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Crítica: 'Carmen' de Bizet en la Deutsche Oper de Berlín

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Autor: Rubén Martínez
30 de septiembre de 2016

EL ALICIENTE MARGAINE

  Por Rubén Martínez
Berlín. 17/9/16. Deutsche Oper. Carmen, Bizet. Clémentine Margaine, Leonardo Caimi, Elena Tsallagova, Dong-Hwan Lee, Seth Carico, Annika Schlicht, Thomas Lehman, James Kryshak, Jörg Schörner. Dirección musical: Ido Arad. Dirección de escena: Peter Beauvais. Orquesta de la Deutsche Oper Berlin

   La producción de Carmen que ofrece la Deutsche Oper de Berlín hasta el próximo dos de octubre cuenta con el principal atractivo de poder presenciar a una de las mezzos de referencia en este rol, la francesa Clémentine Margaine, nacida en Narbona y que con apenas treinta y dos años debutará en el Metropolitan de Nueva York el próximo mes de febrero con este mismo personaje alternándose con la también francesa Sophie Koch.

   Margaine fue miembro del ensemble de la Deutsche Oper Berlin durante los años 2011, 2012 y 2013, periodo durante el que tuvo la oportunidad de combinar roles protagónicos, como esta misma Carmen que nos ocupa, junto con otros prácticamente irrelevantes, como una de las damas en La flauta mágica, una Valquiria e incluso una muchacha-flor en Parsifal. Es lo que tienen los ensembles alemanes, que exigen altas dosis de flexibilidad y polivalencia pero proporcionan a cambio una experiencia escénica y musical impagables.

   A partir de la temporada 2013/2014 comenzaron a ser más frecuentes sus apariciones en otras casas de ópera como artista invitada, siendo precisamente la Carmen de Bizet su carta de presentación en la mayoría de ellas, abriéndole las puertas de Roma, Múnich o Washington hasta desembocar el próximo año en esa meta tan ansiada por muchos y sinónimo de la consagración como es el Metropolitan neoyorkino.

   Nos encontramos, sin duda, ante una artista importante, tanto por ser poseedora de un material vocal de gran contundencia y expansión que maneja con altas dosis de expresividad como por el hecho de ser creible y actoralmente convincente sobre el escenario. Sin apoyarse especialmente en la baza del atractivo físico de otras colegas, Margaine convence por el elevado control de su instrumento, la calidez y solaridad de su color vocal, la seguridad y flexibilidad técnica así como por lo desahogado de su tesitura, no sufriendo en ningún momento por hacerse audible. Si a ello sumamos la obvia afinidad con la lengua francesa que le permite construir mil y una inflexiones al ritmo de la palabra cantada y hablada debemos admitir y reconocer que nos encontramos ante una de las intérpretes más sólidas e interesantes de este mítico personaje que parece dominar como ningún otro, no en vano ayudada por el buen número de funciones que acumula del mismo. Las ovaciones recibidas en los saludos finales así como a escena abierta tras sus principales números son prueba de lo querida que es en Berlín.

   A su lado asumía el papel de Don José, esa especie de "alter ego" de Carmen o, dicho de otro modo, una especie de "quiero y no puedo" de lo que ella representa, el tenor italiano Leonardo Caimi, un joven artista cuya carrera se ha desarrollado principalmente en Italia, especialmente vinculado con el festival pucciniano de Torre del Lago donde ha interpretado Rodolfo y Pinkerton con frecuencia. El material de Caimi posee cierto atractivo aunque con un punto de genérico y cierta impersonalidad tímbrica. La emisión también adolece de una sensación de desorden y descontrol, especialmente en un centro con notable presencia de fibra y en una zona de paso que le cuesta entender un lenguaje alternativo al forte, algo que se puso notoriamente de manifiesto en su primer número comprometido, el "ma mére, je la vois", un dúo que constituye el principal escollo de toda la obra para aquéllos artistas que se sienten más a gusto cuando no deben dosificar su volumen, como es el caso. En conjunto su interpretación de don José fue digna, con momentos notables, como el final del tercer acto. Visual e interpretativamente, aunque sufriendo en los recitativos hablados, afortunadamente para él muy recortados, resultó creible generándose cierta química con la Carmen de Margaine.

   Aparte de la protagonista, lo mejor de la velada vino de la mano de la Micaela de Elena Tsallagova, miembro del ensemble, a la que habíamos podido escuchar el dia anterior como Óscar en el Ballo verdiano. Tsallagova se encuentra mucho más cómoda en la escritura de esta Micaela en la que puede lucir con fraseo ancho y desahogado la indudable calidad de un material vocal de excelente proyección, denso y aterciopelado, de exquisita redondez y sobresaliente musicalidad. Todo ello, unido a su imponente presencia escénica, contribuyeron a agradecer cada minuto que estuvo sobre el escenario.

   El Escamillo del coreano Dong-Hwan Lee, también miembro del ensemble, resultó aceptable en lo vocal, con esa letárgica fórmula de solvencia técnica y planicie interpretativa de la que los artistas coreanos parecen tener la patente, y algo embarazoso en lo escénico (su salida en el segundo acto constituyó uno de esos momentos en los que la sensación de incomodidad y cierta verguenza ajena planeó por la platea). Resultó muy ovacionado al final de la velada y siempre nos queda la duda de si será por aquéllo de dar voz a una de los números más conocidos por el respetable.

   Del resto de intérpretes de la noche merece mención especial el Zuñiga de Seth Carico, con excelente dicción en francés, especialmente notoria en las partes habladas, así como un instrumento bruñido y acerado de obvio atractivo. A buen nivel estuvieron la Frasquita de Meechot Marrero y la Mercedes de Annika Schlicht, de considerable torrente vocal. Correcto el Morales de Thomas Lehman y solventes James Kryshak como Remendado y Jörg Schörner como Dancairo.

   Orquesta y coro firmaron una de esas funciones de rutina pero con calidad. El maestro Ido Arad no apostó por una visión rompedora de la partitura ni pretendió resaltar nada fuera de lo habitual, limitándose a concertar con notable acierto.

   La propuesta escénica resulta convencional y estéticamente lograda en la escenografía del primer y segundo actos, con un juego de perspectiva de cierto empaque, si bien decae especialmente en el tercero y en el cuarto. Hablamos de una revisión de una producción estrenada en 1979 con la firma de Peter Beauvais y retomada en 2009 por Norbert Bellen. La dirección de cantantes, actores y masas corales, especialmente de estas últimas, deja bastante que desear, aunque se agradece que se mantenga fiel al libreto, aunque sea por variar.

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