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Crítica: Christoph Eschenbach y Nicola Benedetti con la Orquesta Nacional de España

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Autor: Raúl Chamorro Mena
16 de mayo de 2017

La fogosidad de Nicola Benedetti

   Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 12-5-2017, Auditorio Nacional de Música. Temporada OCNE. Brahms: Concierto para violín Opus 77. Bartok: Concierto para orquesta, BB 123. Nicola Benedetti, violín. Orquesta Nacional de España. Director: Christoph Eschenbach.

   “La clarividencia de Kavakos” llevaba por título este concierto número 19 del ciclo sinfónico de la orquesta y coro nacionales de España. Pues bien, dada la cancelación del violinista ateniense por fallecimiento de un familiar cercano, tuvimos en su lugar ”la fogosidad de Nicola Benedetti”, magnífica violinista escocesa de orígenes italianos que asumió la sustitución. En programa uno de los grandes conciertos para este instrumento, el de Johannes Brahms dedicado a Joseph Joachim, una composición estrenada el 1 de enero de 1879 que se inspira en el modelo del de Beethoven -estrenado en 1806- y que ya fue todo un hito del género en su momento.  La interpretación de Benedetti reunió desenvoltura técnica, nervio, fantasía y expresividad, todo ello con un sonido potente y de calidad, al que sólo cabría achacar de una mayor dimensión y brillo en las notas altas. En el primer movimiento, largo y con una extensa introducción orquestal (al igual que el de Beethoven) la violinista supo traducir el lirismo y vehemencia de la composición con una cadencia central de magnífica factura y alta nota virtuosística. Impecable la belleza del segundo movimiento en el que se asentó la compenetración de solista y orquesta. Brillante la rapidez, virtuosismo y dominio del arco de la Benedetti en el tercero, que se engalana con la influencia de las danzas populares húngaras. Acompañó con pulso Christoph Eschenbach, aunque como ya se ha indicado, en el primer movimiento no terminó de ajustarse el debido acoplamiento con la solista.

   El concierto para orquesta BB 123 de Bela Bartok pone a prueba a una orquesta y todas sus secciones. La partitura, que fue estrenada en 1944 por la Sinfónica de Boston con su titular al frente Serge Koussevitsky -que había comisionado la obra a través de su fundación-, encontró a una Orquesta Nacional en gran momento conducida de manera lúcida por Eschenbach. Una labor bien organizada que expuso de manera clara y bien estructurada esta fusión de la música popular con la culta. Pudieron apreciarse impecablemtne todas las texturas orquestales con una notable prestación de las maderas, una cuerda bien empastada y unos metales equilibrados. Una interpretación impecable, cuidada y minuciosa, a la que, sin embargo, le faltaron contrastes y unas mayores cotas de imaginación y fantasía.

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