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Crítica: La American Symphony Orchestra presenta un programa doble con 'El dictador' de Krenek y 'Día de paz' de Richard Strauss

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
26 de octubre de 2016

GRAN LABOR GLOBAL EN UNA OCASIÓN ÚNICA DE VER DOS OBRAS RARAMENTE PROGRAMADAS

   Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. Carnegie Hall.19/10/2016. Der Diktator (Ernst Krenek). Donnie Ray Albert (el dictador), Ilana Davidson (Charlotte, su esposa), Mark Duffin (el oficial), Karen Chia-Ling Ho (Maria, su esposa). Friedenstag (Richard Strauss / Joseph Gregor). Donnie Ray Albert (el comandante de la ciudad asediada), Kirsten Chambers (María, su esposa), Ricardo Lugo (un sargento / el Holsteiner, comandante del ejército sitiador), Steven Eddy (un soldado raso / el obispo), Mark Duffin (el burgomaestre), Scott Joiner (un piamontés). Dirección Musical: Leon Botstein.

   La serie de conciertos de la American Symphony Orchestra, que fundara en 1962 Leopold Stokowski, es una de las más interesantes que hay en la Gran Manzana. Está llena de títulos atractivos, nada trillados y que te permiten disfrutar en vivo de obras que no se ven en otras temporadas. Si echamos una ojeada a la programación de años anteriores nos encontramos con nombres como los de George Antheil, Elliott Carter, William Walton, Karl Amadeus Hartmann o Anton Rubinstein. De hecho, hace unos meses, me quedé de piedra cuando vi que programaban la Mona Lisa de Max von Schillings, obra prácticamente imposible de ver en nuestros días.

   En esta temporada, además del programa que vamos a comentar, tendremos en noviembre uno dedicado a Leonard Bernstein y los “bostonianos” con obras entre otros de Harold Shapero e Irving Fine, y en febrero, otro dedicado a compositores checos del S.XX donde podremos oír la Tercera sinfonía de Bohuslav Martinu o la Quinta de Erwin Schulhoff.

   La orquesta está íntimamente unida a su director titular desde hace más de veinte años, el americano de origen suizo Leon Botstein. Mis antecedentes con él no eran positivos. La única vez que le había visto, la función fue un auténtico desastre. Fue en diciembre de 2005 cuando en el Teatro Real dirigió la Helena egipcíaca de Richard Strauss con Deborah Voigt. Es verdad que fue una época en que la Orquesta Sinfónica de Madrid estaba en unas horas muy bajas y que fueron solo dos funciones, con lo que se puede explicar que el binomio orquesta-director no cuajara y más en una obra tan difícil de montar como esa. Mi percepción de él ha subido según he visto su forma de trabajar los programas, no solo en la parte estrictamente musical sino también participando él mismo en la redacción de los programas de mano y dando una charla previa a cada concierto donde además de comentar la obra y su entorno, abre un turno de preguntas donde cualquier asistente puede tomar la palabra.

   La noche del pasado miércoles nos presentó uno de esos programas tan apetecibles. Dos óperas en versión de concierto, ambas en un acto, que se estrenaron con solo 10 años de diferencia (1928-1938), en el mismo país, Alemania, en la misma lengua, alemán, pero que son radicalmente distintas entre sí. En el caso de Ernst Krenek, autor que estuvo activo durante más de siete décadas, nos encontramos con una obra escrita cuando era relativamente joven, pero ya había saboreado las mieles del éxito. Un año antes había presentado Jonny spielt auf, ópera de la que se dieron más de 400 representaciones en varios teatros alemanes en su primer año de vida y que llegó a verse en la Opera de Paris y en el MET neoyorquino a las órdenes de Arthur Bodanzky. Der Diktator es una obra corta, de unos treinta minutos de duración, de texturas ligeras, pero de una gran carga dramática a pesar de sus escasos medios. Compartió estreno en Wiesbaden con otras dos óperas en un solo acto del mismo autor, género popular por entonces en la Alemania de la República de Weimar, que también utilizó Paul Hindemith.

   Por el contrario, en el caso de Día de Paz -Friedenstag- de Richard Strauss, hablamos de una de sus últimas obras, estrenada en Munich en 1938 en una de las épocas más polémicas de su vida por su controvertida relación con el Tercer Reich. Aunque en algún momento pensó estrenarla junto a Daphne, otra opera también en un acto, abandonó la idea. La obra es más larga, cercana a los ochenta minutos, con un amplio despliegue orquestal, un gran coro, catorce cantantes, y al contrario de lo que se pudiera pensar con dichos medios, más estática. La carga dramática está más en la música que en la acción.

   En la charla previa a la función, el director Leon Botstein nos presentó el programa resaltando las analogías entre el periodo entreguerras del S.XX y el momento actual, por un lado con varios países europeos donde parece haber una fascinación por líderes autoritarios tipo Jarozlaw Kaczinsky, Viktor Orban oTayyip Erdogan, que han alcanzado el poder por métodos democráticos pero que cada día se alejan más de ellos, y por otro teniendo en cuenta que las elecciones americanas tendrán lugar en un par de semanas, en un momento de descontento social y de frustración hacia los políticos. El mismo día del concierto se celebraba el tercer debate entre Donald Trump y Hillary Clinton, donde el primero puso en duda si aceptaría o no el resultado de las urnas, palabras matizadas al día siguiente en el sentido de que solo aceptaría una victoria suya o un derrota muy clara. Nos recordó también la figura de Benito Mussolini, el “inspirador” de la obra de Krenek, quien también en su día tuvo apoyos insospechados de personalidades de la cultura, la ciencia y la sociedad en general que le veían como un líder a seguir.

