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Crítica: 'Un nuevo triunfo' de Anna Netrebko en la 'Tosca' de Puccini de la Metropolitan Opera de Nueva York

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Autor: David Yllanes Mosquera
23 de abril de 2018

Un nuevo triunfo de Netrebko

   Por David Yllanes Mosquera | @davidyllanes
Nueva York. Metropolitan Opera House. 21-IV-2018. Tosca (Giacomo Puccini). Christian Zaremba (Cesare Angelotti), Patrick Carfizzi (Sacristán), Yusif Eyvazov (Mario Cavaradossi), Anna Netrebko (Floria Tosca), Michael Volle (Barón Scarpia), Brenton Ryan (Spoletta), Christopher Job (Sciarrone). Metropolitan Opera Orchestra. Dirección escénica: David McVicar. Dirección musical: Bertrand de Billy.

   El grado de expectación no podía estar más alto en Nueva York para el debut de Anna Netrebko como Tosca. Al de por sí enorme interés de ver a la diva del momento abordar uno de los papeles de diva por excelencia se unía un punto de incertidumbre e incluso polémica. En efecto, la propia cantante había manifestado en varias ocasiones que no le gustaba el papel y había cancelado las demás funciones del mismo que tenía programadas en otras plazas. Había cierta sensación de que  la rusa había aceptado el encargo solamente por sentir cierta obligación de dejar dicha al menos una palabra sobre un papel tan icónico. Incluso, con un día de antelación, se canceló la retransmisión por internet de esta primera representación, lo que hizo dispararse algunas alarmas. ¿Habría cancelación de última hora de Netrebko? ¿Estarían saliendo mal las cosas en los ensayos?

   Un día después de la función, estas dudas parecen muy lejanas. Si la soprano sentía poca afinidad por Tosca, nadie que la viera el sábado lo hubiera dicho, pues ya en su primera representación emergió una creación, no solo completa dramáticamente y atractiva vocalmente, sino incluso personal. Por un lado, esto no debería sorprendernos, pues Netrebko lleva años demostrando tener un gran instinto –su paso a un repertorio más dramático generó mucho escepticismo, pero ha encadenado un éxito tras otro– y debe de tener muy claro que una cantante de su calibre no se podía permitir una interpretación banal de un buque insignia como Tosca.

   Por otro lado, todo esto es fácil de decir ahora. En el momento de escuchar el primer «Mario!» desde fuera del escenario, la tensión era aún palpable en el teatro. Y, de hecho, el primer acto no fue del todo fluido. En los últimos años, la voz de Netrebko ha ganado en atractivo en varios aspectos, pero también ha perdido agilidad y, en concreto, le cuesta algunos minutos calentar. Sus primeras intervenciones resultaron algo inseguras, imprecisas. Y los casi infantiles coqueteos de Tosca en la iglesia no casan demasiado con su potente carácter, con lo que su caracterización en las primeras escenas no convenció del todo. En resumen, no se adivinaba aún un personaje realmente formado y la interpretación parecía salir adelante por la singular belleza y envolvente contundencia de la voz, pero sin un total dominio del papel.

   El segundo acto, sin embargo, fue una revelación. En él se mostró la Tosca desafiante, fuerte, que cabía sospechar estaba dentro de Netrebko, pero también, más satisfactoria y sorprendentemente, la más vulnerable. Su interpretación como víctima aterrada en las garras de Scarpia fue impresionante, como también lo fue su repentina furia asesina e inmediato arrepentimiento. En esta escena Netrebko defendió, una vez más, su primacía como la auténtica diva del momento, sin rival en cuanto a magnetismo escénico y personalidad. Su «Vissi d’arte», quizás inesperadamente –al menos para mí–, fue más contemplativo que desgarrado, pero en cualquier caso bellísimo, como también lo fueron sus percutientes y seguros agudos en el dúo con Scarpia. Quizás eché de menos algo más de intensidad y garra al gritar «Muori!», pero se resarció con un impactante «Avanti a lui tremava tutta Roma» sobre el cadáver de Scarpia. En los aspectos puramente técnicos, como siempre en el debe encontramos un control de la respiración algo deficiente y un fraseo poco variado, aunque su dicción italiana fue mejor de lo habitual en uno de sus debuts. Problemas menores, en cualquier caso, en un segundo acto que queda sin duda para el recuerdo, ayudado también por la gran química con el Scarpia de Michael Volle.

