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Crítica: Celso Albelo inaugura la Programación Lírica de La Coruña

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Autor: Beatriz Cancela
12 de septiembre de 2019

En casa e in crescendo

Por Beatriz Cancela | @beacancela
La Coruña, 8-IX-19. Teatro Colón. Programación Lírica 2019. Amigos de la Ópera de La Coruña. Tenor: Celso Albelo. Piano: Juan Francisco Parra. Obras de Guastavino, Ginastera, Esparza Otero, Brandt, Quintero, Puccini, Verdi, Donizetti, Barbieri, Guerrero y Vives.

   Un año más los Amigos de la Ópera de A Coruña, en su afán de defender y disfrutar del género lírico en la ciudad, daban el pistoletazo de salida a su Programación Lírica. Si hace apenas tres, la situación provocaba el alzamiento unánime de voces en pro de su permanencia y pervivencia, en esta ocasión no cabe más que ensalzar su labor ofertando dos apuestas operísticas -un consuetudinario Don Giovanni del mediático Carlos Saura y un menos usual Don Carlo en versión concierto- y cuatro recitales, entre otras actividades y espacios donde también las nuevas generaciones tienen cabida.

   Casi como una tradición, no podía faltar uno de esos «amores y descubrimientos» a los que hacía alusión Andrade Malde en sus enriquecedoras notas: Celso Albelo, parte de la familia que se tejería en torno a la ópera y su asociación.

   Habitualmente tildado como continuador de la tradición operística precedente con Kraus como parangón, no dejaría de sorprendernos la reciente noticia de la grabación de su primer disco Barroco, fruto de la recuperación histórica de la ópera de Hasse (1699-1783), Enea in Caonia (1727), al igual que ya había sucedido con la compilación del disco editado por Sony en 2017, Íntimamente. Dos trabajos que difieren de la trayectoria del tenor y abren una ventana a la versatilidad del artista. Precisamente de este disco tomaría el título del recital del pasado domingo.


   Articulando la primera parte, centrada en una selección de canciones con mayor presencia de las argentinas de Guastavino y también Ginastera, pinceladas del México de Esparza Otero, Venezuela con Brandt y la España de Quintero, se presentó un Albelo reservado e introspectivo. Trasladándonos al carácter propio de cada una de ellas y con una dicción nítida y acorde a cada latitud de origen de la melodía, afrontó una ejecución más próxima a la intimidad del lied que al ámbito folclórico subyacente. Desde el apasionamiento de Pampamapa, pasando por un Sampedrino estremecedor gracias a la delicadeza con la que afrontaba la messa di voce, y finalizando con una Morucha a la que nos tiene más habituados, de extrema sensibilidad propiciada por el empleo de un rubato contenido con secciones sotto voce y el dramatismo de una voz rota, pendiente de un hilo.

   La segunda parte, centrada en la ópera y la zarzuela, constituiría la apertura a la demostración de las habilidades técnicas del tenor. Un tour de force que nos conduciría desde aquella sutileza inicial hasta el regodeo en el arrojo con el que atacaba las notas sobreagudas. En primer lugar, la inclusión de su primer personaje pucciniano previsto para este mes de octubre, Rodolfo de La bohème (1896) con su archiconocida aria «Che gelida manina». Más encorsetado en la partitura y centrado en el fraseo afrontó esta declaración de amor sin apenas repeticiones. Tampoco podía faltar Verdi, el trampolín que lo consagraría allá por el año 2006. En esta ocasión sería en el papel de Riccardo de Un ballo in maschera (1859), de gran dificultad dramática y de exigente recitativo para el tenor, que defendió con sensatez.


   Llegaría así el momento de la zarzuela. Intrépido haría frente al Canto a la espada de El huésped del sevillano (1926) de Jacinto Guerrero, antes de finalizar con Amadeo Vives y su Doña Francisquita, iniciando con aquella frase: «Por el humo se sabe dónde está el fuego...», que podríamos extrapolar a  «por los aplausos se sabe que Albelo arribó a A Coruña». Pero todavía había más. El summum llegaría tras los bises, que recayeron en los números más conocidos de La tabernera del puerto, «La donna è mobile» y, para gloria del venerable, el rosario de sobreagudos de Le fille du régiment que desplegaría caminando holgado por la platea. Un final efectista que provocaría el estallido de aplausos y vítores de un teatro abarrotado y entregado.

   Pero a la brillante actuación del tenor debemos añadir el excepcional acompañamiento al piano de Juan Francisco Parra. Socios veteranos en estas lides, incluso en la grabación de Íntimamente; tándem cómplice tanto en la ejecución -pareja equilibrada en intencionalidad, expresividad y maestría- como en lo personal, intensificando aquella sensación hogareña de comodidad y cercanía entre intérpretes y público.

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