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«Bernard Haitink: El hombre tranquilo». Por Pedro J. Lapeña Rey

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
23 de octubre de 2021

Haitink, el eterno, el exquisito, nos ha dejado. A pesar de sus 92 años, me ha sorprendido porque incluso en sus últimas actuaciones, nunca veías en él el menor atisbo de fragilidad. Cuando otros colegas suyos, incluso bastante más jóvenes, sufren enfermedades, achaques o malos momentos, el holandés siempre se mostraba como ese director recto, discreto, de paso firme, que nunca forzaba. Todo en él era natural. 

Bernard Haitink

Bernard Haitink: El hombre tranquilo

Por Pedro J. Lapeña Rey

   Haitink, el eterno, el exquisito, nos ha dejado. A pesar de sus 92 años, me ha sorprendido porque incluso en sus últimas actuaciones, nunca veías en él el menor atisbo de fragilidad. Cuando otros colegas suyos, incluso bastante más jóvenes, sufren enfermedades, achaques o malos momentos, el holandés siempre se mostraba como ese director recto, discreto, de paso firme, que nunca forzaba. Todo en él era natural. 

   En la hora de su despedida, todo serán glosas hacia una carrera enorme, de más de 70 años, con innumerables conciertos por todo el mundo –aunque centrada especialmente en su Ámsterdam natal y en Londres, donde vivía desde hace más de 30 años y donde falleció ayer jueves– y más de 400 grabaciones. Pero no siempre fue así. Alcanzó la titularidad de la Orquesta del Royal Concertgebouw de Ámsterdam con poco más de 30 años, y allí permaneció durante 27 temporadas más. Fue el «brazo armado» de la Philips en la era de oro del sonido grabado. Entró de puntillas en un mundo dominado por personalidades arrolladoras –los Bernstein, Karajan, Maazel, etc.– y compitió con ellos en el juego de las casas de discos de grabar toda integral que se pusiera a tiro. Unas salieron mejor y otras peor, aunque la media siempre alcanzaba el notable. En los años 80, su ciclo de las sinfonías de Dmitri Shostakovich se vendió como rosquillas cuando conseguir discos de los Mravinsky, Kondrashin o Rozhdestvensky era una tarea harto difícil.  También vivió el cambio de la era del vinilo al CD, lo que en muchos casos le permitió repetir muchas grabaciones. Todos tenemos discos suyos en mayor o menor medida. Es difícil encontrarle grabaciones fallidas, como también es difícil encontrarle hitos auténticos, de esos en los que nadie le ha superado. Siempre buscando el equilibrio perfecto, el balance preciso, sin levantar aristas, y tampoco pasiones.

   Y sin embargo, Haitink fue mucho mas que eso. De gesto simple y natural, legendaria compostura, poco dado a aspavientos y de precisión casi absoluta, podía ser incisivo cuando correspondía, pero también suave y aterciopelado, buscando siempre el dolcissimo de las partituras. Ha entrado en la historia como uno de los grandes de la 2ª mitad del S.XX., pero personalmente creo que su madurez interpretativa en el S.XXI ha sido en general muy superior. La ruptura con «su» orquesta le dolió profundamente y su relación nunca volvió a ser la misma. De hecho, su salida se pospuso a petición propia para poder interpretar la Novena de Mahler el día de Navidad de 1987 –Haitink había programado casi todas sus sinfonías en sus Conciertos de Navidad desde 1977 y no quería dejar el camino incompleto–, y celebrar el centenario del Concertgebouw en abril de 1988 con la Sinfonía de los mil. Cinco conciertos para terminar sus 27 años de titularidad. La Televisión holandesa la emite en directo y se puede ver en varios países europeos –lamentablemente no en España– aunque afortunadamente es fácil acceder a ella en Youtube. Durante años la ruptura fue casi total, y solo el tiempo ayudó a que se reestablecieran las relaciones. Tardó 5 años en volver a subir a su podio, y la orquesta tardó 11 en nombrarle director emérito. De los 1513 conciertos que la dirigió, solo 147 fueron entre 1993 y 2019. 

   Recuerdo la primera vez que le vi en vivo tres años después, en abril del 91, con la Staatskapelle de Dresde haciendo la Tercera de Schubert y la Séptima de Bruckner. Un concierto interesante sin duda, pero que pasó sin pena ni gloria. Bien es verdad que tuvo el hándicap de tener lugar pocos meses después de dos Séptimas históricas, colosales -Filarmónica de Múnich con Sergiu Celibidache en octubre de 1989, y Nacional de España con Kurt Sanderling en febrero de 1991- que permanecían imborrables en la memoria de los melómanos madrileños. 

   Tras su salida de Ámsterdam, Londres fue su bálsamo. Su relación con la capital británica había empezado a finales de los años 60 cuando fue nombrado director de la Filarmónica de Londres. Posteriormente también dirigió el Festival de Glyndebourne –hablaba maravillas de cómo disfrutaba trabajando en la campiña inglesa–, la Royal Opera House, y en sus últimos años a la Sinfónica. Precisamente en el Covent Garden tuve la ocasión de verle en dos funciones extraordinarias.  Unos Maestros cantores de Nuremberg en la temporada de la reapertura del coliseo londinense –tras la reforma de 1997 a 1999– con la preciosa producción de Graham Vick estrenada en 1993, y un Parsifal en diciembre de 2007, con la controvertida producción de Klaus Michael Grüber que años atrás habíamos visto en Madrid a las órdenes de García Navarro, en la que fue la última vez que bajó a un foso de ópera, demostraron lo gran director de ópera que fue, a pesar de su limitado repertorio.

   En sus últimos 20 años, siguió dirigiendo a las orquestas más importantes del orbe –Berlín, Múnich, Viena, Dresde, Boston, Chicago– e incluso apareció en podios que no había frecuentado tanto, como su excepcional versión de la Novena sinfonía de Mahler con la Filarmónica de Nueva York en abril de 2016, que reseñamos en su día. No se le cayeron los anillos por sustituir a colegas suyos en situaciones difíciles. Por ejemplo, en el otoño de 2013 se hizo cargo de la gira de la Orquesta Mozart de Viena cuando un Claudio Abbado ya muy enfermo –murió tres meses después– tuvo que cancelarla por recomendación de sus médicos. Su Cuarta de Beethoven en el Bozar de Bruselas fue alegre y jovial, de trazo preciso, galvanizando a los jóvenes que le seguían hipnotizados. Le vi por última vez en octubre de 2017 en un programa Mendelssohn–Brahms con la Sinfónica de Londres, donde el hombre tranquilo, tan elegante como siempre, nos dio una versión impoluta de la Segunda sinfonía de Brahms. Es la primera vez que le vi «algo mayor». Total, entonces ¡solo tenía 88 años! Un par de temporadas después, a los pocos meses de cumplir los 90 se retiró con una minigira de despedida con la Filarmónica de Viena por Salzburgo, los Proms londinenses y Lucerna. Desde entonces estamos un poco más huérfanos. Ayer recibimos la noticia de que el hombre tranquilo murió ayer en su casa. Sin alteraciones, manteniendo siempre la compostura, hasta para morir. Te echaremos de menos maestro. Mucho.

Foto:  Dutch National Archives, The Hague, Fotocollectie Algemeen Nederlands Persbureau [ANeFo].

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