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Crítica: Christian Zacharias dirige obras de Mozart y Bruckner en la temporada de la Real Filharmonía de Galicia

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Autor: Beatriz Cancela
17 de abril de 2016

ARMONIOSA DICOTOMÍA

Por Beatriz Cancela
Santiago de Compostela. 14/IV/16. Auditorio de Galicia. Temporada de la Real Filharmonía de Galicia. Director: Christian Zacharias. Obras de Mozart y Bruckner.

   Con más de 50 trabajos discográficos que abarcan desde Scarlatti, Schumann, Schubert, Beethoven... Fue en el año 2002 cuando un joven Christian Zacharias se aventuró a editar 21 conciertos para piano de Mozart con el sello discográfico EMI Classics en 8 CD's; tras él se sucedieron otras grabaciones. Hasta el 40% de su producción discográfica gira en torno a Mozart y sus Conciertos, y por supuesto, un sinfín de audiciones por todo el mundo en las que el pianista y director alemán reafirma su visión del lenguaje del universal de Salzburgo.

   Por su parte, y aunque Bruckner todavía no figura en su discoteca, es habitual encontrar el tándem Mozart-Bruckner en sus recitales. Sin ir más lejos, en febrero era bajo la dirección de Juanjo Mena al frente de la Orquesta  Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña, cuando interpretaba el Concierto para piano y orquesta núm. 27 de Mozart y la Sexta sinfonía de Bruckner; o unos días antes de venir a Compostela, cuando con la Orquesta Sinfónica de Castilla y León ofreció su lectura del Concierto para dos pianos K. 365 de Mozart  y esta misma Sinfonía núm. 2 del de Ansfelden.

   Tras unos minutos de cortesía saludaba Zacharias a una sala considerablemente llena, antes de tomar asiento ante aquel piano sobre el que se congregaba la orquesta. Un piano que fue protagonista excepcional, algo en lo que la RFG tuvo mucho que ver, alcanzando una sonoridad llena pero sin eclipsar nunca al solista, manteniéndose elegante y amable, como la mejor de las anfitrionas en este Concierto para piano y orquesta núm. 18 en si bemol mayor, KV 456, que interpretaron.

   Una auténtica manifestación de sublimidad marcada por la pulcritud en la ejecución, bajo un ritmo tranquilo y alcanzando un conjunto sonoro con la orquesta de rotunda exquisitez. Las manos de Zacharias nos hipnotizaron con sus elegantes glisandos, que por momentos se tornaban en ágiles y perspicaces pasajes de mayor viveza. En el segundo movimiento, Andante un poco sostenuto, dramático y contenido, fue donde la expresividad alcanzó su cenit. En concreto el equilibrio entre la amable melodía de la mano derecha y la melancolía de la izquierda, que oboes y fagot trasladarían a la madera  poco después.

   Los músicos permanecieron sin perder detalle de la dirección de Zacharias, que incluso como solista inculcó sumo cuidado en los detalles y en los matices. Finalizó la obra con el Allegro vivace, gracioso, ágil, que desencadenaría la gran ovación del público.

   Sin dejar a Mozart y aseverando la relevancia del papel y del carácter del solista en todo el proceso artístico musical, nos dejó como propina un aparentemente sencillo Rondó núm. 1 en re mayor, K. 485, interpretado con una apacible destreza y delicadeza.

   Tras la calma y la amabilidad de Mozart, creció la expectativa en la sala, al igual que la orquesta en cuanto a sus efectivos, mientras que Zacharias se despojó de su piano. La Sinfonía núm. 2 en do menor, WAB 102, de Bruckner contrastó con la primera parte, pero sin distorsionar el clima alcanzado. Fue inevitable no recordar la interpretación de esta misma obra y en este mismo Auditorio por Barenboim acompañado de la Staatskapelle de Berlín hace ya cinco años.

   La también conocida como la "Sinfonía de las Pausas" resultó ser una demostración de concordancia entre director y orquesta; obra colorista, efectista y de gran riqueza tímbrica donde la RFG brilló exultante. Partitura dinámica, repleta de cambios rítmicos, de aire y con constantes diálogos entre instrumentos, pero todo ello bajo el sello de la distinción, mesura y complacencia características de este director. Ensalzamos especialmente el tercer movimiento, que difiere con lo demás, y donde los metales ofrecieron una sonoridad rebosante y enérgica; los violines, un lirismo tierno y emotivo; o los contrabajos, vigorosos y ágiles subyaciendo en el agitado tutti.

   Magnífica noche la que nos ofrecieron Zacharias y la RFG y que el público agradeció con sus vítores. Equilibrio, buen gusto, placidez y comodidad, tras una aparente sencillez y una gran carga expresiva totalmente canalizada. Realmente fantástico.

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