   El tercer acto mostró nuevas aristas de una gran caracterización, a pesar de empezar con una nueva pero momentánea vacilación vocal. En sus últimos diálogos con Cavaradossi, además de exhibir en ocasiones un bonito canto recogido, ofreció toques interesantes. Fue la suya una Tosca pesimista, que parece tener claro que el plan no va a salir bien, pero aún así intenta tomar las riendas de la situación y, quizás, calmar y consolar a su Mario. Su «Ecco un artista!» resultó conmovedor, muy lejos del ingenuo optimismo de una Tosca que cree que su amado solo finge estar muerto. Un desgarrador «O Scarpia, avanti a Dio!» cerraba una interpretación que parecía el resultado de una prolongada profundización en el personaje y no de un debut de alta presión, al menos en el plano dramático. Si al final Netrebko, en sus palabras, no «aprende a amar a Tosca» y la abandona después de estas representaciones, será una gran pérdida, aunque parece imposible dado el éxito cosechado.

   Como Cavaradossi, el tenor Yusif Eyvazov participó activamente en el carácter general algo deslavazado del primer acto. Eyvazov no tiene una voz inmediatamente atractiva, aunque en un buen día es capaz de compensar con una buena técnica y un material que le permite cantar con  estilo y sin forzar, además de una buena dicción italiana. En sus primeros intercambios con el Angelotti de Christian Zaremba parecía, sin embargo, que no era un buen día. Los aspectos menos seductores de su voz, cierta nasalidad y sonido metálico, parecían exacerbarse. Sin embargo, cantó con bastante sensibilidad y gusto y en conjunto ofreció un Cavaradossi correcto, superior en cualquier caso al de Vittorio Grigolo en la primera ronda de funciones de esta producción. Por desgracia, su poca presencia escénica hizo que una página tan emblemática como «E lucevan le stelle» pasara sin pena ni gloria.

   En un extremo diametralmente opuesto encontramos el Scarpia de Michael Volle, con más carisma pero más deficiencias técnicas. La falta de idiomatismo de Volle suele ser un serio hándicap en sus incursiones en ópera italiana, aunque quizás en este papel puede dar un aire más amenazador, más áspero, al personaje. En cualquier caso, estamos ante un Scarpia en versión «ogro», imponente escénicamente ya desde su «Un tal baccano in chiesa!» de entrada. Más importante, su compenetración con Netrebko en el ya comentado excelente segundo acto fue total. En suma, sin ser un fino estilista, Volle encarnó a un Scarpia que rezumaba autoridad y perversión y que dio excelente réplica a Tosca.

   Entre los comprimarios, Patrick Carfizzi se mostró entregado y simpático, pero un tanto de brocha gorda, con su sacristán. Brenton Ryan interpretó convincentemente a un espeluznante, casi vampírico, Spoletta, un enorme cambio desde la última vez que lo vi en un teatro –como el pánfilo Florian en Der Ring des Polykrates en Dallas–.

   La batuta de Bertrand de Billy contribuyó en gran medida a cohesionar y elevar el nivel general de la representación. Su dirección fue metódica, dando mucho espacio a los cantantes sin restar ímpetu a la función. Es justo destacar la gran labor de este director, que, a causa de las cancelaciones motivadas por el caso Levine, se ha hecho cargo de tres funciones en dos días –Cendrillon, Luisa Miller y esta Tosca– ejecutadas todas ellas con distinción.

   La producción de David McVicar, estrenada en fin de año, ofrece principalmente decorados monumentales y detallados –diseñados por John Macfarlane– pero muy pocas ideas dramáticas. El objetivo parece ser impresionar al levantarse el telón, lo cual se logra, pero qué ocurre después parece haber merecido menos reflexión. La dirección de actores es totalmente convencional –en el segundo acto– o confusa –en el tercero, que pierde bastante fuelle–. Todo busca el impacto visual aunque sea a expensas de la verosimilitud –Scarpia mantiene un fuego ardiendo en su despacho, a pesar de ser junio en Roma, la procesión del Te Deum tiene poco sentido, etc.– y, más importante, del drama. Por ejemplo, la perspectiva elegida en el primer acto muestra la nave central al fondo del escenario detrás de unas columnas, orientada oblicuamente respecto al público, y la capilla en la que trabaja Cavaradossi en primer plano. Como consecuencia del ángulo elegido, tanto la entrada de Tosca como la irrupción de Scarpia resultan algo torpes y pierden impacto. En manos de un reparto menos dotado, como lo fue el de las representaciones de invierno, el resultado es bastante anodino –entre las virtudes de Netrebko ha estado incluso hacer más emocionante el salto al vacío final respecto al más tímido esfuerzo de Yoncheva. En definitiva, una producción que va a lo seguro y podrá servir al Met durante bastantes años, pero que no ofrece nada nuevo.

   Una Tosca memorable, con la que Netrebko ha sumado un nuevo triunfo y el Met nos ha dado la gran interpretación protagonista que estábamos esperando este año –lo más parecido hasta ahora había sido el fantástico Amfortas de Peter Mattei. Además, unida a unas muy buenas Luisa Miller y Cendrillon, ha enderezado en su tramo final el ritmo algo torcido que llevaba la temporada y permitirá terminarla con buen sabor de boca.

Foto: Ken Howard / Met Opera

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