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[C]rítica: Alessandro de Marchi dirige «Enrico di Borgogna» en el Festival Donizetti de Bérgamo

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Autor: Raúl Chamorro Mena
29 de noviembre de 2018

El debut oficial de Donizetti

Por Raúl Chamorro Mena
Bergamo, 25-XI-2018, Teatro Sociale. Enrico di Borgogna (Gaetano Donizetti). Anna Bonitatibus (Enrico), Sonia Ganassi (Elisa), Francesco Castoro (Pietro), Levy Sekgapane (Guido), Luca Tittoto (Gilberto), Lorenzo Barbieri (Brunone), Matteo Mezzaro (Nicola), Federica Vitale (Geltrude). Coro Donizetti Opera. Academia Montis Regalis. Dirección musical: Alessandro de Marchi. Dirección de escena: Silvia Paoli.

   Es un placer apreciar que cada año el Donizetti Opera Festival se asienta como elemento propio y fundamental de la ciudad de Bérgamo, cuyos estamentos y estructuras se van implicando un poco más en el mismo. Cada vez más aficionados procedentes de todas las latitudes peregrinan a la bellísima ciudad, conscientes de de esa oportunidad única de poder ver representadas, con una admirable mezcla de rigor musical y entusiasmo, las obras menos conocidas de un compositor tan importante dentro de la historia de la ópera y que legó a la posteridad más de 70 títulos.

   Este año la programación se ha desarrolado en el Teatro Sociale de Città Alta, el más antiguo de la ciudad, recuperado hace pocos años, después de muchos de silencio. El Teatro Donizetti de Città Bassa se encuentra en obras de remodelación, pero cabe esperar que el próximo año esté ya listo, porque, además, la próxima edición del Festival añade un título más a los dos habituales. Se anuncian Pietro Il Grande, Kzar delle Russie, L’ange de Nisida (primera representación en forma escénica de la obra que es el germen de La Favorita) y Lucrezia Borgia (en nueva edición crítica). Apasionante programa que no me pienso perder.

   Después de unos suculentos Casoncelli alla bergamasca y una buena ternera a la polenta me esperaba en el Teatro Sociale a las 15:30 horas un acontecimiento (prácticamente un reestreno), como es poder ver en vivo la primera ópera de Gaetano Donizetti que se representó públicamente, es decir, Enrico de Borgogna (Venecia, Teatro San Luca, 1818), no así la primera que compuso, que fue Il pigmalione, composición que, sin embargo, no se estrenó hasta bien avanzado el siglo XX. Un jovencísimo Donizetti de 21 años de edad tenía una gran responsabilidad en su debut, pues debía demostrar ser digno alumno de una figura como Giovanni Simone Mayr, autor de éxitos como L’amor coniugale, Ginevra di Scozia, Medea in Corinto o La rosa bianca e la rosa rossa y cuyos restos reposan junto a los de su alumno en la fascinante Basílica Santa Maria Maggiore en Città Alta. Además, el joven músico se presentaba en una plaza de tantísima importancia como Venecia y, por si fuera poco, protagonizando la reapertura del Teatro San Luca con una buena compañía de canto capitaneada por la jovencísima soprano Angela Catalani y la contralto Fanny Eckerlin, que asumió el papel de Enrico, destinado a contralto in travesti o contralto musico.

   La obra, obviamente, tiene sus debilidades, al igual que el libreto de Bartolomeo Merelli –también Bergamasco-, que luego será destacadísimo empresario (fue quién persuadió a un abatido Giuseppe Verdi para que pusiera música al libreto de Nabucco), pero desde el primer momento se aprecia el refinamiento de la orquestación, propia de la formación en el clasicismo vienés recibida por Donizetti de su Maestro Mayr e incluso podemos escuchar en un momento de la cavatina de Enrico, la melodía que dará lugar unos años después a la fabulosa «Al dolce guidami» de Anna Bolena. Espléndido, asimismo, el concertante final del acto primero. La influencia rossiniana es grande, empezando por la obertura que recuerda a la del Barbero, pero resulta más evidente en unos pasajes que en otros, además de comprensible y lógica, pues el Pesarés era un coloso en Italia y en gran parte de Europa. La piedra miliar para cualquier compositor para el teatro de la época.  

