená.  De emisión correcta y proyección adecuada, la voz es pequeña y pobre de armónicos, con un timbre bastante impersonal. En la octava central el canto fue interesante y expresivo aunque su pobre dicción francesa tampoco le ayudó a transmitir muchas de las emociones del ciclo. Los problemas surgieron de una franja grave pobre, no muy adecuada en una mezzosoprano, y que se reflejaron sobre todo en la “Villanelle” y en “Le spectre de la rose”. Continuaron por arriba donde la situación no mejoró. La voz se descontrolaba, los sonidos se abrían y el trémolo se hacía cada vez más evidente. Alan Gilbert la acompañó con delicadeza y transparencia, conteniendo a la orquesta. Pero mucha de la magia de este ciclo de canciones se perdió por el camino.

   En la segunda parte, las tornas cambiaron radicalmente. Alan Gilbert y los filarmónicos neoyorquinos firmaron una Sheherezade de primer nivel. Arrancó con solemnidad, muy canónica. Tras la primera entrada del violín empezó a coger vuelo con frases y detalles admirables de oboe, trompa y flauta, y una construcción muy medida, con crescendos atinados por parte del Sr. Gilbert. En el Lento posterior - del Príncipe Kalendar - los diálogos del violín y el arpa, o la intervención del fagot sobre el obstinato de los contrabajosfueron de poner los pelos de punta, y el movimiento terminó con una coda explosiva, de una gran belleza. El andantino de los jóvenes príncipes tuvo el toque jovial y festivo requerido, aunque quizás en exceso placentero. Dicho todo lo anterior, a la versión le estaba faltando ese algo más que diferencia una gran interpretación de otra realmente memorable.

   Eso llegó en un cuarto movimiento donde aquí sí, Alan Gilbert echó el resto y el Festival fue imponente, el barco se hundió hasta el fondo del mar, y todos acabamos con el corazón en un puño. Si ya hemos reseñado las estupendas intervenciones solistas de los miembros de la orquesta, no seríamos justos si no situáramos en lo más alto del podio la labor sencillamente magistral de Frank Huang, el concertino de la orquesta, quien con un sonido pleno, un fraseo primoroso de enorme belleza, nos llevó de la mano por este precioso viaje.

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