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Crítica: Celso Albelo protagoniza 'I puritani' de Bellini en el Teatro Real

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Autor: Rubén Martínez
16 de julio de 2016

BELCANTISMO A RAUDALES

  Por Rubén Martínez
Madrid, 13/IV/16, Teatro Real. I puritani (Vincenzo Bellini). Celso Albelo (Lord Arturo Talbot), Venera Gimadieva (Lady Elvira Valton),George Petean (Sir Riccardo Forth), Roberto Tagliavini (Sir Giorgio), Myklós Sebastyén (Lord Gualtiero Valton), Antonio Lozano (Sir Bruno Robertson). Cassandre Berthon (Enrichetta). Orquesta y coro titulares del Teatro Real. Dirección musical: Evelino Pidò. Dirección de escena: Emilio Sagi sobre escenografía de Daniel Bianco.

   El emblemático título belliniano ha sido el elegido para cerrar la temporada 2015-2016 del Teatro Real contando para ello con un atractivo y cuidado plantel de solistas vocales así como una interesante propuesta escénica en coproducción con el Teatro Municipal de Santiago de Chile bajo la dirección de Emilio Sagi, con escenografía de Daniel Bianco, iluminación de Eduardo Bravo y figurines de Peppispoo. La concepción visual de esta producción sigue planteamientos estéticos habituales en el catálogo del director ovetense y nos encontramos con elementos ya casi indispensables en su lenguaje escénico: concepción del espacio en doble altura, iluminación con presencia de elementos móviles verticales, estructuras reflectantes que enmarcan la acción, sillas sobre las que los artistas descargan su ira o potentes efectos de luz desde el fondo del escenario hacia la platea. Todo ello nos resulta pues muy identificable con el estilo Sagi dando lugar a un espectáculo elegante, atemporal y también polivalente en cierta medida. Interesante desarrollo de la simbología como esa cortina semipermeable que aisla a Elvira en el inicio de su locura al final del primer acto desde la que el resto de protagonistas observan impotentes cómo ésta se precipita al abismo de la sinrazón. Da la impresión de que Sagi ha querido subrayar e incidir en la delgada linea entre el mundo de la lucidez y de la locura también con esa omnipresente arena o con esas lámparas móviles a las que la protagonista intenta devolver la luz durante su cabaletta del segundo acto. La dirección escénica de coro, solistas y figuración ha sido especialmente cuidada en la siempre difícil papeleta de dotar de credibilidad escénica a estas partituras tan pensadas para el lucimiento vocal y la priorización de la dramaturgia a través del canto.

   La joven soprano rusa Venera Gimadieva ya era conocida del público madrileño tras sus funciones como Violetta Valéry en La traviata de la pasada temporada. Ya entonces pudimos valorar sus más que apreciables dotes escénicas y un instrumento vocal de depurada técnica y contundente expresividad. A pesar de que el rol de Violetta es el que le ha llevado a grandes teatros como la Royal Opera House de Londres nos atrevemos a hacer una estimación aún mejor de su prestación como la Elvira de estos Puritani  en los que se alterna con la más mediática Diana Damrau. Gimadieva luce un atractivo color vocal, quizás no excesivamente personal ni reconocible, pero plenamente evocador de la fragilidad y perturbación emocional por la que atraviesa su personaje. Su linea de canto es impoluta, de una elegancia superlativa, con un registro central de notable proyección y contundente presencia sonora sin que en ningún momento se intuya ningún sonido apretado o falto de apoyo, todo lo contrario, la rusa exhibe una emisión aérea y flotante de las que causan admiración y hacen disfrutar. No es menos cierto que la zona sobreaguda experimenta un estrechamiento que le impide coronar algunos fragmentos con un broche de mayor empaque si bien nunca se torna agrio ni se aprecian rigideces ni sonidos fijos, sencillamente son notas que no tienen la calidad del resto de su extensión pero que denotan una salud vocal y una técnica realmente solvente y depurada. Su control del flujo de aire y de las dinámicas a lo largo de su interpretación son pluscuamperfectas y si a ello unimos una figura y credibilidad escénica sobresalientes no podemos hacer otra cosa que aplaudir su presencia en el elenco.

