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Crítica: Andrew Gourlay e Isabelle Faust con la Sinfónica de Castilla y León

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Autor: Agustín Achúcarro
1 de junio de 2017

FAUST, UNA VIOLINISTA PARA ENGRANDECER A SCHUMANN

   Por Agustín Achúcarro
Valladolid. 26-V-2017. Auditorio de Valladolid. Temporada de la OSCyL. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Mozart: Sinfonía Nº34 en do mayor, KV 338. Schumann: Concierto para violín en re menor, Wo0 23. Sinfonía Nº2 en re mayor, op. 73 de Brahms. Violín solista: Isabelle Faust. Dirección: Andrew Gourlay.

   Es mucho decir que un concierto se justifica por un intérprete, pero matizando esta aseveración desde luego la participación de la solista Isabelle Faust en el Concierto para violín en re menor de Schumann fue determinante. Descolló su sonido denso, cuajado de emotividad y lirismo, caracterizado por una pasmosa facilidad, sin provocar tensiones más allá de las propiamente interpretativas. La violinista superó con creces la complejidad expresiva y técnica de la obra, valores que no aparecen tan claros como en otros conciertos para violín, y les dio coherencia con una pasmosa inteligencia, lo que de no haber sido así hubiera provocado una interpretación inconexa, exenta de pasión e incapaz de reafirmar las propiedades de la partitura de Schumann. La Orquesta Sinfónica de Castilla y León dirigida por su titular Andrew Gourlay supo dejar su espacio a la solista y en los momentos en la que ésta no intervenía enfatizó la parte orquestal, desde ese inicio que marcó de forma decidida Gourlay, lo que facilitó una resuelta entrada del violín. Faust respondió a las ovaciones que recibió con la interpretación de un divertimento de Gabriel de Guillemain.

   Antes la OSCyL abordó la Sinfonía Nº34 de Mozart y lo hizo con una articulación flexible y un dialogo notable entre las secciones de la orquesta, aspectos a los que contribuyó con sus eficaces planteamientos el director. El Andante resultó especialmente conseguido en los matices y los Allegros estuvieron marcados por su frescura, con un punto más de tensión en el conclusivo.

   La Sinfonía Nº2 de Brahms siguió en la misma línea de corrección y de adecuación entre lo que se plantea y lo que se consigue. Gourlay y la OSCyL, en mayor o menor medida, dejaron patente un punto de partida, esencial en esta sinfonía, como es el no apartarse de su carácter transparente, pastoral, sin renunciar a cierta dosis de agitación y oscuridad.

   No ahogaron el contrapunto del Adagio non troppo y le dieron un preciso valor al desarrollo de sus temas. En el Allegretto grazioso no faltó ni ligereza, ni un empeño constante por no perder la claridad de la orquestación, con una especial sutileza en la interpretación de la idea que surge del oboe. Quizá en el Presto, ma non assai pudieron en ocasiones caer en cierto apresuramiento y lo que conlleva, al igual que en pasajes del movimiento conclusivo, pero en todo caso prevaleció el mantener la pujanza, sin renunciar a la ligereza. Tal vez el acierto de este concierto se reduzca a tener claros los planteamientos, lo que incluye saber qué se puede hacer y hasta dónde se puede llegar.

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