Crítica de Alba María Yago Mora del concierto de la Orquesta de Valencia y La Cetra Vokalensemble Basel, en el Palau de la Música de Valencia, con la Misa en si menor de Bach, bajo la dirección musical de Andrea Marcon
Los desafíos de Bach
Por Alba María Yago Mora
Valencia, 28-II-2025. Palau de la Música. Jone Martínez, soprano I; Lea Elisabeth Müller, soprano II; Juan Sancho, tenor; Carlos Mena, alto; Ferran Albrich, barítono. La Cetra Vokalensemble Basel. Orquesta de Valencia. Andrea Marcon, director. Misa en si menor, BWV 232, de Johann Sebastian Bach.
El pasado viernes, el Palau de la Música acogió la interpretación de una de las obras más monumentales del repertorio sacro: la Misa en Si menor, BWV 232 de Johann Sebastian Bach. Bajo la batuta de Andrea Marcon, la Orquesta de Valencia y La Cetra Vokalensemble Basel, junto a un elenco de solistas de prestigio, se sumergieron en la compleja arquitectura sonora de una partitura que exige tanto rigor técnico como profundidad expresiva. La velada osciló entre la inspiración y la dificultad, pero dejó momentos de gran belleza musical y de entrega sincera.
El concierto comenzó con el solemne y contenido Kyrie, una súplica de luces y sombras, donde el coro se impuso con un sonido compacto, transmitiendo la súplica inicial con un peso casi ceremonial. El equilibrio de las voces y la precisión de los fugados fueron dignos de elogio, logrando una entrada majestuosa. Sin embargo, desde los primeros compases se hicieron evidentes las dificultades de la cuerda para encontrar una cohesión clara con el órgano. En una obra donde cada línea es un engranaje minucioso, la falta de transparencia en algunos pasajes restó fluidez al discurso musical. Aun así, los solistas supieron dar profundidad a sus intervenciones, con un fraseo delicado y bien modelado.
El Gloria nos llevó a un cambio de energía fulgurante, con su efervescente júbilo y contrastes dinámicos. El coro mantuvo su solvencia, ofreciendo un Domine Deus de gran sensibilidad, en el que Juan Sancho y Lea Elisabeth Müller mostraron una exquisita interacción vocal. Aunque la cuerda no siempre logró la ligereza barroca deseada, el color y la redondez de su sonido dieron estabilidad al conjunto. El oboe d’amore de Robert Silla emergió como uno de los grandes protagonistas de la noche, su línea melódica deslizándose con una expresividad innegable, enmarcando los diálogos vocales con una calidez envolvente. La orquesta, pese a las dificultades de equilibrio instrumental, supo encontrar momentos de cohesión en los momentos más líricos.
El Credo fue una de las secciones más densas y desafiantes de la velada. La solemnidad del Et incarnatus est fue servida con emotividad por Ferran Albrich, cuya voz, aunque sólida, en algunos momentos pareció luchar contra la densidad del acompañamiento. No obstante, la belleza tímbrica de la orquesta, especialmente en la sección de viento, aportó profundidad y un marco sonoro que realzó la expresividad vocal. Los metales ofrecieron momentos de brillantez, en particular en Et resurrexit, donde la energía del conjunto supo transmitir el ímpetu jubiloso de la resurrección. Aunque la interacción entre la cuerda y el órgano presentó ciertas dificultades de afinación, el empaste general mostró una gran voluntad interpretativa. El coro, por su parte, demostró una resistencia admirable en los fugados más intrincados, sosteniendo con solidez la estructura contrapuntística.
En el Sanctus, el brillo contenido de la majestuosidad coral se impuso nuevamente, con una proyección vocal bien calibrada y una dirección que supo resaltar el dramatismo del momento. La orquesta, aunque con ciertas irregularidades en la articulación, sostuvo con solidez el entramado armónico. La sección de metales aportó destellos de solemnidad, mientras que la percusión reforzó el carácter ceremonial del pasaje. La batuta de Andrea Marcon intentó equilibrar las diferentes fuerzas, logrando en algunos momentos una sonoridad rica y evocadora, aunque sin alcanzar la grandeza esperada.
El Agnus Dei cerró la misa con un aire de introspección y eco de lo inacabado, sustentado por la interpretación sentida de Carlos Mena. Su voz, envuelta por el melancólico lamento de oboe d’amore, evocó una súplica sincera, cargada de una fragilidad que contrastó con la monumentalidad previa de la obra. A pesar de que la cohesión instrumental no siempre fue impecable, la orquesta logró mantener la tensión emocional hasta el final, y aunque la entrega de los músicos fue innegable, la agrupación valenciana mostró ciertos límites en la flexibilidad y la adecuación estilística.
El concierto no fue unánimemente brillante, pero sí una muestra de esfuerzo y compromiso por parte de los intérpretes. La Cetra Vokalensemble Basel confirmó su excelencia en el repertorio barroco, ofreciendo una interpretación sólida y detallada. Los solistas cumplieron con creces sus roles, aportando momentos de auténtica inspiración. La Orquesta de Valencia, por otro lado, se enfrentó a los retos de una obra que no forma parte de su especialidad con gran profesionalidad, consiguiendo momentos de gran belleza y expresividad. La dirección de Marcon, aunque eficaz, no logró en algunos momentos cohesionar del todo el conjunto.
Sin duda una experiencia valiosa, que nos recordó que la música de Bach, aun en su perfección, sigue siendo un reto que pocos pueden abordar sin dificultades. La Misa en si menor sigue exigiendo, con su grandeza, una entrega absoluta, y aunque la noche no alcanzó la trascendencia esperada, dejó en el aire la belleza de un intento sincero.
Fotos: Foto Live Music Valencia
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