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Crítica: Antoni Wit dirige obras de Respighi con la Sinfónica de Castilla y León

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Autor: Agustín Achúcarro
11 de junio de 2019

La fiesta del color y el timbre

Por Agustín Achúcarro
Valladolid. 6-VI-2019. Auditorio de Valladolid. Sala Sinfónica Jesús López Cobos. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras: Arias y danzas antiguas: Suite nº1, Concierto para violín y orquesta, «Concerto gregoriano» y Fiestas romanas de Ottorino Respighi. Dirección: Antoni Wit. Solista: Eric Silberger, violín.

   La Orquesta Sinfónica de Castilla y León confeccionó un programa sobre la figura del compositor Ottorino Respighi, cuya elección sirvió para dar una visión variada, nada monolítica de este compositor, destacando la luminosidad, el color y la tímbrica.

   Empezaron con las Arias y danzas antiguas: Suite Nº1 en las que se impuso la coloración como algo dinámico, cambiante, en una inevitable mirada al pasado, que no por esto niega el tiempo que le tocó vivir al compositor italiano. La cuerda sonó fluida, y la sutileza de las intervenciones del arpa, el oboe o el violonchelo y los diálogos entre los instrumentos sirvieron para proponer positivamente las melodías que iban surgiendo. La dirección de Antoni Wit facilitó un ambiente de claridad bien articulado, algo que a base de oficio mantuvo en todas las obras.


   El Concierto para violín y orquesta, «Concerto gregoriano» puso de manifiesto otro tipo de colorido más estático y difuso, en la que orquesta y solista tienden a caminar por separado en los dos primeros movimientos y el sonido deja de ser tan canónicamente tonal, como en la anterior obra, para dar no pocas sorpresas desde el inicio brumoso de las cuerdas. Cierto es que, a ese sentido de la música, se unió otro tipo de distanciamiento entre el violín solista Eric Silberger y la orquesta que favoreció el que existieran ciertos desacoples, incluidos los conceptuales, entre ambos. A este respecto tal vez habrá que tener en cuenta que la violinista prevista en origen era Albena Danailova, que tuvo que ser sustituida por una lesión en la mano. También habrá que valorar que si bien técnicamente el solista supo desenvolverse, le faltó una expresión algo menos introvertida que, como era de prever, sí se produjo en el último movimiento. El concierto dejó constancia de un Respighi diferente a lo que suele esperarse de su música, sobre todo cuando se toman como punto de partida sus tres composiciones dedicadas a Roma.


   Precisamente para terminar la OSCyL interpretó Fiestas romanas en las que se unieron al color, la tímbrica y el ritmo en toda su extensión. Los metales y la percusión fueron protagonistas, desde el solista de trompeta, con sus complejos picados en agudo, hasta la trompa, el trombón o la tuba, así como las respectivas secciones, incluida la llamativa intervención de tres trompetas desde uno de los palcos laterales del auditorio. A estos se unió el seductor sonido de la mandolina. Existe un evidente aire descriptivo para el que Respighi usa toda la potencialidad de la orquesta, algo de lo que fue muy consciente Antoni Wit a la hora de desplegar todos esos recursos, lo que pudo comprobarse desde Circenses, con ese clamor del pueblo y todo lo que se desarrolla y significa el circo romano, con su espectáculo y su crueldad. Después llegarían el Jubileo de los peregrinos y su exaltación al contemplar Roma o La Epifanía en la Plaza Navona con sus melodías populares, que dan pie al barullo, al choque de sonidos inherentes a la fiesta. Y precisamente a esa exuberancia y a sus excesos supo tomarle el pulso el director que, dicho sea de paso, contó con una Orquesta Sinfónica de Castilla y León capaz de llevar sin titubeos la propuesta.  

Foto: OSCyL

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