   El dictador es una obra donde se aprecia no solo la influencia de su maestro Franz Schreker, sino que su orquestación también nos recuerda a Giacomo Puccini. Al contrario que con Jonny spielt auf, las tres óperas en un acto no tuvieron éxito y salvo esporádicas representaciones en Berlín (fue dirigida por Otto Klemperer), Viena o Génova no han vuelto al repertorio hasta el S. XXI. Cuenta la historia de cuatro personajes. Un dictador, uno de sus oficiales que se ha quedado ciego en una de sus guerras, y sus respectivas mujeres.El dictador se ha ganado un par de enemigas. Ambas quieren matarlo. María, la del oficial para vengar a su marido, mientras Charlotte, la suya, por celos. Cuando se encuentran y María le comunica que quiere matarle cuando termine de rezar sus oraciones, él le contesta que no es posible porque se ha enamorado de ella. María decide entonces unirse al dictador y cuando Charlotte que ha oído la escena dispara a su marido, ella se interpone en el camino de la bala. La obra termina con el oficial ciego llamándola sin saber su triste destino. A pesar de su corta duración, es impactante con una gran carga dramática.

   El barítono Donnie Ray Albert de voz oscura, bien emitida y proyectando con soltura hizo un dictador creíble, altivo y arrogante. El tenor Mark Duffin, con voz de pequeño tamaño tuvo problemas en el registro agudo, bastante tirante, aunque fue estremecedor como contó el episodio en que perdió la vista. Entre las féminas, más interesante y rotunda la soprano Karen Chia-Ling Ho quien supuestamente hace un personaje frágil y desvalido, que la más discreta Ilana Davidson como Charlotte.

   La situación de Richard Strauss cuando en 1935 empieza a componer Día de paz -Friedenstag- es complicada. La idea de la obra parte de Stefan Zweig, el libretista de su ópera previa, La mujer silenciosa -Die schweig same Frau. Éste es judío y renuncia a seguir adelante la ópera porque no quiere ser protegido por Strauss. Al bávaro no le hace gracia la renuncia y le envía una carta muy dura donde también critica al régimen nazi. Interceptada por la Gestapo, Strauss, que tenía el problema de su nuera judía y sus nietos “no arios cien por cien” escribe a Hitler disculpándose y dimitiendo de su cargo de Presidente de la Cámara de Música del Reich. Finalmente es Joseph Gregor, cuya calidad como escritor dista mucho de la de Stefan Zweig, quien escribe un libreto muy estático y carente de drama, que se resiente con el cambio. Strauss compone un canto a la paz (la acción ocurre en una ciudad católica alemana sitiada por fuerzas protestantes de Holstein, el día anterior a la Paz de Westfalia que puso fin a la Guerra de los treinta años)en un momento histórico en que el régimen de su país va de cabeza a la guerra. El comandante de la ciudad sitiada decide que no rendirá la ciudad y que lucharán hasta la muerte. El pueblo, que está harto de guerra y hambre, se resiste. María, la mujer del comandante también quiere que todo termine. Al día siguiente, el comandante enemigo llega a la ciudad sin disparar, alegre. Se ha firmado la paz. Sin embargo, el primero no lo reconoce, no quiere entregar la ciudad a sus enemigos. María tiene que mediar entre ambos que finalmente ponen fin a la disputa.

   La obra se estrenó en la Opera Estatal de Baviera en 1938 con Adolf Hitler entre el público, pero dado el argumento, desapareció de las carteleras tras el inicio de la Segunda Guerra Mundial, y tras ella, se ha repuesto escasas veces. Es una pena, porque sin estar evidentemente entre las grandes óperas del músico bávaro, musicalmente es interesante. Solo con ver los intérpretes que la estrenaron - Hans Hotter, Viorica Ursuleac, Ludwig Weber y Julius Patzak – nos podemos hacer una idea de las voces necesarias para la obra. Aquí el reparto fue más discreto pero muy solvente.

   El barítono Donnie Ray Albert volvió a subir al escenario, esta vez como el comandante asediado. Compuso un personaje bastante soberbio y altanero, a quien no le importa que muera todo su pueblo con tal de cumplir las órdenes del emperador. Su “tour de force” le pasó algo de factura al final tras dos papeles muy exigentes.

   La soprano Kirsten Chambers, quien este año ha sido contratada por el MET como coverpara Isolda y Salomé, dio un ejemplo de trabajo rápido y eficiente ya que tuvo que aprenderse el papel en escasos días para sustituir a la inicialmente prevista Tamara Wilson. Con voz de soprano dramática salió airosa del paso, y tanto en su gran aria como en el dúo con su marido exhibió una técnica consolidada, una emisión muy correcta, y un registro agudo brillante. Llegó fatigada a la parte final pero aun así su prestación fue notable.

   Del resto de los catorce personajes, destacó el bajo Ricardo Lugo en su doble papel de sargento y de comandante protestante, y la soprano Rachel Rosales como la mujer del pueblo, quien puso voz a los hambrientos y cansados lugareños que solo ansían la paz.

   La orquesta funcionó de manera muy solvente en ambas obras, sobre todo maderas y metales. Asimismo notable la prestación del coro, capaz de marcar diferencias cuando cantaban de soldados o de pueblo hambriento.

   Como arquitecto de toda esta obra, notable la labor de Leon Botstein quien demostró un amor evidente por ambas obras, extrajo lo mejor de ellas, cuidó en las partes que pudo a los cantantesy fue capaz de conseguir un resultado final de alto nivel, máxime cuando todo este ingente trabajo es para una única noche. El público que llenaba los 3 primeros niveles del Carnegie Hall ovacionó con calor a todos los intérpretes.

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