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CD: Georges Crumb, «Metamorphoses [Book I]». Marcantonio Barone

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Autor: Agustín Achúcarro Montero
11 de febrero de 2021

La fidelidad como colofón a una trayectoria artística 

Por Agustín Achúcarro Montero
George Crumb: Metamorphoses, Book I. Bridge (BCD9535) (7 Agosto 2020) Piano: Marcantonio Barone; Supervisión: George Crumb

   Algunos compositores deciden dedicar los últimos años de su vida a una experimentación o desarrollo ulterior del estilo que han venido practicando durante décadas. Otros tristemente abandonan la labor creativa, muchas veces sometidos a una decepción con el mundo que les rodea o consigo mismos, tal es el desolador caso de Sibelius o Charles Ives. La tercera vía puede resultar la más racional sin que de ello se desprenda que sea la más efectiva, y es la escogida por el compositor norteamericano George Crumb, cuando a sus casi 90 años decide escribir las «Metamorfosis para piano», concretamente para piano con técnicas extendidas, divididas en dos libros. Aunque ambos estén completos, sólo disponemos a fecha de hoy de unas pocas grabaciones del primero, compuesto entre 2015 y 2017, entre las que cabe destacar la versión de Margaret Leng Tan (Discográfica Mode, MODCD303, 2018) y la interpretación del versátil pianista español Alberto Rosado (2019), disponible en la página web oficial de la Fundación March.


   La obra se compone de diez segmentos, cada uno dedicado a un cuadro de reconocidos artistas contemporáneos del mundo entero, en los que la abstracción, en base a una idea prefijada, se convierte en el centro neurálgico de las operaciones de Crumb. Convicciones tan distintas como las de Jasper Johns, Kandinsky, Klee o Dalí confluyen bajo una misma carpa, pues el estilo compositivo resulta más homogéneo que el de las pinturas citadas. Bebiendo directamente de Messiaen y en especial de los giros onomatopéyicos de su «Catálogo de aves», el compositor recrea una interpretación personal sin cerrarse a convencionalismos que puedan resultar convincentes para cualquier oyente. Para ello se asienta en las técnicas extendidas sobre el piano, punto caliente de toda su obra, e investiga alrededor de las posibilidades del instrumento, provocando atractivas atmósferas que refuerzan el imaginario ya consolidado. Para ello, y al igual que el compositor francés amante de las aves, elabora nuevas escalas modales y las somete a un procedimiento auténtico de reverberación de las cuerdas del piano, presente en cada segmento, y que potencia los armónicos bajo las extravagancias de su creador.

   En este sentido, los lienzos escogidos y su temática son muy propicios. Así por ejemplo en Der Goldfisch (1925) de Paul Klee, traducido en español como El pez dorado, retrata de manera fiable los contrastes en la actividad del animal, en base a tratamientos del material sonoro que recuerdan a Webern e incluso a Boulez en cuanto a su aparente aleatoriedad, pero que en el marco del autor resultan bastante más accesibles. Esta actitud imitativa de los recursos de la naturaleza conduce a Crumb hasta el conocido Trigal con Cuervos (1890) de Vincent Van Gogh, donde se solicita del pianista una imitación con la voz del reclamo de los córvidos, actividad que encuentra su paroxismo en la notable Payasos en la noche de Marc Chagall (1957) en la que las múltiples peticiones guturales al intérprete, una imitación del timbre de la celesta y el abusivo empleo del silencio consiguen manufacturar una de las piezas más enigmáticas del conjunto. En este sentido, cabe destacar la interpretación de La persistencia de la memoria (1931), emblemática firma de Salvador Dalí, en la que los glissandi y las vocalizaciones primitivas revelan la intención del compositor de no codificar el signifcado de los trazos. Esta decisión entrega a la obra al mismo tiempo una legilibilidad universal y una ausencia de signos que pudiera haber resultado arriesgada y vacua para un artista cuyas aportaciones al mundo sonoro han consumado su cometido.


   Y en el aspecto mediático, Crumb se lleva también una medalla. Es éste el volumen 19 que el sello Bridge ha dedicado a la futura obra completa del compositor, y de cuya supervisión se encarga él mismo. Esto garantiza que la interpretación de Marcantonio Barone, especialista de por sí en la trayectoria del compositor, se encuentre entre las más satisfactorias. Para una pieza de sus características se precisa de un especialista en los contrastes, así como ávido de practicar con destreza las implicaciones sobre la manera tradicional de tocar el instrumento, y en ambas categorías, Barone sobresale. Consigue tanto inducir al oyente en una atmósfera intranquila como convencerle de que se ha trasladado a una de las islas primitivas de Paul Gauguin (Cuentos bárbaros, 1902) siendo éste quizá el mayor reto pictórico frente a la propuesta musical de Crumb.

   En definitva, empleando técnicas extendidas sobre el piano, que el compositor hubiera ya trabajado y perfeccionado en el pasado, consigue homogeneizar las búsquedas tan dispares de la pintura contemporánea, sugiriendo estructuras tonales y modales en las que, a diferencia de muchos contemporáneos, no sobresale la disonancia, sino la búsqueda de timbres nuevos sobre la resonancia de las cuerdas. Unas veces elemento percusivo, algunas melódico y frecuentemente arpegiado, el piano demuestra en manos de Crumb un potencial único para producir sensaciones comunes a todo espectador, consolidando su visión personal de la música. Aunque sus últimos aportes se acercan más a pinceladas sobre un escenario conocido que arrebatos de explorador inconformista, resulta satisfactorio comprobar cómo uno de los grandes del siglo XX continúa produciendo obras de interés, en especial cuando el segundo volumen de la compilación está pendiente de estrenarse.

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