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CRÍTICA: CONCIERTO DEL CORO TALÍA Y LA ORQUESTA OP. 23 EN EL AUDITORIO NACIONAL. Por Germán García Tomás

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Autor: Germán García Tomás
1 de marzo de 2013
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IDILIO
 
27/02/2013. Auditorio Nacional de Música (Sala de Cámara), 19:30 horas. Orquesta Opus 23, Coro Talía, Andrés Salado (director). Lola Casariego (soprano), Juan Antonio Sanabria (tenor), Alfredo García (barítono), José Antonio Carril (barítono-bajo). Programa: Idilio de Sigfrido (Wagner), Jugar con fuego, versión concierto (Barbieri).

      La Sala de Cámara del Auditorio Nacional madrileño ha acogido el tercer concierto del ciclo españA+protagonista, a cargo de la Orquesta Opus 23. La agrupación juvenil nació hace menos de un año (por ello es doblemente joven) al mismo tiempo que la asociación A+música.com para interpretar su ciclo de conciertos, una asociación de amigos sin ánimo de lucro que pretende dar a conocer la música de los últimos 300 años poniendo de manifiesto la contribución española. El también joven madrileño Andrés Salado, a la sazón su director titular y artístico, se puso al frente del conjunto.
      Para la primera parte de este tercer concierto del ciclo se optó por una obra que, por su extraño poder de fascinación y genialidad en el manejo de la orquestación y los planos armónicos, merece formar parte del repertorio de las grandes orquestas: el Idilio de Sigfrido de Richard Wagner, una composición de carácter programático con motivos melódicos del segundo y tercer actos de su ópera Siegfried, segunda jornada de la Tetralogía, que en la Navidad de 1870, Wagner ofreció como regalo de cumpleaños a su segunda esposa Cósima, y cuyo título alude, más que al héroe de la mitología germánica, a su primogénito Siegfried. Entonces, un pequeño conjunto de instrumentistas acomodados en la escalera de su casa de Locarno (Suiza) despertaron a la homenajeada con una música plena de belleza y emotividad.
      La Orquesta Opus 23 brindó una lectura de la pieza sumamente compacta, con un sólido empaste, especialmente en toda la cuerda, al acometer arpegios y sordinas, hilvanando con soltura y fluidez el discurso musical, caracterizado como se sabe por un complejo cromatismo. Andrés Salado comenzó proponiendo un tempo reposado, destilando placidez. Tras la explosión de lirismo del primer tema en las cuerdas, con matices de trompas un tanto acentuados, como segundo tema Wagner destinó a los vientos de la orquesta un pasaje en cierto modo camerístico, simulando unos murmullos de la selva en la línea de los que aparecen en el segundo acto de Siegfried, que llevó a los diferentes atriles de la orquesta a mostrar su lucimiento, subrayando la intervención del oboísta, cuyo instrumento posee importantes solos en el desarrollo de la pieza. En definitiva, fue altamente conseguida la sensación general de profundidad y serenidad que Wagner escribió en esta inusual y enigmática obra para orquesta dentro de su estilo habitual.
      La segunda parte estuvo marcada íntegramente por la versión en concierto con narradora de la zarzuela Jugar con fuego, obra con música de Francisco Asenjo Barbieri y libreto del dramaturgo Ventura de la Vega, ambientada durante el reinado de Felipe V y estrenada el Teatro del Circo en 1851, también primer intento de renovación de la zarzuela por el compositor madrileño, que apostaba por el género grande en tres actos. Para su interpretación se contó las voces del Coro Talía, agrupación coral fundada en el año 1996 y formada por un centenar de voces de diferentes edades bajo la sabia dirección de Silvia Sanz Torre. El coro está vinculado desde hace dos años a la temporada de conciertos de la Orquesta Metropolitana de Madrid, cuya directora es la propia Sanz Torre. Las intervenciones de las voces femeninas resultaron más compactas y ajustadas que las de los tenores, que parecían percibirse muy atenuadas y distantes en los números netamente corales: la costumbrista introducción del primer acto ("Los ricos buñuelos..."), el coro de caballeros con aires de tonadilla que abre el segundo ("Vedle allí qué pensativo"), o el disparatado coro de locos que acompaña al Marqués de Caravaca en el número final ("Quién me socorre"), en el cual las voces masculinas del Coro Talía se comportaron como auténticos dementes realizando un gracioso juego de burlas y onomatopeyas.

      A efectos referenciales, de esta obra sólo se cuenta con la grabación discográfica de finales de los cincuenta para la Casa Columbia que Ataúlfo Argenta dirigió junto a las voces de Pilar Lorengar, Manuel Ausensi, Carlos Munguía  y Antonio Campó, junto al Coro de Cámara del Orfeón Donostiarra. Como era práctica habitual en los registros de la época realizar cortes en las partituras, en la aludida grabación las introducciones de cada acto fueron suprimidas, sin embargo, sí han sido tocadas en este concierto. Aun así, no se interpretó un número que sí aparece en la histórica grabación y que paradójicamente también lo hacía en el programa de mano: el brevísimo número de Antonio y los locos que abre el tercer acto.
      En el apartado de solistas se contó con la presencia siempre agradecida de la soprano Lola Casariego como la duquesa de Medina. No se va a descubrir ahora la labor de la soprano asturiana, poseedora de un amplio conocimiento de nuestro género lírico como lo ha demostrado ampliamente en los escenarios, y concretamente de las obras de Barbieri, del cual grabó una versión para Audivis de El Barberillo de Lavapiés y representó hace tres temporadas Los diamantes de la Corona en el Teatro de la Zarzuela. La voz sonó fresca, con agudos generosos. La zarzuela estilísticamente belcantista de Barbieri le destina no pocos momentos, siendo los principales: el dúo junto a Félix del primer acto ("Hay un palacio junto al prado de San Fermín"), el dúo de la carta con el Marqués del segundo ("Por temor de otra imprudencia"), en los cuales además de una correcta dicción demostgró gran habilidad para el canto dialogado, de constantes réplicas y contrarréplicas, muy común en Barbieri, y la famosa romanza de la duquesa del tercer acto ("Un tiempo fue que en dulce calma"), que entonó con elegancia, aunque la apianada nota final después de la breve cadencia fue recogida con cierto temblor en el fiato.
       La soprano ovetense encontró notables compañeros de reparto, como el joven tenor lírico-ligero Juan Antonio Sanabria como su amado Don Félix, un cantante al que se augura una importante carrera. Dueño de un timbre vocal claro y melodiosa línea de canto con facilidad en el registro superior. Únicamente protagonista en tres números de la partitura, bordó su romanza ("La vi por vez primera", en la que intervienen barítono y bajo) y traslució verdadero temperamento y arrojo en el concertante del segundo acto en el que es acusado de demente por la Duquesa en presencia de todos.
      El personaje del conquistador Marqués de Caravaca, encarnado en la voz del barítono de voz un tanto atenorada Alfredo García, encontró una caracterización algo histriónica y muy teatral en las formas con un canto en general no demasiado legato. Por su parte el bajo-barítono José Antonio Carril cumplió con severidad el nada extenso papel del Duque de Alburquerque, padre de la Duquesa. Todos ellos demostraron gran coordinación en los múltiples números de conjunto de la zarzuela, especialmente en el espectacular concertante final del segundo acto. Andrés Salado y la Orquesta Opus 23 regalaron como propina un brioso Intermedio de La boda de Luis Alonso.
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