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Crítica: Brillante producción de'Ariadne auf Naxos' en Múnich

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Autor: Alejandro Martínez
26 de julio de 2014

EL MEJOR CARSEN

Por Alejandro Martínez

23/07/2014 Müncher Opernfestspiele: Bayerische Staatsoper. Strauss: Ariadne auf Naxos. Ricarda Merbeth, Jane Archibald, Rober Dean Smith, Daniela Sindram, Martin Gantner y otros. Asher Fisch, dir. musical. Robert Carsen, dir. de escena.

   No hace siquiera un mes no referimos a la Ariadne auf Naxos ofrecida en el Covent Garden, con Mattila en el rol titular, en la producción de Loy y con la batuta de Pappano en el foso. Si en aquella ocasión la batuta del británico había sostenido una función muy notable, en la Ariadne de Múnich que nos ocupa ha sido la brillante producción de Robert Carsen, con dramaturgia de Ingrid Zellner y escenografía de Peter Pabst, la que se ha llevado la palma. Estamos ante uno de sus mejores trabajos, lo que es mucho decir en el caso de Carsen. Ariadne no es fácil de escenificar con esa dualidad de cuadros tan difícil de engranar. El director de escena canadiense decide tomarse muy en serio el libreto, como si sucediera de hecho en la propia Staatsoper, e implica a todo el teatro en la prima mitad de la representación, que se inicia con el teatro a plena luz, con personajes entrando a la sala desde el patio de butacas y con un final espléndido, de nuevo con el teatro iluminado y con todo el público entusiasmado. Carsen propone una dirección de escena ácida y cómica, con unos personajes caracterizados de forma excelente (vestuario de Falk Bauer).

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   La segunda mitad del libreto, con el Compositor presente todo el tiempo recostado junto al foso, se desarrolla en un clima casi wagneriano, “tristanesco” para más señas, con un dúo final entre Ariadna y Baco que deja entrever también ecos del final de Walkiria, con Wotan y Brünnhilde como dos siluetas recortadas sobre un fondo de luz difuminada que progresivamente lo abarca todo. Fantástico el espectáculo visual, minimalista y cargado de poesía, sensible y fluido. La coreografía de Marco Santi añade un plus de interés a la propuesta, con reminescencias que van desde el cabaret a Pina y con un toque cómico que fascina por lo bien engranado que está con la historia seria de Ariadne. El fantástico trabajo de iluminación de Manfred Voss en esta parte de la función redobla la eficacia de este brillante trabajo firmado por Carsen.

   Fantástica rendición del papel protagonista en manos de Ricarda Merbeth, de quien habíamos comentado ya aquí su buen desempeño como Leonore en un Fidelio en Viena. Ofreció una voz grande, bien timbrada, homogénea, que respondía a placer en toda la extensión, con una emisión matizada y un fraseo sentido. Si el timbre tuviera un punto más de personalidad y ella una dosis mayor de magnetismo en escena estaríamos ante una solista para el recuerdo en papeles de Wagner y Strauss. A su lado, Robert Dean Smith mostró la habitual solvencia, exenta de quilates, sí, pero firme, seguro en su parte, sacando adelante de forma irreprochable el ingrato papel de Baco, uno más de esos tenores straussianos de escritura rebuscada.

   Muy buen trabajo de Jane Archibald con la parte de Zerbinetta, mejor que hace unas semanas en Londres, más cómoda y desenvuelta con la caracterización que le depara esta producción de Carsen, que asume con desparpajo y seducción; muy convincente. Menos templada encontramos a Daniela Sindram con la parte del Compositor, algo tensa en el agudo y en general con una emisión esforzada. Gustó mucho, no obstante; sin duda por su entrega en escena, pasional y muy creíble.

   Por último, la Ópera de Múnich tiene un serio problema con la batuta de Asher Fisch, a quien entrega citas importantes y que dirige sin embargo con idéntica y anodina indiferencia, por muchos que sean sus ademanes, las partituras de Strauss, Verdi, Mozart o Wagner. Todo le suena igual, con la misma pátina de rutina, con esa general falta de personalidad, como si se tratase tan sólo en su caso de cubrir el expediente. Decepcionante pulso, que dejó la sensación de que el magnífico sonido del foso de la Bayerische Staatsoper cabalgaba por sus propios fueros ante la distante intervención de la batuta.

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