CRÍTICA: ANTONI ROS MARBÁ DIRIGE LA 'MISA EN FA MENOR' DE BRUCKNER EN LA TEMPORADA DE LA ORQUESTA Y CORO DE RTVE. Por Germán García Tomás

      Escuchando cualquiera de las obras sacras de Anton Bruckner, el oyente se hace a la idea de la aspiración mística de las mismas. El compositor austríaco, de un profundo catolicismo rayano en ascetismo, escribía gran parte de su obra (también nos atreveríamos a decir sus magnas sinfonías) con el pleno objetivo de honrar y exaltar en todo momento la omnipotencia divina. Su Misa nº 3 es, junto al Te Deum, quizá la pieza más aclamada de toda su producción sacra, y también la única obra en programa del penúltimo concierto de abono de la OCRTVE.
      Antoni Ros Marbá, quien fuera cofundador y director titular de la formación durante sus primeros años, fue el principal artífice de una velada que consiguió esa comunión perfecta con el Ser Supremo. Completamente entregado, hermanado con la grandiosidad de esta pieza, consiguió cotas de una altura y elevación como pocas veces se han podido escuchar. La Orquesta de RTVE funcionó como una maquinaria perfecta a las órdenes del insigne director barcelonés, que cual atento sacerdote cuidó con detalle el desarrollo de este solemne ceremonial. La herencia de su maestro Sergiu Celibidache está enormemente presente a la hora de abordar la obra de Bruckner.
      Está la Misa nº 3 atravesada en gran medida de la escritura sinfónica de su autor: acentos heróicos y épicos mediante los metales doblando las cuerdas y el fastuoso redoble de timbal; ostinatos y progresiones mantenidas que acrecientan la tensión, y demás grandilocuencias orquestales tan caras a su estilo compositivo. Una obra repleta de contrastes cuyo motivo de alabanza a Dios no parece tener nunca fin: especialmente amplias presenta el compositor las secuencias segunda y tercera, Gloria y Credo. Una pieza sinfónico-coral que es toda ella un osado reto para la masa coral, y que el Coro de RTVE supo afrontar con creces. La pureza cristalina de sus voces alcanzando las notas más altas produce auténtica vibración en el espectador, así como una contenida emoción en los pasajes a media voz; llegando al Benedictus (una de las secuencias más íntimas e emotivas, donde Bruckner se libera de su pomposidad) se alcanzó un éxtasis electrizante. Una vez más, los aficionados debemos sentirnos plenamente orgullosos de poseer, además de una gran orquesta sinfónica, un conjunto coral de tan intachable profesionalidad en la vida musical española, y obligarnos en consecuencia a saber valorarlo y reconocerlo en su justa medida.
      Los cuatro solistas, como es habitual en Bruckner, utilizados puntualmente durante el transcurso de la Misa, como ripieno o realzando mediante breves frases la expresividad del imponente y protagónico discurso coral, supieron imbricarse con precisión y sentimiento en este personal canto a la divinidad. Particularmente grata resultó la voz del tenor canario Juan Antonio Sanabria en uno de los idílicos instantes de la partitura: aquel pequeño pasaje camerístico del Credo, donde el tenor entona sus frases junto al coro y solos alternos de violín y viola, como igualmente ocurre en cierto momento del Te Deum bruckneriano. Tras la luz y placidez con que concluye la obra, en su tonalidad homónima mayor, una clamorosa ovación reconoció el esfuerzo emprendido por todos en esta inolvidable experiencia mística en forma de concierto.