Crítica de Raúl Chamorro Mena del concierto de la Orquesta Nacional de España, bajo la dirección de Cornelius Meister y con la pianista Alexandra Dovgan como solista
Talento precoz y batuta clarividente
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 8-III-2025, Auditorio Nacional. Ciclo Orquesta y coro Nacionales de España. Las constelaciones que más brillan (Raquel García-Tomás). Rapsodia sobre un tema de Paganini para piano y orquesta. Op. 43 (Sergei Rachmaninov). Alexandra Dovgan, piano. Sinfonía núm. 4 (Gustav Mahler). Vera-Lotte Boecker, soprano. Orquesta Nacional de España. Dirección: Cornelius Meister.
El premio Nacional de música recibido en 2020 fue un justo de reconocimiento a la creatividad y talento de la barcelonesa Raquel García-Tomás. Desde luego, una de las compositoras más interesantes de la actualidad, como así ha demostrado, entre otras obras, con sus óperas Je suis Narcissiste ofrecida en el Teatro Español en 2019, con la correspondiente reseña del que firma, y Alexina B, primera ópera compuesta por una mujer estrenada en el Liceo de Barcelona.
La composición Las constelaciones que más brillan de García-Tomás abría este programa número 16 de la actual temporada de la Orquesta Nacional de España. La breve obra demuestra el talento de la compositora española por el juego de tímbricas, los contrastes entre pasajes graves y agudos y la manera en que, evoca -mediante las sonoridades orquestales- las estrellas y constelaciones del firmamento, además de crear una atmósfera de misterio hasta que se alcanza un brillante clímax final. Todo ello fue apropiadamente expuesto por la Orquesta Nacional bajo la dirección de Cornelius Meister con su gesto preciso, amplio y elegante. La compositora subió al escenario a recibir los aplausos del público.
La jovencísima Alexandra Dovgan de 17 años es una muestra de la inagotable escuela rusa de piano. A tan tierna edad, Dovgan, alumna y protegida de Grigori Sokolov, reúne galardones de diversos concursos y desde apenas los 10 años ya desarrolla una carrera internacional como solista. Una obra como la Rapsodia sobre un tema de Paganini de Sergei Rachmaninov es buena piedra de toque –toda su obra pianística lo es- para apreciar las cualidades del artista en cuestión. Esta composición, basada en el capricho para violín nº 24 de Niccolò Paganini, contiene otras tantas variaciones del tema, hábilmente encuadradas en tres movimientos sin solución de continuidad. Hay que destacar, ante todo, la total seguridad de la jovencísima pianista, así como sus medios y técnica totalmente asentados, imprescindibles para abordar esta partitura. El sonido de la Dovgan es caudaloso, amplio y poderoso, con margen, eso sí, para un mayor pulimiento. Los pasajes virtuosísticos fueron buena muestra del dominio técnico de la pianista rusa, que desgranó toda la obra con impecable desenvoltura en la digitación, enorme aplomo, arrojo y aparente facilidad. El aspecto en el que la jovencísima Dovgan presenta mayor margen de mejora es en la construcción y variedad del fraseo y en la cantabilità, como pudo apreciarse en la sublime melodía de la variación número 18 a la que faltó algo de vuelo. Por cierto, brillantísima la repetición del tema por la orquesta al mando de Meister, que firmó una magnífica labor tanto en el aspecto de acoplamiento con la solista como en el de la expresión del colorido de la orquestación de Rachmaninov. Desde luego y teniendo en cuenta su enorme juventud y terreno por delante para evolucionar, la impresión por causada por Alexandra Dogvan fue muy positiva y así lo confirmaron las ovaciones del público, que fueron correspondidas por una propina, la transcripción para piano de “Jesus, Joy of man’s desiring” de la cantata BWV 147 de Johann Sebastian Bach.
Apenas unos días después de la interpretación a cargo de la Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig en el ciclo Ibermúsica, volvía a sonar en el Auditorio Nacional la Cuarta Sinfonía de Gustav Mahler y debo subrayar que, si bien la Orquesta Nacional no alcanza las calidades, asentadas en siglos de tradición de la orquesta sajona, la interpretación escuchada fue buena muestra del gran momento de la formación, ideal para acoger la próxima titularidad de Kent Nagano y dar un salto más de calidad y de consolidación internacional.
Meister, que ya brilló en su día al frente de la ONE, en una magnífica La Sirenita de Zemlinsky, ofreció una versión muy bien construida y mejor organizada, con un fraseo elegante, en un discurso orquestal de claras texturas y sonido equilibrado y radiante, ideal para esta oda a esa inocencia que nunca deberíamos perder.
Brilló la orquesta en su conjunto, así como los solistas -flauta, oboe, clarinete, trompa- y, particularmente el concertino Miguel Colom alternando en el segundo movimiento el violín con scordatura -afinado un tono más alto- muy bien integrado en el pulso rítmico perfilado por la batuta en esa especie de danza de la muerte. Intenso lirismo el evocado por Meister y la orquesta en el bellísimo tercer movimiento con una cuerda empastada, radiante y flexible, que dibujó hermosas frases. Los goces y placeres celestiales estuvieron presentes con mesura, sin exaltación, en el último movimiento, base de toda la obra. Este lied celestial contó con la intervención de la soprano alemana Vera-Lotte Boecker, que no exhibió especiales sutilezas en su fraseo, pero sí un timbre claro y lozano -timbrado en la zona alta, débil en la centro-grave- apropiado para la pieza.
Fotos: Jose Luis Pindado
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