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Crítica: 'Juan José' de Sorozábal en el Teatro de la Zarzuela de Madrid bajo la dirección de Miguel Ángel Gómez Martínez

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Autor: Raúl Chamorro Mena
7 de febrero de 2016

DEUDA SALDADA

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid. 5/II/16. Teatro de la Zarzuela. Juan José (Pablo Sorozábal). Ángel Ódena (Juan José), Carmen Solís (Rosa), Antonio Gandía (Paco), Rubén Amoretti (Andrés), Milagros Martín (Isidra), Silvia Vázquez (Toñuela). Dirección Musical: Miguel Ángel Gómez Martínez. Dirección de escena: José Carlos Plaza

    “Realismo, realismo, cosa amarga, triste” canta el vagabundo en el prólogo al modo del que abre el Pagliacci de Leoncavallo, de la ópera en un acto Adiós a la bohemia (Madrid, Teatro Calderón, 1933) compuesta por Pablo Sorozábal sobre un libreto de Pío Baroja. Con Juan José, el maestro Donostiarra entronca con esa reflexión y da una vuelta de tuerca la misma, así como a las situaciones y personajes de dicha composición. No en vano, adapta la destacada obra teatral de Joaquín Dicenta perteneciente al género del drama realista de denuncia social, para componer esta ópera, denominada por el propio autor como drama lírico popular (no le gustaba usar el término ópera, aunque formalmente lo es). El término “popular” en el sentido de proletario y no de folklórico, ya que pretendía dejar fuera éste elemento tan presente en sus zarzuelas más queridas e interpretadas.

   Diversas vicisitudes provocaron que nunca pudiera ver su creación representada, a pesar de estar incluso programada en más de una ocasión y no fue hasta 2009 en que se interpretó en concierto tanto en San Sebastián como en Madrid, gracias al impulso y esfuerzo de Musikene, Centro superior de Música del País Vasco.

   Por tanto, este estreno Mundial de la versión escénica se puede considerar como todo un acontecimiento y así se trataría en cualquier país (el nuestro nunca lo ha sido) que cuidara sus músicos más destacados. Entre ellos se encuentra, sin duda, Don Pablo Sorozábal, el último gran creador de nuestra zarzuela junto a Federico Moreno Torroba.  

   Antes del comienzo de la representación, compareció en el escenario Daniel Bianco, director del teatro,  a fin de dedicar la serie de representaciones a la memoria de Miguel Roa, recientemente fallecido y director musical del teatro de la Calle de Jovellanos durante 25 años. Leyó una epistola dedicada al mismo y se le dedicó un fuerte aplauso con el público en pie. También realizó un recordatorio al crítico Carlosmez Amat desparecido también en los últimos días.

   Efectivamente, Juan José, que carece de coro y de ballet, supone una profundización de los planteamientos musicales y dramáticos de Adiós a la Bohemia y se vincula con esa literatura realista- naturalista de fines del siglo XIX, así como su corolario en el melodrama, que encarnaron los compositores de la Giovane Scuola italiana, es decir, Puccini y los veristas. También encontramos ecos de la ópera Carmen como en ese “¿Eres tú?”, “¡Sí soy yo!” del encuentro final entre Rosa y Juan José, que nos trae, inmediatamente, a la memoria el “C’est toi? Cést moi” del dúo final de la inmortal obra maestra de Bizet.

   En un continuum musical, la miseria, la desesperación, la incultura, el analfebetismo, la marginación, el machismo extremo…, son expuestos en toda su crudeza y con un pesimismo inexorable, que junto a la falta de perspectivas llevan a la violencia, a la crueldad y la tragedia. Todo ello no impide, que el creador sienta conmiseración y un grado de comprensión hacia estas criaturas, en definitiva, tan humanas.

   La elaboradísima orquestación de la obra, cima de la madurez del maestro, llena de influencias (Puccini, Janacek, Shostakovich, Escuela de Viena…), pero sin perder su personalidad y con presencia de “recuerdos” constantes del chotis, la habanera, el pasodoble (también el flamenco) y demás elementos populares presentes en toda su obra teatral anterior, pareció demasiado para una orquesta de tantas carencias como la de la Comunidad de Madrid. Tampoco, a diferencia de su buena labor en “La del manojo de rosas”en este mismo teatro hace unas temporadas, Miguel Ángel Gómez Martínez supo extraer toda la exuberancia y calidad de la referida orquestación, ya que se escuchó un sonido grueso, borroso y desempastado, con una cuerda raquítica y unos vientos estridentes y destemplados. Sus indiscutibles oficio y experiencia garantizaron un mínimo de tensión teatral y acompañamiento a las voces, pero no lograron una interpretación satisfactoria.

   La nada fácil escritura vocal fue defendida en el papel protagonista por el barítono tarraconense Ángel Ódena, dueño de unos medios vocales e interpretativos que se adaptan perfectamente a la parte. Voz recia, potente y sonora, con esa oscilación habitual, cuya falta de nobleza resulta ajustada a una línea canora construida sobre un declamado, una especie de arioso continuo. Su entrega en escena fue indiscutible, construyendo de manera creíble, un papel de un hombre angustiado por la miseria, la desesperanza y el analfabetismo, en el que priman los instintos primarios de la posesión y el machismo más cerril, así como la venganza y la brutalidad.

   En comparación, el tratamiento vocal de Rosa y Paco resulta algo más lírico y cantabile. Carmen Solis, que dispone de un material de soprano lírica grato y bien emitido, pero con un registro agudo donde la voz no termina de “girar” y expandirse, cantó competentemente, pero no es suficiente en un papel y un contexto en el que se debe sentir a flor de piel y transmitir al público, el desgarro, el frío, la pobreza absoluta, la desolación, la absoluta insatisfacción… ya que expresivamente resultó insuficiente, ayuna de garra y temperamento. Antonio Gandía encarnó a Paco, especie de “triunfador” de la obra ya que se lleva la chica a la gatera, aunque no deja de ser un mero maestro de obras. Por ello, frente al canto abrupto de Juan José, dispone de un puñado de frases líricas y de expresión amorosa, con las que camelar a la gachí. El tenor alicantino mostró su timbre gratísimo y uniforme junto a su habitual facilidad y expansión al agudo (emitió un par de ellos de buena factura), pero su fraseo resultó monótono y sin la más mínima fantasía. Buen plantel de secundarios, entre los que destacaron la veterana Milagros Martín en el papel de la alcahueta Isidra, impecable en lo interpretativo y que lució ese registro grave, artificioso y exagerado, pero de gran eficacia, que se ha trabajado en esta fase de su trayectoria. Apreciable también el Andrés de Rubén Amoretti con su personal voz de bajo-cantante de grato color y unos acentos siempre vibrantes e incisivos. Un tanto desabrida arriba, pero cumplidora, la Toñuela de Silvia Vázquez.

   La obra se ofrece continua y sin descansos. La producción de José Carlos Plaza expone bien y con toda su crudeza, el pesimismo y la desesperación de los personajes en la línea, aunque sin llegar claro está a ese grandísimo nivel, del memorable Wozzeck que ofreció en este mismo teatro hace años.

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