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Crítica: 'Pelléas et Mélisande' en la Ópera de Múnich

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Autor: Alejandro Martínez
30 de junio de 2015

ANTES MUERTA QUE SENCILLA

Por Alejandro Martínez

Múnich. 28/06/2015. Bayerische Staatsoper. Debussy: Pelléas et Mélisande. Elliot Madore (Pelléas), Elena Tsallagova (Mélisande), Markus Eiche (Golaud), Okka von der Damerau (Geneviève), Alastair Miles (Arkel). Dirección musical: Constantinos Carydis. Dirección de escena: Christiane Pohle.

   En la vida en general, y en las artes escénicas en particular, no hay nada más decepcionante y tedioso que la pretenciosidad, esa aspiración demasiado evidente y voluptuosa por epatar que se destapa especialmente cruda cuando el talento no acompaña y la propuesta queda al final en agua de borrajas. Es el caso, sin la menor duda, de esta nueva producción de Pelléas et Mélisande estrenada en Múnich con la firma de Christiane Pohle y como principal atractivo de las primeras jornadas del Festival de Ópera de la Bayerische Staatsoper, que se desarrollará durante todo el próximo mes de julio en la capital alemana. Estamos hablando del primer teatro de ópera del mundo, al menos bajo la impresión de quien esto firma, donde sin ir más lejos se desempeña ahora mismo como director musical titular el ruso Kirill Petrenko, el nuevo paladín escogido por la Filarmónica de Berlín. Múnich es un lugar con grandes aspiraciones culturales, con muchos medios económicos y técnicos para llevarlas a cabo y, en lineas generales, con un alto nivel de auto-exigencia. Pero todo eso no evita que cuando algo fracasa, el resultado final se venga abajo con todo el equipo.

   Este Pelléas gozó de una interesante dirección musical comandada por el joven griego Constantinos Carydis, con modos y ademanes de genio excéntrico, pero las marcadas irregularidades y flaquezas del reparto y sobre todo la imposible propuesta escénica, echaron por tierra toda expectativa de asistir a una representación digna de elogio. Del citado trabajo de Carydis destaca la impresión siempre detallista y precisa con que desgrana la partitura, si bien es cierto que con tiempos ligeros y acelerados en demasía, a veces faltos de un mayor aliento, donde quepan la distancia y la reflexividad en torno a una música tan especial y densa.

   Con una estética que un principio recuerda vagamente a Hopper pero cuyo atractivo se desvanece progresivamente, Christiane Pohle opta por dejar a un lado toda literalidad, recreando el libreto con una narratividad desnortada, en la que tampoco hay lugar a un relato paralelo y alegórico. Todo se ve lastrado además por una confusa y borrosa dirección de actores, con un estatismo excesivo y tedioso, aderezado por la presencia continuada de figurantes por doquier, incordiando la atención principal de cada escena. Antes muerta que sencilla, si me permiten la frivolidad, pareciera ser el lema de Pohle al frente de este Pelléas. Bajo toda esa nebulosa intenta brillar la genial naturaleza de esta historia forjada por Maeterlinck, sin encontrar donde hacer pie. El abucheo para el trabajo escénico de Pohle fue sonoro, manifiesto y no fue contestado por otros sectores del público con bravos para compensar el chaparrón. No es Pelléas una obra que se programe con mucha frecuencia en los teatros y la Ópera de Múnich no se puede permitir errar de esta manera con una producción llamada a reponerse con frecuencia. Las dos anteriores producciones vistas allí datan de 2004, en un trabajo escénico de Richard Jones, y de 1971, ni más ni menos que con Kubelik a la batuta, comandando un reparto con Gedda, Mathis y Brendel, en la puesta en escena de Jean-Pierre Ponnelle.

   Como Pelléas, la voz del joven Elliot Madore, previsto por cierto como Figaro en el próximo Barbero de Sevilla del Teatro de la Maestranza, no tiene desde luego los quilates necesarios para brillar en un teatro de esta categoría: al margen de la monotonía de sus acentos y la desigual fortuna de su actuación teatral, la voz de Madore adolece de un lastre insalvable, en términos técnicos, con una voz desigual, tirante en los extremos y que no suena cómoda y fácil en ningún momento. La rusa Elena Tsallagova fue sin duda la mejor voz y la artista más completa de la representación, sin ser tampoco memorable en su encarnación de Mélisande. Su voz incurre en algunos sonidos fijos en el agudo, pero la apreciable naturaleza del timbre y el lirismo general que adorna su canto le permiten salir airosa de la representación, a amplia distancia de su partenaire. El buen profesional que es Markus Eiche, habitual en la Ópera de Múnich, no termina de redondear su interpretación de Golaud, con un material que si diría más adecuado para el personaje de Pelléas, por color y por extensión. Todo su personaje se ve lastrado por un distanciamiento general, quizá fruto de la desnortada dirección de actores que antes citábamos. Del resto del reparto, aunque con margen de mejora en su dicción francesa, destacó en el breve papel de Geneviève la voz de Okka von der Damerau, voz más que notable, llamada a mayores empeños y crecida en el seno de la Bayerische Staatsoper. El veterano Alastair Miles, que nunca fue santo de nuestra devoción, no da la talla como Arkel, con un material ya muy gastado y una emisión imposible, si bien se pliega con voluntarismo a las absurdas indicaciones de la propuesta escénica.

Fotos: Wilfried Hösl

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