   El montaje de Silvia Paoli aprovecha el incidente acaecido en el estreno de Enrico de Borgogna, -el desmayo de la primadonna Angela Catalani antes del final del primer acto, que obligó a suspender diversos números y provocó que la obra no se representara completa ¡hasta un mes después!, ya restablecida la soprano- para, mediante la fórmula de teatro dentro del teatro, revivir las a veces precarias condiciones en que se montaban las óperas en la época del estreno. Una compañía de canto modesta representa la ópera de manera un tanto rocambolesca con los tics, clichés, exageraciones, incidentes, enfrentamientos, odios y amoríos entre los artistas, problemas financieros... típicos de una compañia de provincia. El montaje tiene aciertos y algunas ideas buenas,  el carácter fabulesco de la trama se presta y la ingenuidad que rezuma casa bien con la del joven y entusiasta compositor debutante, aún, lógicamente sin esa fuerza dramática y dominio de los resortres teatrales que llegarán despúes. El problema es que el montaje termina desembocando en parodia, lo que no cuadra con una ópera que no es buffa y que si lleva el calificativo de semiseria es por la presencia de un único papel buffo (Gilberto), por lo demás, secundario.

   Muy equilibrado el reparto encabezado por la mezzo Anna Bonitatibus, cantante de modestos medios vocales, volumen justo y extremos sin fuste, pero musical, que lució buen canto legato y dominio de la agilidad, como se pudo apreciar en su cavatina y sobretodo, en la magnífica escena final con rondò. Sonia Ganassi, algo recuperada vocalmente respecto a las últimas veces que la he visto, acusa un claro desgaste y los viajes al agudo resultan más bien forzados, pero conserva esa musicalidad y sentido del legato de siempre, además de caracterizar apropiadamente, en el ámbito de la propuesta escénica, a la primadonna ególatra y caprichosa. Bonito timbre el del tenor Francesco Castoro, aunque un tanto blando, monótono e inane como fraseador. Es muy joven, por lo que podrá profundizar en ese campo. El antagonista de la ópera, Guido, nos muestra a dónde llegó la evolución de la dramaturgia Donizettiana si se le compara con el gran villano (Warney) de Il Castello di Kenilworth. Lo interpretó el tenor Levy Segkapane, voz pequeña y timbre blanquecino, pero que puso en juego sus mejores armas, la coloratura y la facilidad en la zona aguda y sobreaguda. Desenvuelto, divertidísimo en escena y con un material de respetable resonancia y calidad, el Gilberto de Luca Tittoto, papel cómico de la obra. Buena impresión, tanto en lo vocal como en lo interpretativo -al igual que el causado en Il Castello di Kenilworth- el de la joven Federica Vitali, en esta ocasión en el papel de Geltrude, confidente de Elisa. Menos relieve, dentro de la corrección, tuvieron Lorenzo Barbieri y Matteo Mezaro como Brunone y Nicola, respectivamente.

   La Fundación hace muy bien en intentar recuperar el estilo genuino y las sonoridades originarias, pero a uno el historicismo inflexible le llena un tanto de zozobra y no digamos si se extiende al romanticismo (¿Obligarán a los tenores a emitir en falsettone por encima del la bemol agudo como se hacía en su día?). Lo fundamental, como expresaba el maestro Zedda, es interpretar las obras en su estilo correspondiente, más allá de obsesiones por recuperar los instrumentos originales, algo que por otro lado es imposible. En tal sentido, la agrupación barroca Academia Montis Regalis, con su titular Alessandro de Marchi al frente, completó una labor colaboradora con los cantantes, además de refinada, transparente, plena de vivacidad y ultra ligera, quizás demasiado, porque en momentos parecía Vivaldi y Donizetti, aún el más temprano, no es Vivaldi. Grazie Bérgamo, Grazie Donizetti Opera Festival e ci rivedremo l’anno prossimo!

Foto: Festival Donizetti de Bérgamo

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