   El canario Celso Albelo volvía al Teatro Real tras su Nemorino en la temporada 2013-2014 y lo ha hecho reivindicando el por qué de su status en lo más selecto de la oferta lírica mundial. No es Puritani un título que haya constituido una parte esencial ni especialmente recurrente de su repertorio aunque sí la ha abordado con cierta frecuencia. Es evidente la evolución del material vocal del canario en los últimos años habiendo ganado de forma notoria en volumen especialmente en toda su franja aguda que ahora se proyecta insultante por encima de cualquier barrera orquestal. No obstante el verdadero mérito consiste en seguir conservando las buenas costumbres plasmadas en un fraseo elegante, esculpido con detalle en un manifiesto ejercicio de estudio profundo de la partitura, sin prácticamente margen a la improvisación. Todo en Albelo da la impresión de meditado y programado, sin opción al azar o a la intuición. La dirección musical y su algo rígida e impositiva concepción de tiempos dificultó un mayor abandono lírico en un "a te o cara" ligeramente constreñido y de estrechas costuras que impidió al tenor una mayor recreación en "tra la gioia e l'esultar". No obstante su dúo con Enrichetta comenzó a aumentar la temperatura de la velada ya desde "non parlar di lei che adoro" y especialmente con su "sprezzo audace" tras la llegada de Riccardo. Su tour de force en el último acto con la gran escena "Son salvo...corre a valle" fue desgranada con belcantismo a raudales desembocando en un "vieni fra queste braccia" electrizante en el que los re naturales, el primero en "e" y el segundo en "i" fueron emitidos con igual perfección, culminando en un "t'amo d'immenso amor" en el que Albelo apabulló por expansión e incisividad.

   El barítono rumano George Petean luce una vocalidad de volumen suficiente y una emisión sin brusquedades en la que se aprecia una buena dosis de terciopelo. Muchas son las voces rumanas con semejantes prioridades a la hora de emplazar el sonido, sacrificando punta y metal por redondez y en este sentido Petean es otro buen ejemplo de ello. El rumano tiene más que ofrecer en el ámbito de la media voz que en el del forte. Así, funciona mejor su "ah per sempre" que el "bel sogno beato" o su "se d'Elvira il fantasma dolente" por encima del "ferma invan" en la confrontación con Arturo del primer acto en la que optó por una puntatura al la natural que, junto al "patria, vittoria, onor" en la bemol evidenció su solvencia en esas alturas. Los roles a los que mejor se adapta su vocalidad son en nuestra opinión el Boccanegra y el Don Carlo verdianos, en los que su control de intensidades y su fluida emisión en pasajes legato encuentran su zona de confort.

   Roberto Tagliavini como Giorgio Valton nos gustó mucho y fue obsequiado con una calurosa ovación al final de la representación. Nacido en Parma, este joven bajo mostró oficio y tener  las ideas muy claras en lo que se refiere a cómo se debe afrontar este tipo de repertorio. De carrera siempre ascendente y sin pasos en falso poco a poco se ha convertido en un artista muy solicitado para un amplio repertorio. Se agradece que dosifique y pliegue constantemente unos medios vocales de elevada calidad y presencia al servicio del discurso musical y dramatúrgico otorgando una merecida relevancia al texto. Ya desde su dúo inicial con Elvira, "perchè mesta così?" quedó patente cómo concibe su oficio este artista, con una musicalidad realmente exquisita y un derroche de medias voces de gran factura. Su complicadísima escena "cinta di fiori" es un desafío para muchos intérpretes de la cuerda de bajo, ya no únicamente por la tensa tesitura en la que está escrita que obliga a disponer de una zona de paso absolutamente resuelta y engrasada, sino también por la dificultad que siempre entraña el huir de la monotonía interpretativa en este tipo de estrofas sucesivas que comparten la misma melodía. En este sentido Tagliavini bordó un gran trabajo que inmediatamente ratificó en su posterior dúo "il rival salvar tu dei".

   La presencia de la mezzo Cassandre Berthon como Enrichetta debemos probablemente buscarla en su condición de esposa de Ludovic Tézier más que en su adecuación vocal al rol o en su elección libre y voluntaria de la dirección artística dada la evidente insuficiencia de una vocalidad realmente limitada y ajena a este repertorio. Su instrumento está dividido en varias secciones sin aparente conexión entre ellas con un grave hojalatado y de paupérrima calidad aderezado con guiños veristoides tan poco procedentes en este repertorio junto a un agudo asopranado y deslavazado al que se le vieron las costuras incluso en un papel como este, no especialmente exigente.

   El Bruno del tenor Antonio Lozano fue presente en lo vocal y escénico aunque con algún pequeño conato de afinación deficitaria al inicio de su intervención. Suficiente el Gualtiero Valton de Miklós Sebestyén.

   En la concepción de la obra que desarrolló el maestro Evelino Pidò hubo un poco de todo. Nos gustaron en general los tempi elegidos por el italiano y la dosificación de intensidades y planos sonoros en momentos puntuales mientras que en otros se generó una auténtica tempestad desde el foso con una sección de viento fuera de control. Es Pidò uno de esos maestros nada proclives a concebir su trabajo con vocación de seguimiento y soporte al cantante, más bien todo lo contrario, debiendo ser el artista sobre el escenario el que debe adaptar y dosificar sus medios a las imposiciones del foso. Ello resta algo del lucimiento a la prestación musical global al faltar ese punto de adaptación de la batuta a las fortalezas y debilidades del cantante que tanto se aprecia en este repertorio en el que, por otra parte, Pidò se ha posicionado como una referencia. El Coro Titular del Teatro Real volvió a confirmar el excelente estado de forma en el que se encuentra.

Fotografía: Javier del Real

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